Nueve productos creados desde la ciutat con un protagonismo al alza por su confección, su mensaje, su trascendencia…
VALÈNCIA. Sus creadores no se distinguen por comer tupper de paella los lunes ni aparentemente les gusta más lo de aquí que lo de París, pero toda una generación de valencianos anda suelta logrando que ahí fuera comiencen a multiplicarse los ‘lovers’ de lo suyo: una ristra de objetos que mejora la funcionalidad diaria y sus circunstancias.
Objetos made in València ganando posiciones.
Un taburete desmontable de pequeñas dimensiones desarrollado en bandera, de apariencias robustas pero líneas limpias. Su creador, Samuel Gallego (aquí mostrando la practicidad de su montaje) imaginó respuestas para la vida en tránsito a la que nos encaminamos: “fue una época en la que estuve a caballo entre varias ciudades. (...) Empecé a investigar acerca de la vida nómada y pensar en objetos para estos nuevos nómadas”.
El taburete que puede llevarse a cuestas para apearse en cualquier lugar. Desmontable en cuatro piezas, cada una de las partes, individualmente, son como jeroglíficos que al unirse definen el producto. Se presentó en la Sebastian Melmoth de València dentro de la exposición ‘N(e)omads’.
Samuel Gallego, últimamente, le ha encontrado una utilidad bien provechosa: “El tren en Barcelona dependiendo de la hora es imposible encontrar un asiento, por lo que me evitó quedar de pie en un par de ocasiones”. Soluciones nuevas para problemas antiguos.
Pero no una canónica porque es la única que resuelve uno de esos problemas que perturbaba la festiva cotidianidad. Permite servir la fruta en el mismo producto al acabar la bebida. Sus virtudes fueron expuestas en la feria de diseño de Estocolmo -la Stockholm Furniture & Light Fair- y ahora se encuentra en pleno proceso de expansión.
La creación, obra del valenciano Luis Herram (estudio Smallgran), propone significar la tradición y cultura valenciana a través de una pieza de gres con el interior esmaltado, fabricada artesanalmente por los propios diseñadores. Evita un mal mayor: que la fruta caiga durante el vertido del líquido. Qué empastre cuando ocurre. Una vez acabada la bebida, la jarra se coloca en horizontal y se convierte en plato del que comer la fruta. Pragmatismo valenciano.
Luis Herram hace una confesión: “al ser un producto para sangría no ha sido un gran sufrimiento testear ampliamente el producto para refinar su diseño”.
Una función manufacturada en plena revelación por su uso para colgar plantas. “Nuga (paraula en valencià) = Anuda (palabra en castellano). Nuga nace precisamente de eso, del significado que tiene la palabra anudar: hacer uno o más nudos, o unir algo con un nudo, juntar, unir, estrechar”. Haciendo nudos Laura Losada y Jennifer Merienda concibieron la fusión entre el macramé, la cuerda y la planta en un arrebato de mediterraneidad. Su catálogo incluye nombres como Capellanet, Bacora, Cabut o Llisa (“todos nuestros productos tienen nombres de pescaditos”) para diferenciar el color y las estructuras del nudo.
Hechos a mano, han cruzado el charco (nadando, claro) y decoran casas de aquí y de allá, sujetando plantas. Su filosofía por la creación lenta y delicada se fue al traste cuando una marca valenciana de calzado les pidió 600 macramés para acompañar y diferenciar a sus productos en tiendas multimarca de todo el mundo. “Ahí sí que no podíamos ir despacio y sin prisa como nos gusta a nosotras trabajar… pero todo salió perfecto”. Viva el macramé.
No uno cualquiera, claro. “Un perchero de pared que involucra al usuario en su creación”, cuentan sus creadores, David Galvañ y Manuel Bañó, de LaSelva, estudio con una mitad en València y la otra en México. Es un producto que se vende en plano, puro flat-pack. Cuando el usuario lo recibe necesita doblar con sus manos el metal antes del doblaje y… eureka, pasa de ser una pieza plana a un producto 3D. El porqué de distribuirlo en plano tiene una lógica aplastante: “Queríamos (...) reducir el coste de los envíos y poder enviarlos en un sobre A4”.
Financiaron la producción eminentemente a través de la plataforma Kickstarter y sus principales países de compra son Estados Unidos y Australia. Pero no todo fue sencillo y fluido. Los agujeros de los percheros estuvieron a punto de dar al traste con la creación por culpa del tamaño. “Loop se fabrica cortando a láser una chapa de acero inoxidable que luego se pinta con pintura en polvo al horno; cada tira de metal tiene cuatro agujeros que sirven no solo para unirla a la madera y posteriormente a la pared, sino para poder colgar las piezas para el proceso de pintado.
Pues bien, los agujeros no eran lo suficientemente grandes (aunque ya lo habíamos comentado con la fábrica) como para poder colgarlos en los ganchos de la cabina de pintura. Para arreglar esto tuvimos que llevarnos las 2000 tiras de metal en crudo, ya cortadas en el láser, al taller del CEU (donde habíamos terminado el año anterior el máster) y hacer uno de los agujeros (sólo uno) de cada Loop 1mm más grande con una broca de metal”.
y mochilas urbanos fruto del trabajo de una artista textil y un arquitecto, Alejandra y Ruggero. En sus credenciales reivindican su valencianidad, la importancia local. “Aunque los primeros pasos se dieron en Roma, Oobuka terminaría adoptando el barrio del Carmen en Valencia (España) como sede del taller de diseño”. Ondean como emblema una frase del diseñador Bruno Munari: “Lo bello es la consecuencia de lo justo. Un proyecto exacto da un objeto bello”.
Y desde entonces comenzaron a hacer justicia. “Diseñamos un bolso para la bici que se monta en el manillar pero que cuando aparcas te lo puedes llevar de bandolera, así es más cómodo, vas con un bolso más pequeño que luego te puedes llevar. Digamos que nos planteamos un producto que pueda resolver una necesidad específica”, “creemos que la estética de un producto debe ir en proporción a su funcionalidad. Las tendencias nos son para nada nuestro objetivo, queremos productos que duren, independientemente de modas”.
El ‘hecho en València’, lejos de la idea del lastre, comienza a ser sello para muchos de estos productos en proyección. “Es enteramente local, diseñado, fabricado y con materiales producidos aquí, lo que nos permite controlar personalmente todo el proceso, con un sistema productivo responsable y respetuoso, no solo en la fabricación del producto, sino con las personas que son parte de este proceso”.
Pero vayamos al grano: ¿qué significa Oobuka? Nada, no significa nada. Les atrajo del nombre aleatorio su sonoridad, su amplitud de significado. Sin embargo un día recibieron un correo lejano. “Desde Japón, una chica diciendo que le encantaba nuestro trabajo y que estaba feliz de que nuestros bolsos llevaran su apellido de soltera…”.
Bailoteando entre eras, formulando paralelismos con el tiempo. “Son pequeños fragmentos de la antigüedad que han sido transformados por una mirada contemporánea”. Jarras como la Fig. W se pueden encontrar en València, Madrid, Nueva York, Brooklyn, Portland, Michigan y Copenhague. Para nuestro proyecto la internacionalización es uno de los ejes principales, sería muy complicado avanzar con Canoa navegando solo por territorio nacional”.
Los recipientes que crean “son fuertes, rudos, toscos... al mismo tiempo que sensibles, armónicos y equilibradamente imperfectos”. Sus creaciones buscan acabados y formas con reminiscencias en el mundo natural, prestando atención a las texturas, los colores y las formas que se encuentran en lo orgánico. Lo hacen deteniéndose en la arqueología y en las formas de construir de la antigüedad.
Partir del pasado, reinventarlo, provoca evocaciones. Una usuaria viendo en Instagram una de sus obras replicó con una imagen encontrada en el museo de Prehistoria de València de unas piezas cerámicas. “Esa relación directa que hizo entre nuestras piezas realizadas en el S. XXI y otras construidas en la Edad del Bronce nos proporcionó uno de los momentos más mágicos que hemos vivido”.
Así lo describe el diseñador Sergio Mendoza, creador uno de los productos con mejor irrupción en el territorio. Una pieza para sujetar cómodamente la bicicleta en interior. “Sencillo, amable a la vista y lo mejor de todo… funcional”. La creación valenciana (oh, diablos, los valencianos y su obsesión por las bicis) se vende en tiendas especializadas de Nueva York, Londres, París, Barcelona, Berlín, Amsterdam o Bruselas. La venta online es en un 85% internacional, con Alemania y Francia como dos de los mayores mercados.
Pero el origen es mucho más cercano, fruto de una casualidad. “Partimos de unos procesos y manos específicas que iban a producir algo -sigue Mendoza, junto a Sandra García responsable del proyecto-. Sabíamos que queríamos hacer algo con gente concreta y los medios que tenían, pero no sabíamos qué. Donde lo íbamos a hacer era en el pueblo valenciano de Manuel. Justo allí hay una interesantísima implantación de la bici en el día a día entre sus habitantes más mayores (los ancianos de ochentaytantos siguen yendo en bici)... por eso optamos por la bici”.
A pesar de su alcance mundial la mayor satisfacción para WAO fue que el pueblo de Manuel les felicitara por el vídeo con el que promocionaron el proyecto. “Nos dijeron que seguramente era la mejor campaña de turismo que habían tenido”.
El casco valenciano ha alcanzando dominios de venta como el MoMA de Nueva York y es ya un clásico entre el espectro creativo de las grandes ciudades. Lo hacen arropados por su origen: “Nos hemos propuesto utilizar el talento que tenemos en València para diseñar y unirlo con nuestra capacidad de innovación y de esta manera darle un significado diferente a productos convencionales”.
Recuerda Ferrando cuando en los noventa utilizaba la bici de forma natural para transportarse por València, “en una ciudad plana y con poca lluvia”. “Por aquel entonces me llamaban en la universidad ‘el vagabundo’; ir en bici reflejaba un estatus económico inferior. Hoy las cosas han cambiado mucho, para muy bien. Mi mujer era una de esas personas que preferían no utilizar la bici por la ciudad, no quería ponerse un casco de bici de montaña. Hoy, y según las encuestas que mandamos, casi un 8% de nuestros clientes nos dicen que gracias a Closca utilizan más la bicicleta. Y eso es nuestra gran satisfacción”.
Tan simple, tan aventurado por pretender, desde Alboraya, introducirse en el segmento de la papelería de diseño. Hoy se venden principalmente en concept stores creativas de todo el mundo “donde la selección de producto se podría comparar con la que haría un curador en una galería de arte”.
Sobre todo son unos verdaderos objetos fetiche. Las portadas presentan dos diseños, uno en la parte frontal y otro en el reverso. Tiene un estilo eminentemente gráfico que se alimenta de las tendencias urbanas contemporáneas. Son productos que andan a medio camino entre objetos de papelería y de decoración por su contenido plástico. “Están hechos íntegramente con papeles artísticos de altísima calidad de la reconocida marca Fedrigoni, los acabados están estampados manualmente en oro aportando un toque de distinción y muestra el cuidado con el que han sido confeccionados. Y lo más importante de todo, que están 100% diseñados y fabricados en València”, dice.
Las navidades pasadas, cuenta, le contactó “una tienda maravillosa de Barcelona donde sólo se venden productos hechos o diseñados allí y en cuyo nombre hasta se incluye la palabra ‘Barcelona’. Se quedaron tan prendados de los cuadernos que tras enterarse de que la marca era de València, y lamentarse profundamente porque no los podían vender allí ya que iba en contra de la filosofía de su proyecto, no tardaron ni cinco minutos en inventarse una excusa para llamarme y contarme que los iban a meter como fuese en su tienda, que tal vez no pasaría nada por tener algún rincón en la tienda con representación de otras partes ¡del mundo!”.
El mundo está muy cerca.