Si llaman inversores para dar órdenes a Joan Ribó, mejor desvíenlos directamente a Baku, Azerbaiyán
VALENCIA. Berni Ecclestone, amo y señor de la Fórmula 1, el mismo que comentaba el martes que las mujeres piloto de coches “no son lo suficientemente fuertes” y “nunca se les tomará en serio”, vinculó el futuro del Gran Premio de Europa en Valencia a que Francisco Camps ganase las elecciones de 2007.
Hace unos días, ARC resorts, promotores virtuales del hotel-casino de 6 estrellas en la Marina, sintiéndose “insultados”, afirmaron que no se sentarían a hablar con el Ayuntamiento de Valencia mientras gobierne Compromís.
No seré yo quien defienda la separación de poderes entre negocios y administración. Las políticas (el plural es intencionado) tienen un efecto muy importante sobre la actividad económica: definen las normas del juego, establecen incentivos, generan actividad directa e influyen en los distintos sectores económicos.
Sin ir más lejos la economía valenciana está severamente afectada por dos conjuntos específicos de políticas: la de la financiación autonómica que indudablemente nos perjudica y la política de infraestructuras que ha penalizado al Corredor Mediterraneo y consecuentemente nuestras capacidades de importación y exportación de bienes.
Es normal e incluso saludable que los distintos agentes socioeconómicos: los empresarios, la universidad o los sindicatos, investiguen, razonen y presionen a los distintos gobiernos para que garanticen las infraestructuras necesarias y realicen determinadas políticas. El sistema democrático funciona precisamente gestionando preferencias y demandas que no siempre están alineadas.
Pero una cosa es la voluntad razonada de influir en los procesos de toma de decisiones y otra muy distinta querer alterar de manera directa los resultados democráticos. Es curioso que aquellos que pretenden lo segundo provengan de determinado tipo de actividades. ¿Qué tienen en común los grandes eventos deportivos y los casinos? Son historias que se suelen gestar con las ventanas cerradas, en línea directa entre inversores, intermediarios y políticos. Ocurrencias de las que en general, la población saca bien poco.
Las grandes inversiones, tanto extranjeras como locales, tienen un gran impacto en la competencia en los mercados, en la generación de ocupación y en el sector productivo en su conjunto a través de relaciones comerciales y spillovers (en forma de conocimiento o innovaciones). No parece que los coches a 300 km/h ni las máquinas tragaperras tengan demasiado impacto sobre la competencia, generen ocupación de calidad ni sirvan de motores del sector productivo más allá de la construcción. Ni la Fórmula 1 tuvo impacto alguno sobre la industria automovilística regional ni el nonato casino parece interesado en los diseñadores locales para trabajar sus interiores.
No tienen impactos profundos por la misma razón que solo necesitan de beneficios fiscales, regulaciones ad hoc y teléfonos rojos al alcalde o presidente de turno. Si en esencia les da igual instalarse en Valencia, en Málaga o en Azerbaiyán (dónde el dinero del petróleo acogerá el próximo Gran Premio de Europa, heredero del de Valencia) es que entienden a los territorios como paraísos fiscales. Los paraísos fiscales están definidos como las economías que no tienen nada que ofrecer excepto beneficios fiscales. Y no, nosotros no somos un paraíso fiscal.
Haciendo un repaso a la literatura académica (un buen compendio lo encontramos en este manual de Giorgio Barba Navarretti y Anthony J. Venables) vemos que la inversión de multinacionales extranjeras productivas depende menos de los beneficios fiscales que de otros aspectos como el tamaño del mercado o la calidad del capital humano.
Insisto en que las inversiones son bienvenidas, pero siempre dentro de las coordenadas que marquen nuestras políticas y nuestra visión como sociedad. Las inversiones que se inserten de verdad en nuestro tejido productivo no son aquellas que necesiten alterar el proceso democrático. Llama poderosamente la atención el contraste de empresarios como Juan Roig, prácticamente alérgicos a la relación directa con políticos, y aquellos que pretenden tener línea directa con ellos las 24 horas. Si llaman para dar órdenes el alcalde, mejor desvíenlos directamente a Baku, Azerbaiyán.