Autor de novecientas publicaciones en revistas internacionales y de ciento cincuenta patentes, el castellonense Avelino Corma es uno de los ocho químicos más citados del mundo. Experto en catálisis aplicada a la petroquímica y el refinado, su línea de investigación más fructífera son las zeolitas, un material cristalino microporoso para obtener combustibles más limpios por el que su labor investigadora es referente en las principales compañías petroleras del mundo
VALENCIA. Premio Rey Jaime I de Nuevas Tecnologías y Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Doctor Honoris Causa por doce universidades a ambos lados del Atlántico. Miembro de la prestigiosa Royal Society de Londres. Novecientas publicaciones en revistas internacionales y ciento cincuenta patentes. El currículum del químico castellonense Avelino Corma (Moncofa, 1951) acumula todo lo que pueda soñar un científico: fundar un instituto propio en su país, descubrir innovaciones por las que se disputen las empresas y contribuir al conocimiento para mejorar las condiciones de vida de la humanidad.
El escenario de la entrevista es la sala de reuniones del Instituto de Tecnología Química (ITQ), que él mismo impulsó en el campus de la Universidad Politécnica de Valencia, donde Corma y los cinco grupos de investigación que habitan el instituto suelen ponerse al día. El edificio se encuentra en ajetreada fase de reformas. En los laboratorios, el instrumental aguarda oculto entre cajas de cartón. Toda una metáfora de los tiempos actuales de la ciencia en España.
Corma pertenece a la generación de los científicos que comenzaron su primer proyecto de investigación con lápiz y papel, una mesa y una silla y una biblioteca, muy lejos de la sofisticada informática y avanzada microscopía. Al borde de los 65 años, en la plenitud del reposo del guerrero, observa con escepticismo el presente y el futuro de la investigación en nuestro país.
—En el momento dulce de los reconocimientos, ¿qué es lo que más le inquieta ahora?
— La continuación del gran esfuerzo de varias generaciones que hemos impulsado la investigación, la tecnología y el conocimiento en España. Queremos que los jóvenes bien formados continúen esa labor aquí. En España, para ocupar la plaza de profesor contratado doctor se necesita el doble o el triple de currículum que la de un assistant professor en las mejores universidades del mundo. Es gente de 35 a 40 años que debería estar investigando a largo plazo en un proyecto, y no yendo de grupo en grupo a ver qué puede hacer. Alrededor del 10% de las plazas se renueva, y este año va a subir algo. Se necesitarán años para volver al ritmo que teníamos. No hay continuidad ni planificación por la incertidumbre de cada legislatura.
—¿La ciencia en España siempre ha dependido de quién gobierne?
—Siempre ha sido así. Aquí todo es una dicotomía: eres bueno o malo, eres de derechas o de izquierdas. La universidad y la investigación deben ser independientes, partiendo de una política común del país que plantee los problemas y los retos. Aquí se dio un impulso importante a la investigación en el primer, y quizás segundo, gobierno de Felipe González, cuando Javier Solana y Alfredo Pérez Rubalcaba eran ministros. Muchos somos el producto de lo que se hizo en esa época. Después, incluso en la última etapa del PSOE, disminuyó claramente, y en los últimos años ha sido nefasto. Los recursos están muy por debajo de lo necesario.
—¿Son las empresas las que están salvando lo que queda de investigación en nuestro país?
—Diría que es, y sólo debe ser, un complemento. El Estado debe mantener la investigación básica. Las empresas no van a invertir en esa parte más fundamental, aunque también trato de llevarlas por ese camino, para que comprendan que es necesario si se quiere sacar una ventaja clara sobre los competidores. Aumentar el conocimiento básico es necesario para dar saltos más importantes dentro de la empresa o en centros de fuera, o ambas cosas. Las empresas más avanzadas lo hacen.
—Su gran referente es Santiago Ramón y Cajal.
—Desde muy temprano quise dedicarme a la investigación. Me apasionaba la figura de Ramón y Cajal, su espíritu español, el de un pueblo de guerrilleros, donde nunca ha habido una investigación planificada y el voluntarismo de unos pocos ha impulsado los avances. Ramón y Cajal es un ejemplo de que todo es posible aunque no haya organización.
—¿La ciencia sigue en ese plan guerrillero, a base de voluntarismo e iniciativas personales?
—La investigación en España todavía tiene un componente muy grande de voluntarismo. Uno se lo cree, se apasiona por lo que hace y se dedica en cuerpo y alma a avanzar la investigación, y busca los fondos de donde sea posible. El mayor control lo hacen los propios investigadores, aprovechando lo mejor posible los recursos para trabajar más. Cosa curiosa. La administración no es ágil, está anquilosada. Trata del mismo modo los fondos de investigación que el servicio de Correos. Necesitamos una administración dinámica y flexible.
—¿Y quién fue su referente local?
—En la línea de Ramón y Cajal, don Eduardo Primo Yúfera. Fundó el Instituto de Tecnología de los Alimentos, que es el más importante de España. Trabajó allí hasta los 80 años. Iba todos los días porque la pasión le dominaba. Muy pocos saben que fue director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde intentó racionalizar el número de institutos. Siempre hablaba de planificación. Fue un hombre muy avanzado para su tiempo.
—¿Qué mensaje escuchan más de usted sus discípulos?
—Les digo que, al final, en investigación competimos con todo el mundo, y para competir hay que tener ideas originales y capacidad para realizarlas, con mucha voluntad, ganas de trabajar y persistencia.
—Usted también se avanzó llamando a las puertas de los sectores productivos. Sin embargo, esos gestos suscitaban entonces bastantes suspicacias desde las posiciones más puristas entre los académicos.
—La primera vez que presenté un proyecto con una empresa multinacional tecnológicamente muy avanzada fue en 1979. Me preguntaron qué era eso de vender nuestra investigación a una empresa extranjera. Les contesté que todos se alegraban si una empresa de ingeniería española contrataba en el extranjero, cuando lo que hacía era vender conocimiento. ¿Qué hay de malo en vender conocimiento y conseguir a cambio un feed-back en conocimiento y fondos para atacar otros problemas de mi investigación? Esto es una simbiosis. Otra cosa es prestar un servicio, que sólo supone el dinero que te puedan dar, pero nunca lo he hecho ni lo haría.
—Sus años de formación pasaron en la Universitat de València, Madrid y Canadá. Volvió a Madrid como investigador del CSIC, y regresó a Valencia para fundar el ITQ. No le fichó la Universitat de València.
—El CSIC acordó con la UPV crear un instituto y me preguntaron si quería empezar allí. Yo era guerrillero, colaboraba en el departamento de Química Física y de Ingeniería Química de la UV en trabajos, tesis y proyectos conjuntos, pero no tenía allí nada oficial. En la UV había otras prioridades. De Madrid, me vine a Valencia a intentar levantar este instituto desde cero. Ese era el atractivo. Y lo movíamos entre dos, Jaime Primo en Valencia y yo desde Madrid. Había quemado todos los barcos, lo dejé todo en Madrid para venirme a Valencia, y no podía fracasar ni dejarlo fácilmente.
—Su labor científica se ubica en la llamada química verde, a medio camino entre los combustibles fósiles y las energías renovables.
—Todo aquel que ha trabajado la catálisis intenta hacer una química verde aunque no lo haya pensado nunca de esa manera. Un catalizador se diseña para generar energía con la mínima cantidad de subproductos y para cambiar procesos que usan reactivos peligrosos por otros que no sean nocivos. Todo eso son principios de química verde.
—Una de sus líneas de investigación más fructífera son las zeolitas.
—He utilizado las zeolitas para conceptualizar cada tipo de catalizador de una manera más racional. Podría decirse que son catalizadores de diseño. Cuando se diseñan con un objetivo claro de éxito, el avance favorece la productividad del proceso, con menos residuos y menos energía. La catálisis avanza gracias al desarrollo de nuevos materiales, permitiendo catalizadores más específicos para modificar las reacciones químicas. Son momentos muy excitantes.
—El ITQ también investiga en fuentes renovables. ¿España es un ejemplo a seguir en energías alternativas?
—El porcentaje de potencia instalada procedente de energía renovable en España es bastante elevado, pero se necesita una tecnología más puntera para conseguir una eficiencia mayor. Pero a perro flaco, todo son pulgas. Si las empresas del entorno se preocupan más por sobrevivir el día a día, difícilmente miran a largo plazo. Hay que romper esa conducción. Las empresas deben guiarse por convencimiento y viendo posibilidad de negocio, pero no por subvenciones.
—Es autor de 150 patentes. Hay investigadores que señalan la falta de apoyo para patentar los avances. ¿Comparte la crítica?
—Los servicios todavía no están al nivel que deberían, esperamos mucho más de ellos. Hay centros y personas dedicadas a la transferencia de tecnología y pueden ser de ayuda. Hasta ahora los investigadores lo hemos hecho todo, desde llamar a las empresas hasta negociar con ellas las patentes, y lo sufragan en buena parte los institutos como el nuestro. La gente dedicada a la transferencia tecnológica debe conocer muy bien las diferentes tecnologías para saber valorar a la hora de vender.
—¿Hay margen para revertir el cambio climático?
—Sin hidrocarburos fósiles, emitiríamos mucho menos CO2, pero si hay que usarlos, como mínimo hay que desarrollar tecnologías que produzcan la misma energía con menos combustibles fósiles. Aunque a mucha gente no le guste que se diga, el cambio del carbón y el petróleo al gas natural permite producir menos CO2, al tratarse de un hidrocarburo más rico en hidrógeno. Eliminar de golpe los hidrocarburos fósiles y poner a su nivel las energías alternativas hoy nos costaría más caro, es imposible que sea al mismo precio. Si es un problema económico, la sociedad debe decidir cuánto y cuándo quiere empezar a pagar las energías alternativas.
—¿Cómo ve el ciudadano Corma estos tiempos de cambio político en Valencia?
—Preocupado. Nuestra Comunidad está tan endeudada que difícilmente dispondrá de recursos para hacer una política propia de ciencia y tecnología. Las empresas, que son muy buenas en innovación, tienen un nivel tecnológico medio y deben avanzar más con las nuevas tecnologías para competir en el mundo. La política necesita una renovación total. Lo que vivimos es muy desmoralizador para el ciudadano. Necesitamos un sistema que detecte y juzgue a quien se salga de la línea.
—Aun jubilado, le seguiremos viendo en el ITQ.
—La experiencia enseña que cuando uno se hace mayor y hay jóvenes que empujan, y el espacio no es muy grande, casi te ven más como un despacho ocupado que otra cosa. Si físicamente y químicamente estoy bien, continuaré mientras pueda aportar. Pero lo dejaré sin problema cuando me hagan ver lo contrario. Lo que tenía que hacer, pienso que ya está hecho.
—¿Se ve futuro Nobel?
—[Ríe] No, ni pienso en eso. En mi campo hay gente muy buena, por lo que las probabilidades de que eso ocurra son bajísimas. Que fuera un español sería muy bueno, porque le daría una voz muy autorizada a nuestra ciencia para impulsarla a todos los niveles, que es lo más importante.
En 1990 Corma fundó el Instituto de Tecnología Química (ITQ), centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitat Politècnica de València, la referencia nacional en la investigación petroquímica. Con 180 investigadores, ochenta de ellos contratados gracias a los recursos que genera fuera, el ITQ colabora con una veintena de empresas líderes en el sector, tanto nacionales como de Europa y Estados Unidos.
(Este artículo se publicó originalmente en el número de abril de Plaza)