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valència a tota virolla

Elogio del destarifo: necesitamos una torre icono para València

Recorrido por los edificios de altura más depreciados, candidatos a encarnar la València reconciliada con su propia ironía. La torre más difícil todavía

23/02/2019 - 

VALÈNCIA. La Torre Velasca de Milán es uno de los edificios de altura más queridos de la ciudad… si no fuera porque todavía hace más acopio de odiadores. El sacrilegio de una torre como extraída de unos altos hornos bielorrusos que compite con el Duomo en la curva del skyline milanés. Obra del equipo B.B.PR, representa cierta revolución, ensalzando el historicismo arquitectónico a partir de la contemporaneidad de la propuesta. La financió la Sociedad General Immobiliare para ocupar un cacho urbano destruido por los bombardeos estadounidenses. Puro movimiento Neoliberty. Un rastro brutalista, otro tanto racionalista italiano. 

A pesar de aparecer con frecuencia entre los edificios más feos del mundo, sus críticos han terminado sucumbiendo al eclecticismo, a este símbolo de la complejidad urbana a modo de advertencia: las ciudades no son una delicada homogeneidad. 

Cuál es nuestra torre favorita, nuestra torre Velasca. Pongamos en valor nuestras alturas más tremebundas, esas elevaciones que se han ganado con todo su honor la categoría de pequeños destarifos urbanos. Tal vez con un poco de esfuerzo, cambiando (que no girando) la mirada, lo podamos lograr.

Candidata uno: la Pagoda

El before after que peor ha resistido la comparación. Hasta el nombre se emborronó con el trayecto. De Torre de Ripalda a La Pagoda, ¡viva la figuración! La obra joven de EVV (Antonio Escario, José Antonio Vidal y José Vives) bajo el sambenito de: 1/ su contundencia, un estruendo en mitad de Monforte, suplementado por el miedo atávico a lo que era de baja altura y de repente aumenta en plantas. 2/ Su carácter residencial privativo, tan de puertas para adentro, concebido como cogollo burgués, y 3/ sobre todas las cosas, por lo que fue y dejó de ser. El Palacio de Ripalda, fetiche de los memoriosos, la harmonía con el espacio. 

Es tentador imaginar cómo sería esa València conservando el rastro palaciego. Pero, desagradecidos nosotros, demos gracias al torreón que permitió subir de altura. 

Nadie integra La Pagoda en el imaginario visual de València, pero sumar la visión del edificio junto a el elevado de Esclavas, las palmeras y el kiosko de la Pérgola es una de las mejores maneras de explicar un fragmento de la ciutat.  Fijo que Fernando Giner ya la ha visitado con profusión para alimentar su sección de interiorismo ‘Nos vemos en tu casa’.

Candidata dos: Ágora.

Claro, que si a Calatrava se le caen las cosas, que si mimimi. El odio visceral de esta ciudad por el calatravismo hizo incomprendida el Ágora. Es verdad que siempre había que consultar de qué era ágora el Ágora. Del tenis a la ilusión de la demolición. Su nuevo uso como caparazón del CaixaForum es la mejor buena nueva. La nuez desprovista de fruto, limitada solo a cáscara. Superada la fase en que todos imaginamos una celebración colectiva viendo como los explosivos hacían trizas el edificio, ahora ya solo es momento para elogiar esta suerte de torre destinada a, con unos arreglillos periódicos, formar parte de la línea de visión de una ciudad retrofuturista.

A favor del Ágora está su relación fluída con el Net art, la derivada más digital del arte en el que las formas líquidas y los colores eléctricos se superponen. Esta torreta curvada lo tiene todo: vida propia, pasado, andamios… y lo más difícil todavía: de partida la obra más relevante del CaixaForum es su propio edificio cobertura. Encierra una manera de encarar el mundo. 

Foto: KIKE TABERNER

Candidata tres: complejo 9 d’Octubre.

Multitorres intrusas. El arquitecto Javier Hidalgo nos decía: "De las actuaciones más desastrosas que se han llevado a cabo en las últimas décadas en Valencia. Cómo el patrimonio se ve demasiado a menudo supeditado a los intereses políticos y económicos”. Si es que cualquier cosa nos parece mal… Un trabajo de artistas esto de maniatar un patrimonio artístico, obra de Joaquín María Belda, y asediarlo con las cuatro súper torres. Un ejercicio de testosterona arquitectónica. El propio Hidalgo definió el paisaje como de un “protagonismo intimidante del conjunto”.

No hubiera estado nada mal que las propias torres llevaran incorporadas unas flechas señalizando que, a sus faldas, se esconde un patrimonio éste sí relevante. 

Candidata cuatro: Nou Mestalla

Que ya, que no es una torre, pero el efecto que debe proporcionar desde lo alto de sus graderías silvestres es justo el mismo que encaramado sobre un rascacielos. ¡Esa verticalidad pensada para una hinchada! Yendo al grano, el Antic Nou Mestalla es verdaderamente la edificación más insólita, la encarnación del disparate. Y claro, lo estamos desaprovechando. Ojalá dar por superado este episodio, abandonar cualquier tipo de fantasía de concluir la obra, y acicalar las instalaciones como monumento. Visitas guiadas, tours arqueológicos, comparativas a través de la realidad aumentada de lo que sería vivir un partido de fútbol en el enclave… o, why not, en el más difícil todavía, levantar una verdadera torre en el centro del estadio, con vistas a la Dama Ibérica. Hay que tomarse más en serio el despropósito propio. 

Candidata cinco: Torre Miramar

Cuántos ríos de tinta hemos vertido sobre nuestro edificio inútil favorito. La mantis religiosa paralizada, el fósil más reciente de la historia, el cresol de la inversión iluminada, el mirador desde el que no mirar nada. Llegamos a consultar qué performance artística debía hacerse dentro de ella. Sin embargo, es la Miramar en sí misma la que es un (des)uso. Una actuación llamada a dejarse colonizar por la naturaleza (¡ojalá sembrarla para que se transforme en un enorme pivote vegetal!). Foto: KIKE TABERNER

Hackear la ciudad es esto. Rompernos los esquemas. Habrá un tiempo en el que reivindiquemos la originalidad de crear un mirador desde el que no mirar a ninguna parte.

Aunque quizá la torre más paradigmática no ha llegado todavía. La torre por hacer es aquella que, frente a una cordillera de torres amurallando la ciudad de la huerta, sirva para subir a su terraza y poder otear los campos desde ella. 

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