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análisis

Estamos en una situación de 'burbuja total'

A juicio del gestor de Newton, parte de BNY Mellon, dicha burbuja "está distorsionando nuestra economía, incluida la capacidad de los consumidores para comprar y poseer activos"

6/12/2017 - 

MADRID. En los últimos diez años se ha producido un profundo cambio en la relación entre los consumidores de las economías desarrolladas y una amplia variedad de bienes y activos. Desde comprarse (o, más bien, no comprarse) una casa o un coche hasta la forma de consumir cine, series o música, nuestra forma de adquirir lo que deseamos o lo que necesitamos ha cambiado de forma radical.

Alquilar se ha convertido en la nueva norma, sobre todo entre la generación de los millenials, definida como las personas con una edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Antes, sacarse el carné de conducir era un rito de iniciación fundamental. Ahora, estudios realizados en todo el mundo indican que cada vez menos jóvenes se sacan el carné, ya que disponen de servicios como Uber o Lyft, que sustituyen al coche particular.

Tener casa en propiedad también está perdiendo importancia entre una 'generación alquiler' cada vez más numerosa. En el Reino Unido, la compra de vivienda entre el grupo de edad de 25 a 29 años ha pasado del 55% en 1996 al 29% en 2015.

¿Qué nos dice esta tendencia a favor del alquiler sobre el mundo en el que vivimos? Una cosa que no nos dice, como algunos sugieren, es que nos dirijamos hacia el fin de la propiedad. En lo que se refiere a las grandes compras de la vida, los consumidores más jóvenes no son tan distintos a la generación de sus padres. La mayoría sigue queriendo comprarse un coche y una casa pero, para gran parte de la población, estos objetivos resultan, simplemente, inalcanzables.


No es un cambio de actitud, sino una consecuencia de la respuesta de los bancos centrales a la crisis financiera mundial. El efecto distorsionador de la expansión cuantitativa (QE) ha empujado al alza el precio de prácticamente todos los activos: no solo de las acciones, sino también de los bonos, las propiedades inmobiliarias, el arte, los coches, el vino... casi de cualquier cosa que podamos pensar.

En el 2000, explotó la burbuja de las puntocom. En el 2007, explotó la burbuja de las hipotecas subprime. A día de hoy, nos encontramos en una situación de 'burbuja total' que está distorsionando nuestra economía, incluida la capacidad de los consumidores para comprar y poseer activos.

Desde la crisis financiera mundial, los precios de los activos han aumentado considerablemente pero las rentas no lo han hecho, a pesar de que tanto EE UU como el Reino Unido registren pleno empleo. Durante la década de los ochenta, las mejoras salariales beneficiaron mayoritariamente al segmento de población con rentas más bajas. En la actualidad, ese segmento de población sigue perdiendo poder adquisitivo mientras que las rentas de las personas que forman el 1% más rico y que poseen la mayoría de los activos continúan aumentando. Esta desigualdad ha sido un factor determinante en el Brexit, la victoria electoral de Donald Trump, el movimiento independentista en Cataluña y las rebeliones populistas contra las élites establecidas.


El discurso dominante entre los banqueros centrales es que la expansión cuantitativa (QE) y otras medidas de estímulo eran la única respuesta posible a la crisis financiera mundial. Ahora que la recuperación está firmemente asentada (aunque se trate de la recuperación económica más mediocre de la historia), los tipos de interés pueden volver a normalizarse y los programas de compras de activos pueden ir retirándose.

El problema es la deuda. A medida que los mercados de activos iban avanzando, las rentas se estancaban y las valoraciones aumentaban, los consumidores, las empresas y los gobiernos se han vuelto cada vez más dependientes de la deuda, sin pensar mucho en las consecuencias a largo plazo.


En cuanto los tipos de interés suban un poco, muchos empezarán a tener problemas para repagar su deuda, algo que ya está empezando a pasar, a juzgar por los datos recientes de morosidad en la financiación de vehículos. En EE UU, según datos de la Reserva Federal de Nueva York, cerca de ocho millones de personas llevan un retraso de al menos noventa días en el pago de las letras del coche.

Los reguladores británicos también están preocupados, ya que los bajos tipos de interés y la flexibilización de las condiciones para la concesión de préstamos ha provocado un fuerte crecimiento de los préstamos para comprar un coche en forma de personal contract plans (PCP), un tipo de contrato de compra a plazos. Ahora mismo, aproximadamente nueve de cada diez compras de vehículos particulares se financian mediante un PCP.

Supuestos ingenuos

La inminente crisis de la financiación de coches es parte de un problema mayor. Cuanto más se habla de normalizar los tipos de interés, más preocupa la deuda de las tarjetas de crédito, que también se ha disparado desde la crisis financiera mundial.4

En un futuro no muy lejano, estos altos niveles de endeudamiento podrían convertirse en un problema grave. Los banqueros centrales como Janet Yellen (Fed) y Mario Draghi (BCE) quieren hacernos creer que las instituciones que presiden pueden retirar las medidas de estímulo sin consecuencias. En nuestra opinión, pensar que el proceso de normalización y el fin de la dependencia de los bancos centrales se llevará a cabo sin mayor problema resulta extremadamente ingenuo.


Actualmente, las principales economías son hipersensibles al coste de la deuda, al nivel de los tipos de interés y al valor de los activos. El mundo adicto al crédito que los bancos centrales han ayudado a crear depende de que los precios de los activos sigan altos. Si los mercados se tambaleasen y el crecimiento económico empezase a ralentizarse, estos actores harían exactamente lo mismo que ya hicieron: aplicar medidas de estímulo e inyectar liquidez. En su intento por controlar el sistema, han acabado haciéndolo más frágil, no más seguro: la montaña de deuda es ahora más grande que en 2007.

La situación en la que nos encontramos no sería tan preocupante si estuviésemos iniciando una recuperación económica, con el empleo y la inflación salarial al alza. Sin embargo, esta recuperación está siendo la tercera más larga de la historia de EE UU: estamos al final del ciclo, no al principio. Por eso pensamos que la perspectiva para el año que viene y los siguientes no es una vuelta a unos tipos de interés normales, unas curvas de tipos más inclinadas y una aceleración de la actividad económica sino, más bien, una continuación de los bajos tipos de interés, unas tires presionadas y un crecimiento económico decepcionante.

Confianza ciega en los bancos centrales

Hasta el momento, los mercados han mostrado una notable capacidad para ignorar estas cuestiones, lo que nos lleva a pensar que los inversores confían ciegamente en que los bancos centrales siempre nos rescatarán. El resultado es que el mercado se sitúa en niveles bastante altos tanto en términos de valoración como de riesgo, aunque todos los parámetros del mercado aseguren que no existe ningún riesgo.

En este entorno, la inversión en rentas -que permite reinvertir los dividendos y beneficiarse de la capitalización compuesta- puede resultar interesante. Invertir en empresas que distribuyen dividendo de forma estable y que acumulan ingentes cantidades de efectivo puede convertir cualquier episodio de volatilidad en una oportunidad y no en un riesgo.

Nick Clay es gestor del BNY Mellon Global Equity Income Fund

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