La escultura de la memoria

El Nano d’En Llop y de La Cañada fue durante los siglos XIX y XX una figura muy conocida y representativa de Valencia, pero ahora, “el vecino más longevo” ha quedado olvidado

27/12/2023 - 

VALÈNCIA. La puerta de Manuel Albiñana está abierta. Acomodado en una silla de su terraza y con su libro “El Nano d’En Llop y de La Cañada” bajo el brazo, se queja de la poca tinta que tenía la impresora y se disculpa por la mala calidad de las imágenes de la escultura que ha imprimido.

El Nano ha sido parte de su vida desde que tiene memoria. Recuerda estar jugando con sus amigos, “los nanos”, en La Cañada, lugar donde nació, y ver la escultura en las puertas de la antigua casa de Vicente Miguel Carceller, junto a una representación de la Lonja y otra del Miguelete.

Tal vez por casualidad, una fotografía del Nano cayó en sus manos. Y esa casualidad, hizo que muchas más imágenes cayeran entre sus dedos, como si de imanes se trataran. Una simple casualidad al final, la que le ha llevado por un camino de más de 25 años de investigación profunda sobre esta curiosa escultura.

Pero Manuel es el único vecino de La Cañada que conoce esta historia con tanto detalle. Todavía tiene cajas repletas de libros sin vender en su casa sobre la historia del Nano. No obstante, tras esas páginas almacenadas y los recuerdos, se encuentra la historia de la que podría haber sido la figura más significativa de la extensa pinada que hoy se ha visto reducida a pinos deshechos y colillas en el suelo.

La historia que recopila Manuel, es la de una figura nacida de una disputa. En la Valencia del siglo XVIII, dos hombres, Merita y Castillo fueron invitados a la Jura Real del hijo de Carlos III, Carlos IV. Pero la enemistad unía a estos hombres: Castillo, desde su casa, tenía una vista perfecta de las dependencias de Merita y ya habían comenzado pleitos judiciales para poner una solución a esto, mediante la adquisición por Merita de la casa que lindaba con la suya por la parte trasera. Una adquisición que Castillo no aceptaba. Pero la enemistad y la verdadera discusión surgió con el viaje a Madrid. En la capital de España, Castillo intimó mucho con el rey, y Carlos III le otorgó el título de Marqués de Jura Real. Merita, al enterarse de esto y muy cabreado ya por el conflicto anterior, decidió construir una escultura de un hombre con el culo dando a la fachada de enfrente: el que será llamado, “El Nano”.

Esta escultura, sea cual sea el relato que se escuche, nace de una discordia. Pero esta mezcla de maldad y envidia, no impidió que las jóvenes fueran a visitar al Nano como amuleto de la suerte para encontrar pareja; una figura cuyos propietarios en adelante parecían destinados al desastre. Aun así, los niños jugaban y las chicas tocaban sus glúteos de piedra con la intención de que ese roce se convirtiera en una futura pareja. Pero aquello fue todavía en la calle En Llop.

En 1929, debido a unas obras de ampliación que se iban a llevar a cabo en la plaza del Ayuntamiento, parte de las fachadas y los edificios iban a ser derribados. Pero entonces apareció Vicente Miguel Carceller. Él, editor de una gran cantidad de periódicos de éxito como La Traca, La Chala o El Clarín, entre otros, decidió en aquel momento que la figura popular del Nano no se podía perder y que tenía que ser rescatada. Pero es el relojero Juan Bautista Carbonell quien, tras la demanda de Carceller, se encarga de los trámites para la salida del Nano del carrer d’En Llop.

Carbonell, al verse rodeado de prensa y de fama, no dijo que la figura había sido comprada en realidad por Carceller. El 10 de mayo de 1929, Carbonell afirmó en Las Provincias que al enterarse de que “la piqueta demoledora, dentro de poco, iba destrozar al famoso Nano, me apresuré a visitar al señor conde de Rótova, propietario de la finca, para gestionar la adquisición del popular hércules”. Se atribuye, así, la voluntad de la adquisición. No obstante, añade que colocará al Nano “en el pinar de La Cañada; y como buenos valencianos, al ir de “chala” tomaremos el pretexto de ir a visitar al Nano”. Así pues, da una pista, utilizando la palabra “chala”, de que el verdadero promotor de todo aquello fue Vicente Miguel Carceller (siendo La Chala uno de los principales semanarios del periodista durante la dictadura de Primo de Rivera).

“Él (Carceller) como vecino era una excelente persona” dice Manuel. “En La Cañada era muy conocido. Además, era el único que tenía coche. Un día, el niño del bar Roig que había aquí tuvo un accidente con el barreno y la dinamita que rompía las rocas de la obra que había al lado de su casa. Carceller no dudó en ayudarlo y con el único coche que había en La Cañada, lo llevó al hospital”.

A Carceller no le gustaban los homenajes y menos las placas que se ponen en la calle, “porque las placas se rompen y los Ayuntamientos las cambian por otras”. La mente de Albiñana no tambalea al traer desde el pasado los recuerdos. Su sonrisa se ensancha con cada palabra. A pesar de que ni siquiera él viviera estos acontecimientos, los siente como suyos: “La inauguración del Nano en La Cañada fue increíble. Llegaron dos mil personas, trenes repletos de gente porque Carceller había publicitado el acontecimiento. Llegaron bandas, gigantes y cabezudos, la redacción de Carceller…, eran todos recibidos con petardos y masclets. Fue increíble”.

Pero Carceller, a pesar de buen vecino, “no fue muy inteligente”. Porque a pesar de la llegada de Franco al poder, continuó llevando a cabo en sus publicaciones diferentes caricaturas de Franco como homosexual, con plátanos sobre la cabeza o tumbado al lado de africanos.

El destino de Carceller fue su fusilamiento en el cementerio de Paterna, y como todos los vecinos creían, parecía haber sido enterrado en una fosa común. “Pero Meneta, un hombre de aquí, me dijo un día que Carceller no estaba en la fosa, sino en una parcela, en un nicho. Me fui al cementerio y me encontré una placa abandonada, de un material terrible donde no se notaban casi las letras. Entonces volví a mi tienda, cogí betún de Judea, pincel y un trapo…, así el relieve de las letras de su parcela es obra mía”. El recuerdo de Carceller se diluyó tanto que ni siquiera su nieto sabía que estaba en un nicho: “Si yo no lo hubiera encontrado lo estarían buscando en una fosa”.

Tras su fusilamiento, el chalé donde estaba el Nano, la figura a la que Carceller tanto cariño tenía y con quien decía que lo dejaran tranquilo, fue adquirido por su hija, quien acabó derribando la Lonja y el Miguelete que había en la fachada debido a su deterioro. Vendió ese chalet y se llevó al Nano con ella al domicilio actual, en la calle 607. Pero años más tarde, finalmente, vendió este otro chalé, con el Nano en él. José Luis García Hernández y su mujer Mari Carmen Fortea se lo quedaron. A su llegada, se fascinaron con la figura del Nano y prometieron que esta no saldría de La Cañada.

Años después, a principios del siglo XXI, García y Fortea vendieron el chalet y decidieron donar el Nano a La Cañada, pero como eran mayores llamaron a Manuel para que él se hiciera cargo de las tramitaciones. Manuel aceptó enseguida y se reunió con el alcalde lo antes posible gracias a los contactos de un amigo.

Pero la historia, tal y como empezó, acabó en discordia. El alcalde de Paterna de aquel entonces, Borrell, le prometió “oros y muros”. Pero una semana después, no le llamó. A la tercera reunión lo mandaron a Patrimonio y allí le dijeron que valía más dinero sacarlo del chalé que lo que valía como escultura y símbolo.

Poco después, Manuel se enteró de que en la escritura ponía que solo tenían un año para sacar al Nano: “Estamos en 2023 y el Nano sigue ahí”.

El chalé que esconde al Nano está alquilado y la propiedad la tiene un hombre de Nueva York que, cuando Manuel le escribió explicándole la situación, simplemente contestó: ‘tenían ustedes un año para sacarlo. Y como no lo han sacado, el Nano es mío’. “Ese hombre se cree que tiene el David de Miguel Ángel, pero es un trozo de piedra” dice Manuel.

Él cuenta toda esta historia y toda su lucha en sus libros, pero el agotamiento, el miedo a ser el próximo propietario que perezca y los engaños de un americano han acabado desgastando todos los ánimos que algún día llegó a tener. “El problema del Nano es que en la notaría no te dan la escritura y yo quiero saber qué pone. Porque pienso que ellos me dijeron (García y Fortea) que de pasar mucho tiempo sin que se saque la figura, el Nano pasaría a los herederos. Si ahí pone que se pasa a los herederos, se podría sacar”.

La ventana a una posible recuperación del Nano, entonces, está abierta, pero las promesas han quedado desgastadas y oxidadas. Compromís también llamó a Manuel para sacar al Nano hace unos años, pero la cosa quedó en un simple “homenaje” a Carceller: una placa de gomaespuma y papel que acabó destruido por el tiempo como su memoria. La de un periodista y político de izquierdas, condenado al fusilamiento.

El Nano quedó eliminado también de nuestras memorias. No solo de las de Valencia, sino de las mentes de los propios habitantes de La Cañada. “Poca gente habrá ahora que lo recuerde” se lamenta Manuel. “Vivimos pocos. Pedro Andrés, Vicente Bravo, Miguel Baquedano, yo y nadie más. Somos los únicos que quedan que lo conocieron”.

“De los mayores quedamos muy pocos” afirma Ana Albiñana, mujer de Manuel, “y de los que vivimos aquí desde hace tiempo, menos todavía”.

María José, una vecina de La Cañada, también destaca que “ahora queda muy poca gente que haya vivido muchos años en La Cañada, y tienes que buscarlos entre las piedras, casi no salen a la calle”. Ella ha vivido siempre en La Cañada, pero no conoce la historia del Nano. “Conocía las trincheras, pero otras cosas como la Lloma de Betxí tampoco las había escuchado, y están aquí al lado. Al Nano lo conocí por el libro de Manolo, y de todas formas, tampoco sé exactamente qué fue ni qué es”.

“Ay sí, el Nano… No recuerdo qué era exactamente”. Estas son las palabras de Ana, una vecina amiga de Manuel. Lleva más de cincuenta años viviendo en La Cañada y la historia del Nano se pierde en los recovecos de su mente.

La Cañada no conoce al Nano. Y Manuel está cansado de tener que ser la voz de una estatua que se ahoga entre las enredaderas de una casa escondida. Pero, tal y como dice “las historias que están arraigadas donde tú o yo estemos arraigados debemos saberlas”.

Pero esta historia, de todas formas, se ha olvidado. Los jóvenes de La Cañada solo conocen el relato si lo buscan en Internet. A algunos les suena, otros no tienen ni idea, pero en ninguno pervive la memoria de una estatua que asoma la cabeza por entre las ramas de un chalet situado ahora en una casa de Montecañada.

“Podría haber hablado con el alcalde el otro día” dice Manuel, al recordar su presencia en el centro social de La Cañada. “Pero… Estoy harto ya de pegar patadas. ¿Tú sabes los años que llevo yo peleando por esto? Hace años que me he desconectado. Mucha gente me creó tantas fantasías que al final abandoné”.

“AY NANO, CUANTA FAENA ME VAS A DAR EN ESTA VIDA”.

Pero aun así, Manuel sigue yendo a ver al Nano, con la esperanza de que no desaparezca de repente: “Ay Nano, cuanta faena me vas a dar en esta vida”. A sus 81 años, no se ha olvidado de él. Pero para el resto de La Cañada, su recuerdo se sostiene con pinzas y la gente frunce el ceño cuando les preguntan.

Las ventas del libro de Manuel “El Nano d’En Llop y de La Cañada” han sido ínfimas. Sigue teniendo copias y copias en su casa, almacenadas como el recuerdo de una escultura a la que solo se puede ver el rostro y parte del cuerpo desde la calle. Una escultura cuya historia se mezcla en sus arreglos de barro y las anécdotas que Manuel cree que la gente tenía que conocer. Pero ese “capricho” parece haber sido condenado al olvido, aunque Manuel no pierde las esperanzas. “Todo depende del propietario. Y de que nos dejen ver la escritura”.

Las puertas de Manuel y de La Cañada permanecen abiertas a seguir luchando. Él no se rinde a pesar de que las respuestas de los vecinos más jóvenes llenen los pinos de desesperanzas; a pesar de que la administración y la política se pongan frente a la puerta del chalé del Nano con los brazos extendidos, impidiéndole pasar. No se rinde a pesar de que la memoria del pueblo haya enterrado prácticamente todo su recuerdo a base de construir chalets.

Pero por ahora, la puerta del Nano, sigue cerrada.

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