VALÈNCIA. De la obra literaria de Emmanuel Carrère se han hecho algunas adaptaciones, como La clase de nieve, de Claude Miller o El adversario, de Nicole Garcia (ahora Pawel Pawlikovski prepara Limonov). Él mismo se encargó de dirigir la traslación a la pantalla de El bigote (editado por Anagrama, como toda su obra), titulada La moustache, convirtiéndose en su primera película de ficción. Ahora, vuelve a situarse detrás de la cámara para poner en imágenes el trabajo de investigación, en forma de novela, que escribió la reputada periodista de medios como Libération o Le Monde, Florence Aubenas, titulado en España, El muelle de Ouistreham.
Lo que Aubenas pretendía en aquel momento era conocer la precariedad laboral desde dentro, precisamente en un momento en el que la crisis económica se encontraba en pleno apogeo. Su interés se centraba sobre todo en las mujeres que se dedicaban al gremio de la limpieza. ¿En qué condiciones se encontraban? Para eso, se hizo pasar por una recién divorciada que llegaba a la ciudad portuaria de Caen para buscar trabajo. No tenía experiencia, ni referencias, así que inmediatamente fue redirigida a ese sector formado en su mayor parte por mujeres sin estudios y sin recursos. Pronto se dio cuenta de la explotación a la que estaban sometidas. Sus horarios eran imposibles, el esfuerzo físico que suponía era descomunal y lo que cobraban una miseria, sin tener además ningún derecho, ningún contrato ni apoyo sindical. En definitiva, se trataba de mujeres trabajadoras prácticamente abandonadas por el sistema.
En la película En un muelle de Normadía, que se encargó de inaugurar la pasada Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, Marianne (Juliette Binoche) llega a Caen, alquila una habitación de estudiantes y comienza a asistir a cursos para poder optar a trabajos como limpiadora. Pronto entrará en la rueda perniciosa de ese submundo donde conocerá de primera mano el abuso laboral. Pero, además de destapar este sistema de humillación laboral, la protagonista tendrá que enfrentarse a un dilema moral. ¿Hasta qué punto está bien lo que está haciendo? Al fin y al cabo, ella está mintiendo, es una privilegiada con una vida acomodada que está aprovechándose de los vínculos de amistad que ha establecido con mujeres que creen que es otra persona, que además está sola y sin recursos. ¿Qué merece más la pena, la propia historia que se quiere contar o las personas reales que la protagonizan? ¿Destapar las injusticias o traicionar la confianza de alguien que te quiere?
Emmanuel Carrère nos adentra en todas esas controversias éticas al mismo tiempo que compone una espléndida crónica social a través de un universo de sobreexplotación proletaria que escapa a los convencionalismos del género. No hay un afán de moralismo, simplemente una exposición transparente de lo que supone cambiar más de sesenta camas en una hora y media dentro de los ferrys que cruzan a diario el Canal de La Mancha rumbo a Gran Bretaña. O limpiar cuatro sanitarios por minuto en una urbanización paupérrima. Pero, sin duda, su gran acierto consiste en acercar la cámara a sus personajes de una forma muy generosa, de nuevo sin la tentación de caer en el miserabilismo, sino desde la empatía.
Su cámara se aproxima a cada uno de los personajes que van cruzándose en el recorrido de Marianne de manera extremadamente pura. Buena parte de los intérpretes que aparecen junto a Juliette Binoche son no profesionales y hay hallazgos realmente portentosos como ocurre con Hélène Lambert, que encarna a una madre soltera con tres hijos que saca adelante la economía familiar ella sola mientras sueña con hacerse un tatuaje. Todo el reparto funciona de una manera orgánica realmente emocionante y hay una especial sensibilidad a la hora de captar cada gesto de su cotidianidad sin ningún artificio. Carrère no necesita alardes estilísticos para contar esta historia sobre las cloacas del capitalismo sin dejar de lado su propio punto de vista a través de todas las ambigüedades que plantea.
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