Un boleto hacia alguna parte, un puntito gulag, un kebab con patatas, una tortilla congelada, avisos de megafonía afónicos y una máquina de bebidas energéticas reluciente. Bienhallados a la estación de autobuses de València.
Entre los barrios de Campanar y Tendetes se puede trazar un mapa psicogeográfico para nostálgicos de la antigua Unión Soviética que no han salido de cruces para afuera. El antiguo hospital de La Fe, los edificios administrativos del PROP, el Expo Hotel, la bolera de Campanar, una plaza comatosa dedicada a Robert Baden-Powell, el fundador del Movimiento Scout Mundial y el núcleo de este artículo: la estación de autobuses.
Primero la arquitectura, después la manduca. La estación de autobuses se enmarca en el catálogo arquitectónico de la València del 57, cuando la ciudad sufrió lo que en valenciano se conoce como la riuà. La construcción del edificio buscaba agrupar a todas las compañías de transporte en un punto concreto, en lugar de que estuvieran diseminadas por la ciudad.
Fue Javier Goerlich quien plasmó sobre plano una gran infraestructura en el Llano del Remedio, que no vio la luz. Este proyecto no realizado suma un elementos más a la 'Valencia imaginada' de los proyectos de este arquitecto que no prosperaron. Décadas después, la estación fue edificada en el barrio de Tendetes sin prestar demasiada atención a elementos de accesibilidad, protección frente a las inclemencias meteorológicas o señalética clara. Vale que eran otros tiempos, pero hasta el año pasado no ha habido ningún claro movimiento desde los organismos de gestión y gobernanza por intentar evitar que las palomas fueran un pasajero más.
Pedro Nebot en esta columna de opinión publicada en Valencia Plaza señala que la estación de Menéndez Pidal “se podría erigir como candidata ideal para el escenario del próximo largometraje del director de cine norteamericano Quentin Tarantino. Necesita una rápida intervención, además de una fuerte inversión económica para mejorar las instalaciones del decadente edificio (…) La estación, en un estado decadente no dispone de limpia metales que valga para erradicar el óxido instalado en unas instalaciones que daña la imagen de una ciudad moderna deprimiendo al forastero en su estacionamiento. La mendicidad rodea el edificio”.
El profesor de Historia del Arte en la Universitat de València, Daniel Benito Goerlich, describe la terminal como “la auténtica llaga arquitectónica de Valencia”. Hace casi un año el conseller de Política Territorial, Obras Públicas y Movilidad, Arcadi España, comunicó la intención desde el órgano de gobierno de acometer una actuación en la estación de autobuses de València “para adecentarla y mejorarla con el objetivo de que València disponga de una estación de autobuses, en un momento en el que el transporte público es fundamental, a la altura de sus necesidades”.
Mientras tanto, en la estación de autobuses hay:
Y un kebab. Llamado BAR DONER KEBAB ESTACIÓN COMIDAS PARA LLEVAR, nombre que no se presta a confusión alguna.
Y una cafetería. Llamada BAR CAFETERÍA, nombre que no se presta a confusión alguna.
También hay un take away llamado EXIT como la comedia de acción y desastres surcoreana.
Y palomas en el suelo picoteando los restos de alimentos que provienen de todos estos sitios.
Me siento en una mesita anónima de la cafetería BAR CAFETERÍA y me pido un café, que es lo que hay que tomar en las cafeterías que se llaman BAR CAFETERÍA. Antes he intentado, sin éxito, que las impresiones a todo color sobre vinilo de los platos que componen la carta del BAR DONER KEBAB ESTACIÓN COMIDAS PARA LLEVAR provocaran que mis papilas gustativas comenzaran a salivar. Nada. Ni los nuggets con patatas, ni las bravas del tamaño de pequeñas sandías cuadradas, ni el plato de patatas fritas viudas, ni la ensalada de cosas con cosas y atún, ni el kebab al plato, ni la pita con salsas como naufragios, ni el durum exclusivamente de carne. No me he atrevido con nada. Por eso me tomo un café con dos azucarillos con la esperanza de engañar al estómago.
Un comentario de Forocoches en un hilo dedicado a la estación de València, hermanada con la de Gijón, dice: “Joder, se parece a una estacion de Montenegro en la que estuve. Y se parece también al aeropuerto de Sierra Leona, aunque estaba más limpio la verdad”.
En la estación de autobuses de Kotor hay una tiendecita de fruslerías, chuches y helados idéntica a la de la estaciín de autobuses de València. En la entrada también tiene un arcón de helados. Frigo en los Balcanes —al menos en Montenegro— se llama “Álgida”.
En los autobuses no se puede entrar con helados ni otros alimentos.