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Esquivar la cuarta ola

3/04/2021 - 

VALÈNCIA. Llevamos más de un año de pandemia, y por fin parece que comienza a verse la luz al final del túnel. Aunque el suministro de vacunas esté dejando mucho que desear, y pone sobre la mesa cuestiones tales como si tiene sentido retrasar meses o quizás años la inmunización por respetar a toda costa las patentes de las farmacéuticas (como acertadamente indicó ayer Ximo Puig), lo fundamental es que las vacunas funcionan: reducen drásticamente la enfermedad, sobre todo la grave, y ya hay indicios de que, además, también reducen la transmisión del virus. 

Todo ello conduce a un escenario que, a pesar de la mayor gravedad y facilidad de transmisión de las nuevas variantes del virus (para las cuales las actuales vacunas podrían ser menos eficaces), permite ser moderadamente optimistas. En verano -tal vez al final del verano-, si nada se tuerce, en definitiva cuando la población más vulnerable a las manifestaciones graves de la enfermedad esté inmunizada, posiblemente estemos ya ante el final de la pandemia, entendida como una enfermedad que puede causar cientos de muertos y miles de hospitalizaciones al día.

En la Comunidad Valenciana hemos recorrido un año de pandemia con resultados desiguales: la primera ola nos afectó menos que al promedio de España. En la segunda ola el impacto fue, si cabe, menor, siempre comparando con el conjunto del país. En la tercera, en cambio, la Comunidad Valenciana batió récords de contagios y fallecimientos, por desgracia. No sólo a nivel español, sino que, por momentos, llegó a ser una de las regiones más afectadas de Europa.

Es difícil resumir en unas líneas cómo llegamos a esa situación. Evidentemente, se cometieron errores, tanto por parte de las autoridades como de la población. La Comunidad Valenciana llegó, por comparación, con muchos casos diarios a las Navidades. No se sufrió demasiado el ascenso de la segunda ola, pero ello condujo a un descenso también pequeño de casos al final de la misma, de manera que la Comunidad Valenciana llegó a las Navidades con un número de casos comparativamente muy elevado. 

Esa circunstancia se unió a otros factores para generar una tormenta perfecta en la tercera ola de la pandemia. Por un lado, el relativamente pequeño número de contagios previos, que implicaba menos población inmunizada y más facilidades para que el virus se pudiera propagar. Por otro, cierto exceso de confianza, derivado de que el impacto del virus -por contraste con otras zonas- había sido más benigno en la Comunidad Valenciana, y de las ganas de "salvar la Navidad" y hacer como que la pandemia no iba con las fiestas. Ganas de las que participó la población y, desde luego, las autoridades públicas, que se subieron al carro del salvamento navideño, aunque ahora miren para otro lado. 

Finalmente, así como la Generalitat Valenciana gestionó con relativa prudencia la pandemia en las dos primeras olas, no puede decirse lo mismo de la tercera. Los políticos valencianos se cayeron del guindo del "no es para tanto" y "es como una gripe" con la cancelación de las Fallas, y mantuvieron en líneas generales un perfil responsable en la gestión de la pandemia -con algunos altibajos, siempre relacionados con la hostelería y el ocio nocturno- hasta las Navidades. En ese momento, se decidió abrir la mano, con decisiones tan incomprensibles como reabrir el ocio nocturno como diurno. Finalmente, la Generalitat también tardó en reaccionar. Las medidas más duras (el cierre de la hostelería) no se aplicaron hasta el 21 de enero, quince días después del final de las Navidades, y con los contagios totalmente descontrolados.

Todo ello llevó a una tercera ola terrible en la Comunidad Valenciana. Más que una ola, un tsunami. Pero, dentro del horror, la ola tiene dos ventajas. La primera, que posiblemente los políticos valencianos han quedado curados de espanto y ahora, a pesar de que los contagios están bajo mínimos, han relajado las medidas con cierta precaución, con lo que no es probable que, en caso de que los casos vuelvan a ascender, la reacción sea tardía e insuficiente, como en la ola anterior. La segunda, que, precisamente por el enorme incremento de contagios, y además de que, sin duda, las medidas para controlar la situación funcionaron, el desplome de contagios también ha sido muy rápido, y además muy pronunciado. Estamos ahora en unas cifras que no se registraban desde el mes de julio. Cifras que son mucho mejores que las del promedio español.

De manera que afrontamos unos meses decisivos en muy buena situación para que la cuarta ola no sea comparable a las anteriores, en especial a la tercera. Buenas cifras y mentalidad de no confiarse y mirar hacia otro lado si las cosas empeoran, como posiblemente empeorarán. Son unos meses más de restricciones, que tampoco han de ser comparables a las vividas en la primera y la tercera ola. Posiblemente, si la cosa empeora, habría que cerrar el interior de la hostelería (y abrir una línea de ayudas para sostener al sector esos meses), teniendo en mente que para dicho sector es sin duda mucho más importante llegar en las mejores condiciones posibles al verano. Es probable que, gracias a la vacunación, cuyo ritmo va a incrementarse significativamente en los próximos meses, no tengamos que sufrir una quinta ola de la pandemia después del verano. Si podemos ahorrarnos también la cuarta, mucho mejor.

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