El conocimiento y la innovación son las variables determinantes para la pervivencia y posible expansión las empresas
En este país, para nuestra desgracia, la discusión sobre la creación de empleo y la calidad del mismo, casi siempre suele girar en torno al funcionamiento del mercado de trabajo, dando la impresión de que son las reformas en este campo las que, por razones que, yo al menos, desconozco, pueden garantizar que las cifras del paro se reduzcan sistemáticamente en el tiempo. Llegando así a una situación como la presente, en la que el empleo crece, aparentemente a ritmos vigorosos, cuando en realidad dicho crecimiento se produce de manera precaria, con jornadas de trabajo totalmente exóticas y con salarios que ni siquiera merecen ese nombre. Naturalmente, no es necesario haber estudiado Economía en Harvard para entender que si el salario fuera próximo a 0 € y la disponibilidad del trabajador, 24 horas al día, siete días a la semana, el empleo alcanzaría cotas nunca vistas en la Historia de la Humanidad. Pero no parece que esto sea muy razonable, ni tampoco muy humano.
Sin perjuicio de que la discusión sobre el funcionamiento eficiente del mercado de trabajo esté plenamente justificada, con el fin de que éste no suponga un freno artificial al libre desenvolvimiento de las empresas en un mercado intensamente competitivo, sería, no obstante, muy aconsejable que dedicáramos al menos una pequeña parte de nuestro tiempo a reflexionar sobre el verdaderas causas que explican los niveles de empleo existentes, así como la calidad del mismo; y ello, a sabiendas de que la reflexión sobre cualquier cosa no sea precisamente uno de nuestros puntos fuertes.
Para empezar, es muy poco discutible que el nivel de empleo de un país, o de una comunidad como la nuestra, no es más que el resultado simple de multiplicar el número de empresas, por su tamaño medio. De modo que si un territorio dispone de 100.000 empresas, y su tamaño medio es de 5 trabajadores por empresa, entonces habrá, sin ninguna duda, 500.000 trabajadores empleados, pero no más. No es preciso, por tanto, ser un lince para entender que el crecimiento en el número de empresas, o, alternativamente, un aumento de su tamaño, o ambas cosas a la vez, elevará el volumen de empleo alcanzable. Una ecuación que algunos dirigentes políticos debieran tener muy presente a la hora de diseñar sus propias estrategias económicas de actuación en este terreno. Que España, a la altura de 2015, ocupe todavía el puesto 82 (entre 189 países) del ranking de Doing Business del banco Mundial en el apartado “facilidad para abrir un negocio”, y el 101 en “manejo de permisos de construcción” no solo resulta incomprensible, sino que refleja el despiste generalizado que existe en esta materia.
Ahora bien, no solo se trata de cuántas empresas de determinado tamaño tenemos en un momento dado. Desde un punto de vista dinámico, los aumentos (o disminuciones) de los niveles de empleo también dependen de la capacidad de adaptación en el tiempo que las empresas de dicho territorio tengan a un entorno competitivo que es extremadamente complejo y cambiante; de tal modo que, a largo plazo, la posibilidad de aumentar el número de empresas, o su tamaño medio, dependerá de la solidez de las estrategias competitivas de las empresas ya existentes, y también del acierto en la elección de las nuevas actividades escogidas por quienes las pretenden llevar a cabo.
Lo que es innegable es que, tanto en un caso, como en el otro, el conocimiento y la innovación aparecen como las variables competitivas determinantes para la pervivencia y posible expansión tales empresas. Entre otras cosas, porque cuanto más intensivas en conocimiento sean nuestras actividades productivas, más posibilidades tendrán de manejarse de manera solvente en un mercado global, en el que siempre habrá un competidor en alguna parte del mundo que pueda producir bienes estandarizados a costes inferiores (gracias, precisamente, a la flexibilidad extrema de su mercado de trabajo).
El salario medio nunca podrá estar por encima de la productividad regional media, porque es la única fuente de ingresos para “pagar” salarios
Y por lo que respecta a los salarios y a la calidad del empleo, que son variables que suelen ir unidas, sería bueno recordar que éstos tienen un límite superior que no es posible rebasar, sea cual sea la intensidad de la demanda o de la oferta de trabajadores en el corto plazo. Dicho límite está fijado por la productividad (valor añadido, por trabajador) obtenida por las empresas presentes en un territorio. De tal manera que, como queda perfectamente reflejado en el siguiente gráfico referido a la Comunidad Valenciana (CV), el salario medio nunca podrá estar por encima de nuestra productividad regional media, sencillamente porque ésta es la única fuente de ingresos disponible para “pagar” los salarios, retribuir los beneficios, y financiar los servicios públicos. Todo ello sin olvidar, además, que la productividad también determina el nivel de nuestra renta per cápita, la cual no es otra cosa que el cociente obtenido entre el Valor Añadido Total y la población de un territorio.
Productividad aparente del trabajo, salarios y RPC. Comunitat Valenciana (2014)
Esta es la explicación del por qué el salario medio en el País Vasco, por ejemplo, roza los 27.000 € (frente a los 19.879€ de la CV), con una productividad media regional de 74.304 € (55.164€, en la CV), o por qué el salario medio en el conjunto de España se acerca a 23.000 €, con una productividad por trabajador que alcanza los 61.000 €; estando, sin embargo, las empresas sometidas a la misma regulación del mercado de trabajo vigente en todo el territorio nacional.
Conclusión: productividades altas, generan elevados niveles de renta per cápita y posibilitan salarios elevados. Productividades bajas deprimen la renta per cápita, y “obligan” a pagar salarios bajos… Y luego, sí, naturalmente, está el mercado de trabajo.
Mi propuesta, por tanto, es que si queremos hablar seriamente del empleo y de la calidad del trabajo, abandonemos, de una vez por todas, esa obsesión monotemática tan extendida por el mercado de trabajo, y nos centremos, de un lado, en eliminar las trabas al acceso a la profesión de empresario, y, de otro, en observar lo que ocurre en el interior de nuestras empresas; a saber: qué hacen, cómo lo hacen, y, sobre todo, qué niveles de productividad y valor añadido son capaces de generar. Es entonces, y solo entonces, cuando podremos divisar en el horizonte alguna solución sensata, y verdaderamente estructural, a nuestros principales problemas económicos; y, particularmente, al problema del empleo y a la deseable calidad del mismo. Esperemos que no pasen otros veinte años para lograrlo.