La pandemia por la covid-19, una de las principales preocupaciones que sigue copando telediarios, tertulias y noticias, e incluso en ocasiones, inusuales espacios mediáticos, ha sido y sigue siendo objeto de glosa por todos ellos, con abundante análisis acerca de su impacto y consecuencias a todos los niveles. A lo que hay que sumar el drama y sufrimiento de muchos pacientes y familias y el inestimable trabajo de nuestros profesionales sanitarios, así como el esfuerzo y valentía de todos aquellos héroes anónimos, para quienes el teletrabajo no ha sido una opción y que, sin encontrarse en el centro del foco mediático, han sido los verdaderos responsables de que día tras día hayamos podido avanzar en la desescalada alcanzando la conocida como ‘nueva normalidad’.
No obstante, durante estos meses también hemos visto cómo la alargada sombra de la pandemia ha seguido golpeando con crudeza, agravando no solo las desigualdades económicas sino también las sociales; generando estragos en quienes todavía sufren en silencio la lacra de la violencia de género y condenando en muchos casos a las personas LGTBI, a la vuelta a los armarios y a la invisibilidad con tal de evitar, a toda costa, el miedo a la incomprensión y al despecho fraternal del entorno familiar junto con el que se han tenido que confinar.
Día tras día, han ido trascendiendo numerosos casos y episodios de LGTBIfobia, también incluso, cuando algún rostro conocido ha salido públicamente del armario, con un ejercicio de libertad que estoy seguro de que ayudará a muchísimas personas. No obstante, por desgracia, lo cierto es que a los mensajes de apoyo y cariño ante semejante paso hacia adelante, se sumaron los insultos y descalificaciones que emponzoñaban la noticia en redes sociales. Pues salir del armario en ciertas circunstancias, siendo una persona pública puede que resulte difícil, pero más aún lo es todavía en otros ambientes, como pueda ser un pequeño pueblo situado en un entorno rural como el mío con apenas 300 habitantes.
Es incontestable. Pensemos que si romper los roles heteronormativos supone siempre un paso hacia adelante en el camino hacia quererse a uno mismo tal como es, en lugares alejados del entorno urbano en los que se convive a diario con las mismas personas y, en ocasiones lamentablemente con los mismos prejuicios, mostrarte tal como eres puede que se convierta en tu mayor reto vital, en una puerta con doble fondo que traspasar, o incluso en la barrera de la represión autoimpuesta por miedo a la homofobia de familiares, vecinos y allegados junto con el temor a cruzar la frontera de salir de la mano con tu pareja por la calle.
Es uno de los dramas que han castigado a muchas personas LGTBI, al tener que volver al seno familiar durante el confinamiento y que, en el caso de algunos compañeros trans, el confinamiento por la covid les ha condenado irremediablemente a tener que elegir, entre la vuelta al rechazo por ser ‘diferente’, por no encajar con los estereotipos preestablecidos todavía persistentes en algunos ámbitos; o a cerrarse todas las puertas, atados a la abnegación del silencio atronador que oprime su realidad.
Por eso mismo, porque la diversidad no entiende de lugares ni oficios, ni mucho menos de la estigmatización y estereotipos que todavía a día de hoy se sufre en muchos ambientes, entornos de trabajo, aficiones y dedicaciones como la mía, que además de abogado de profesión, diputado y amante de la naturaleza, como apasionado agricultor que soy, he tenido que escuchar y hacer frente en demasiadas ocasiones a episodios repletos de machismo latente y desprecio por motivo de la orientación sexual en el entorno rural, en ocasiones taimado de prejuicios que todavía quedan por desterrar.
Por este motivo, la diversidad en la que firmemente creo y por la que sigo y seguiré luchando, se basa en el derecho a ser y amar, a quererse y realizarse libremente; porque la mejor aliada de la diversidad es la valentía, la que cada día esgrimen quienes emprenden su proyecto de vida, rompiendo estereotipos y venciendo estigmas en pro de la libertad y la igualdad real. Porque seremos libres y efectivamente iguales, cuando seamos plenamente visibles, cuando subir al pueblo no signifique meterse en el armario, ni practicar tu profesión o desarrollar tu talento, tu pasión y creatividad sea de ‘hombres’, ‘de mujer’ o ‘solo para heteros’, sino para todos.
Por eso mismo, porque el Orgullo, su conmemoración y celebración, este año telemática, es la reivindicación que nos integra a todos, vayamos ataviados con los aperos del campo; o a lomos de una carroza manifestándonos libremente por las calles tal como somos, levantando la bandera arcoíris en pleno desfile del Orgullo LGTBI; porque, al fin y al cabo, mal que les pese a algunos, ambos roles forman parte de nosotros, de nuestra realidad y nuestra libertad para expresarnos sin tapujos. Porque nuestra única diferencia está en a quién amamos, y precisamente, hacerlo libremente es el gran reto común que a todos debe unirnos y entre todos debemos conseguir.
Jesús Salmerón Berga es abogado y diputado de Ciudadanos en Les Corts Valencianes