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Estambul

La basílica de Santa Sofía y el centro comercial más grande del mundo simbolizan lo que es Estambul: una ciudad cosmopolita y sofisticada que conserva el exotismo de las grandes urbes del mundo islámico

| 29/10/2016 | 7 min, 5 seg

VALENCIA. Una megalópolis con más de catorce millones de habitantes y 2.700 años de historia a caballo entre dos mundos. Estambul, cruce de caminos por excelencia entre oriente y occidente, es abrumadora por su magnitud y turbadora por sus contrastes. Es tan cosmopolita y sofisticada como cualquier capital europea, pero exótica como las grandes urbes del mundo islámico. Sólo aquí es posible perderse por los pasillos de estimulantes bazares centenarios, presenciar inolvidables atardeceres mientras el sol se esconde tras el Cuerno de Oro, tirar de tarjeta en el centro comercial más grande de Europa, relajarse con el genuino baño turco, maravillarse en la que durante muchos años fue la mayor construcción religiosa sobre la tierra (Hagia Sofía) o cambiar de continente por el túnel submarino más profundo del mundo.

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Un destino total, de los que hay que visitar al menos una vez y que siempre tiene algo que ofrecer por más veces que se regrese. El viajero recurrente notará que Estam bul ha cambiado mucho en los últimos años. La peatonal calle Istiklal, recorrida por su histórico tranvía rojo hasta desembocar en la plaza Taksim, ha sido definitivamente tomada por las franquicias de conocidas cadenas internacionales y modernas cafeterías donde se reúne la juventud local más chic. Los típicos simit —tradicionales rosquillas cubiertas de sésamo vendidas en carritos callejeros— ahora se rellenan de Nutella y la emblemática torre de Gálata se asoma a duras penas entre los enormes cruceros atracados en la orilla del Bósforo. Con todo, la antigua Constantinopla despliega un conjunto de reclamos permanentes que seduce cada año a doce millones de turistas.

A esos atractivos se suma en primavera una invasión de tulipanes que inunda de color sus plazas y jardines. Cada temporada se plantan veinte millones de bulbos para orquestar un espectáculo cromático que alcanza su máxima expresión en los parques que rodean la majestuosa Mezquita Azul (Sultanahmed Camii), donde el contraste entre el manto de flores, las fuentes y los minaretes brinda imágenes impresionantes.

Allí, en Sultanahmet, es precisamente donde se concentra el legado más valioso de los imperios bizantino y otomano. Al sur del Cuerno de Oro, en el punto en el que el Mediterráneo se adentra en el estrecho del Bósforo hacia su encuentro con elMar Negro, se concentran las otras joyas arquitectónicas y artísticas más preciadas que justifican por sí solas el viaje, como la imponente Hagia Sofía,la Mezquita Azul o la de Soliman (Süleymaniye Camii), por citar algunas.

Adentrarse en Hagia Sofia (también llamada Santa Sofía o Aya Sofia) sobrecoge por su magnitud y simbolismo. Completada en el año 537 por mandato del emperadorJustiniano, durante siglos fue la principal referencia espiritual para los cristianos ortodoxos. Con la toma de la antigua Constantinopla por los turcos otomanos, la basílica de Santa Sofía fue convertida en mezquita y se le añadieron algunos elementos como los minaretes, el mihrab (nicho de oración), el mimbar (púlpito del imán) o los enormes y característicos medallones con inscripciones islámicas que cuelgan en el interior. En 1935, el padre de la república, Mustafa Kemal Atatürk, impulsó su restauración y la transformó en museo.

Gracias a ello hoy en día es posible admirar algunos de los mejores mosaicos característicos del periodo bizantino, que permanecieron ocultos durante el tiempo de dominación otomana. Sobresalen el del Pantocrátor o el dela Virgen y el Niño. Los mejor conservados se encuentran en las galerías de la planta superior, desde donde tampoco hay que perderse la perspectiva de la Mezquita Azul vista a través de las pequeñas ventanas de Santa Sofía. De regreso a la nave central, conviene detenerse a admirar la espectacular cúpula de 30 metros de diámetro y 56 de altura que parece suspendida en el aire por la luz que penetra por las ventanas que la rodean.

Enel extremo contrario del parque de Sultán Ahmet se yergue la Mezquita Azul, la más importante de la ciudad y una de las más majestuosas del mundo islámico.Finalizada en 1616 con el propósito de rivalizar con el esplendor de SantaSofía, los contrastes con ella resultan evidentes. Tras superar las inevitables aglomeraciones de turistas y los controles de seguridad, el interior cautiva por los más de 20.000 azulejos esmaltados con brillantes tonos azules, sus 260vidrieras o las caligrafías que decoran el techo. Si Santa Sofía destaca por su aspecto recio y las dimensiones de su cúpula, los rasgos más característicos dela Mezquita Azul son la original superposición gradual de semicúpulas o los seis minaretes que jalonan el exterior. Conviene tener en cuenta que la mezquita permanece cerrada a los visitantes cinco veces al día, coincidiendo con las llamadas a la oración.

Muy cerca de allí, el Palacio de Topkapi (Topkapı Sarayı) constituye otra de las visitas ineludibles en Estambul. Hogar de varias generaciones de sultanes y sus harenes, este enorme complejo palaciego con vistas al estrecho del Bósforo fue durante cuatro siglos el epicentro del poder otomano. Una condición que se palpa en cada rincón de este recinto en el que llegaron a vivir 5.000 personas al servicio del sultán. La cuidada vegetación de sus jardines y el lujo de sus salones ayudan a recrear una atmósfera de poder, intrigas y traiciones.

Dejando atrás el Palacio en dirección al Puente de Gálata, se llega al bullicioso Bazar de las Especias o Bazar Egipcio (Mısır Çarşısı). Aunque de dimensiones más modestas que el famoso Gran Bazar, la visita resulta más interesante por la variedad de productos, sobre todo dulces, frutos secos y todo tipo de especias,y por el animado mercado de flores del exterior, justo al lado de la Mezquita Nueva (Yeni Cami).

Una de las mejores formas para relajarse tras la intensidad del regateo es pasear por los puestos de pescado repartidos por la orilla opuesta del Cuerno de Oroo, mejor aún, tomar alguno de los cruceros que parten del embarcadero de Eminonu, justo delante de la Mezquita Nueva, para recorrer el estrecho delBósforo. Aunque existen empresas que ofrecen tours a medida, resulta mucho mejor, y más económico, tomar alguno de los barcos públicos que operan líneas regulares hasta el final del estrecho, en la desembocadura del Mar Negro. Las dos horas de travesía ofrecen una interesante perspectiva del contraste entre la orilla asiática y la europea, con el Palacio de Dombalache, la Mezquita de Ortakoy —una de las más fotogénicas de la ciudad—o la fortaleza de Rumeli Hisar como enclaves más destacados. Pero también resulta interesante la sucesión de lujosas villas y palacetes a orillas del estrecho.

Amedida que el día avanza, el trasiego de turistas del área antigua se traslada a Beyoğlu, el barrio moderno que se extiende sobre una suave colina al norte del Cuerno de Oro hasta desembocar en la Plaza Taksim. La famosa Torrede Gálata marca el inicio de esta zona de bares y restaurantes, tiendas de ropa, casas de té y locales de ocio. Su principal eje es la siempre animada calle peatonal de Istiklal (Avenida de la Independencia) y sus características fachadas de principios del siglo pasado e inspiración europea. Para llegar al inicio de Istiklal desde el Puente de Gálata se puede tomar el histórico metro—entró en servicio hace 141 años—, un viaje de apenas un minuto y medio que permite salvar las pronunciadas cuestas de la orilla norte del Cuerno deOro. Beyoğlu es también el barrio ideal para poner a prueba la afamada vida nocturna estambulita. 

(Este artículo se publicó originalmente en el número de junio de la revista Plaza)

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