El viernes se celebra una nueva edición de los conciertos de bienvenida del curso organizados por la Universitat de València
VALÈNCIA. Existen dos grandes grupos de personas, indefectiblemente determinados por la evolución de la estupidez que demuestran a lo largo de su biografía. La constancia de tu propia estupidez, esa con la que naces como ser humano antropocéntrico y que necesita ser domada con el paso de los años, define en qué grupo te sitúas atravesada buena parte de tu existencia. Hay, por tanto, dos grupos enfrentados: por un lado, el de los que consiguen, por voluntad propia o vencidos por el devenir de los acontecimientos vitales, ser menos estúpidos de lo que eran años atrás; por otro lado, el de los que luchan cada día por mantener constante la autenticidad de sus astracanadas o incluso aumentarla en calidad y cantidad.
En el primer grupo, el de los que someten su estulticia con el paso del tiempo, existe, además, un elemento claramente diferenciador: el autoconocimiento, la asunción de que antes eran más necios. Los humanos somos muy estúpidos, pero también somos lo suficientemente inteligentes como para saberlo, ya lo dijo Henry Porter. Uno mira hacia atrás, cuando iba a los conciertos de Benvinguda de la Universitat de València, y entonces entra en juego el análisis (o no) alrededor de la virtud de mejorar con el paso de los años. Ojo, y no precisamente por el hecho concreto de acudir a tales celebraciones, ni mucho menos.
Sin embargo, a escasas horas de una nueva edición de los conciertos de bienvenida de la Universitat de València, cabe pararse a analizar el evento, marcado en el calendario de cada año, desde la mayor de las estúpidas superioridades morales de quien estuvo ahí antes. Cabe pararse a analizar si, de hecho, el propio ciclo de conciertos perpetúa esa dialéctica dicotómica juzgando, en exclusiva, la evolución de la línea de programación en lo que va de siglo XXI. Es imprescindible saber en qué grupo habría que clasificar a los conciertos de Benvinguda en caso de corporeización repentina.
Los años en los que los conciertos de bienvenida de la Universitat de València ocupaban el lugar y la forma del festival que todavía no existía en València han quedado atrás. De aquellos fastos, estos lodos. Lo que empezó en 2012 -con autobautismo incluido como Festival en los carteles- tuvo su punto álgido entre 2013 y 2015, y bajó el telón -de momento- el año pasado con mayor austeridad. Sin embargo, lo que este año tiene la denominación justa de “concert de benvinguda 2017” sigue bebiendo de la fuente invisible de los festivales: la reiteración de la propuesta en la programación de determinadas bandas, que repiten una y otra vez. El clásico del festival indie de carácter fordista que tanto predicamento tiene en España: sacar la plancha de programar los mismos conciertos.
Este viernes, junto a Viva Suecia, actuarán en la Plaza de Toros de València dos grupos más: Aspencat y Txarango. Más allá de la difícil conjunción armónica entre los dos últimos y los primeros, lo que llama poderosamente la atención aquí es, en efecto, el déjà vu. Esa sensación de “esto ya lo he vivido yo” tan española. Ese “remember Sammy Jankis” tan poco necesario del Memento valenciano. Mientras Txarango ya actuó en las actividades previstas por la Universitat en 2013 con Els Catarres como socios de escenario en la entonces Sala Noise, la de este año será la tercera vez ya para Aspencat; los valencianos actuaron en 2012 junto a Bongo Botraco y, hace sólo dos años, acompañados de Ana Tijoux en el inabarcable cartel del Festival de Benvinguda en 2015.
La agenda de programación de los conciertos de bienvenida del curso universitario en València no necesita más de dos o tres páginas. Es como la moda para los cuñados: cíclica, todo vuelve. Es, en realidad, un ejercicio de creatividad tan poco esforzado que se da la vuelta a sí mismo en lo meritorio. Evidentemente, los casos de Aspencat y Txarango no son aislados. La redundancia en la programación de los conciertos se acerca peligrosamente al pensamiento único. Es cierto, el establecimiento de la fórmula basada en la combinación del indie nacional (de garrafón) -que se había asomado en el atractivo cartel de 2002 con Los Planetas y Antònia Font (junto a Fangoria), pero no se impuso hasta 2010 con Lori Meyers y Niños Mutantes- y el rock, normalmente valenciano o catalán, más militante del momento reduce considerablemente las posibilidades del cartel.
Sin embargo, no deja de ser llamativo que, en cuestión de siete años, haya grupos con aparente tarifa plana en los conciertos que programa la Universidad. A Aspencat y Txarango hay que añadir la insistencia con grupos como Manel (2011 y 2016), y los citados Els Catarres (2013 y 2016) y Niños Mutantes (2010 y 2014, con los conciertos en la Casa de la Cultura de Burjassot). Al grupo de bandas que han repetido, en este caso más allá de esta década, hay que sumar el nombre de La Habitación Roja, que sí ha visto como se espaciaban sus conciertos con más de una década de por medio: 2001 y 2012.
Aquellos primeros años, los del inicio de siglo, mantenían una especie de excepcionalidad en el discurso musical que se ha ido perdiendo por el camino al tiempo que la cosa mutaba para adaptarse a las tendencias del momento. Aquella primera vez de La Habitación Roja, en un cartel que unía a Dover con Bajoqueta Rock, Ariel Rot y a “cantautores valencianos” (sic) como Julio Bustamante, Óscar Briz, Feliu Ventura o Remigi Palmero ha quedado ya muy atrás. Es inconcebible algo similar ahora mismo. Ha pasado década y media y hoy la línea es otra muy diferente a aquella convivencia de géneros sin pasar factura.
La ley del momento ha determinado el recorrido de la línea editorial de los carteles; y tampoco se les puede juzgar, más allá de la reiteración y de la acusada falta de imaginación, porque parecen tener siempre muy presentes a su público objetivo. Esa línea, marcada al principio por la dictadura de la radiofórmula y luego por el modelo de éxito del festival indie, ha propiciado que, más allá de la inicial, los conciertos de Benvinguda de la Universitat hayan pasado por dos fases bien diferenciadas. La primera de ellas, hasta 2010, estuvo protagonizada por el dominio de la ola de grupos de aquello que se dio en llamar -suspiro- fusión en unos casos y sonido Barcelona en otros (Macaco, Bebe, Ojos de Brujo, Chambao, Muchachito Bombo Infierno) junto a esa tendencia a incluir grupos de rock combativo -casi siempre de idéntica inspiración ska y reggae- que resiste en cierta medida esta década (Sva-Ters, Dr. Calypso, Orxata Sound System, Ki Sap).
A partir de 2010 se ha terminado por imponer la ley del mercado: la que dice que todo lo que sea vestido con ínfulas de indie de Radio 3 tiene asegurado el éxito. El viraje indie de los carteles desde que arrancó esta década es indiscutible. Juntos, Miss Caffeina, Supersubmarina, Manel, Sidonie, León Benavente, Second o Anni B Sweet podrían formar con amplia credibilidad el cartel del mejor escenario de un festival indie. Por fortuna, las tendencias musicales no terminan de afectar a una oferta multidisciplinar de arte público, teatro y un programa de igualdad en la diversidad que conviven con los conciertos de Bienvenida.
Las entradas estarán a la venta el próximo jueves 10 de noviembre a partir de las 12h
Abrirá la noche Alan Neil, presentando su último disco Rave Flamenca con su fusión de electrónica de raíces flamencas