Llegan a miles. Huyendo. Cada día más. Los que pueden y no mueren en el intento. La crisis de la inmigración siria es el mejor ejemplo del fracaso europeo. La más viva imagen de la inoperancia política de un conjunto de países que parecen mirar sólo por sí mismos. Esta Europa de burócratas apenas nos sirve
En solo unos días y sin que nos diéramos cuenta diez mil personas fueron rescatadas de la muerte. Setecientas nunca podrán contarlo. Fallecieron en el intento. Como esa madre que no pudo ver cómo su pequeña hija conseguía alcanzar la libertad para convertirse en una refugiada más, aunque sin identidad, con el destino incierto y desconociendo lo que sucede a su alrededor. Apenas aparecen ya en televisión, salvo minutos sueltos. Sin embargo, el drama continúa. Va en aumento. No tiene freno. Y con la amenaza añadida de epidemias mientras se bombardean también campos de refugiados y algunos países del clan dicen que con ellos no va el asunto.
A veces siento vergüenza de ser europeo. Más bien, puntualizo, de ser ciudadano de una Unión Europea que sólo mira por sus intereses, incluso afilando más, por los de algunos muy concretos. Me refiero a multinacionales, grandes bancos y lobbys, los más interesados en que los más de setecientos europarlamentarios, a los que añadir asesores, funcionarios, oficiales… o sea, miles y miles con prebendas y beneficios añadidos y sueldos que servirían para que una familia austera y modesta sobreviviera un año, estén contentos.
Miren si no la cantidad de escándalos que se han movido en torno a las ayudas que se han repartido a fondo perdido
Mientras tanto, entre semana y semana breve de trabajo imponen nuevas normativas, nuevas directrices, nuevas directivas que nos afectan a todos sí o sí aunque cada uno la interprete a su manera territorial y le añada otra vuelta de tuerca. Son ellos también los que reparten subvenciones a veces tan disparatadas que más de uno se asustaría. Miren si no la cantidad de escándalos que se han movido en torno a las ayudas que se han repartido a fondo perdido sin saber dónde han terminado muchas de ellas, para qué han servido o quién se ha beneficiado.
Un año deciden que la leche ha de estar barata, y de paso hunden al sector. Otro, que a las hortalizas hay que ponerle nuevos aranceles y un tope de producción y se ha de recortar la fecha de caducidad para su consumo porque así suben los precios y se compra con mayor ritmo. En otras ocasiones nos sancionan o nos dicen en qué debemos recortar mientras nuestro Gobierno agacha las orejas y nadie del mismo rechista pese a ser los auténticos culpables del descalabro general. Ahora están muy preocupados por el incremento de las App. Así que también quieren controlarlas. Lo que faltaba.
Son los europarlamentarios, por lo que se ve, muy duchos en todo: desde la política económica que suele variar según el momento o determine el país de mayor peso, hasta la geopolítica sobre la que siguen sin aclararse. Es fácil comprobarlo. A nosotros, sin ir más lejos, nos tocó el turismo. Para algo éramos el sur. Y a callar. Hasta que nos lo quiten. Son ellos los que deciden nuestra política interna, de dónde hemos de recortar y cuándo, y ahora hasta qué punto el caos en el Mediterráneo puede llegar hasta las cotas que está alcanzando sin que nadie ponga remedio a la crisis de los inmigrantes sirios e iraquíes. Un despropósito.
Esta semana un grupo de filósofos se reunía para hacernos llegar un mensaje: Europa es un fracaso. Ya lo sabíamos todos. No es nada nuevo. Lo ha demostrado y demuestra cada día. Hasta el ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García Margallo, ha reconocido que la atención europea a los refugiados en ínfima. ¿Entonces, por qué no se levanta de la mesa, pega un golpe sobre ella, y dice las cosas claras ante sus colegas y no simplemente se contenta con una escueta declaración a los mass media? ¿Tendrá miedo el ministro de que le impongan nuevos recortes o le miren de reojo si protesta? Más que actitud ínfima o situación de fracaso yo añadiría que es de vergüenza. Y no me sirve la demagogia progre. Esa que espera su cuota de refugiados para dar síntomas de eventual solidaridad. Me pregunto dónde está Europa. Y más aún, para qué sirve si cuando se le cuela un auténtico problema más grave que la fiebre aftosa o el mal de las vacas locas deja que el asunto se descomponga contentándose con ofrecer un canon económico a los países que se presten a actuar como compartimentos estancos y nos ahorren el bochorno internacional.
Desconozco el verdadero protagonismo que nuestro país tiene en las decisiones de calado de la Unión Europea, pero sí sé que muchísimos de nosotros dudamos ya de su auténtico cometido, salvo una presencia o hegemonía económica supranacional. Esta Europa no me sirve. Sólo atiende a sus intereses comerciales. Que no me hablen más esos demagogos de solidaridad, derechos humanos y menos aún de las condiciones de dignidad que todo ser humano merece porque resulta farisaico.
Mientras discuten sobre cosas superfluas se muestran incapaces de alcanzar un acuerdo en algo tan fundamental como es una crisis migratoria que no ha existido desde la segunda Guerra Mundial. Y más aún teniendo la sensación de que incluso es mejor mirar hacia otro lado al tiempo que una parte de nuestro Mediterráneo se desangra y otro huye despavorido rumbo a la muerte o a la búsqueda de cierta esperanza. Nos hablan de Geopolítica, problema interno y otras tantas escusas que sólo sirven para ganar tiempo al tiempo antes de las vacaciones de verano.
“Un día hicimos una pequeña maleta con algunas cosas importantes, la pusimos debajo de la cama y comenzamos a dormir con la ropa puesta y los zapatos por si en plena noche teníamos que salir corriendo. Hasta el día en que van a quemar nuestra casa. Aquel día no pudimos rescatar ni aquella maleta”. Lo cuenta Sansan Mustafá, una mujer siria de 43 años. Se puede leer en la exposición que La Nau expone hasta este mismo domingo, 5 de junio, sobre el horror del éxodo y dentro del ciclo Photon.
La desgarradora e impactante colección de imágenes del desconsuelo la firman Marco Risovnik y Georgi Licovsky bajo el título de Refugiados. Es auténtico reflejo de un drama manejado por mafias consentidas y con países implicados que hace años pedían el auxilio de sus vecinos europeos, bien por el azote de la guerra fría, bien por la propia guerra en sí dentro de su propio territorio, y hoy actúan como auténticos estiletes de la intolerancia y la descomposición. Una vez más, una imagen no necesita palabra alguna. El terror habla en voz alta por sí solo.
En su libro “La primavera árabe, el despertar de la dignidad”, ensayo en el que el escritor marroquí Tahar Ben Jelloun describe la caída de los regímenes dictatoriales que se han tolerado al otro lado del Mediterráneo, nos recuerda cómo Occidente ha consentido, incluso “ha dado la razón o no ha llevado la contraria”, a todos esos dictadores capaces de disparar contra su propio pueblo mientras aumentaba la brutalidad y la opresión y el poder pasaba de padres a hijos sin alterar normas y menos aún formas.
“Llega un momento en que el hombre humillado se niega a vivir de rodillas y exige libertad, incluso arriesgando su vida”…”Estos regímenes se defenderán por cualquier medio, pues sus dirigentes saben que carecen de legitimidad y que no tienen adónde ir. Es lo que le sucederá a Bachar al Asad si no renuncia a la brutalidad y el crimen”, añade Ben Jelloun.
Lo estamos comprobando. Aunque parezca que a muchos aún nos les importe. Ellos se hacen llamar europeos, pero son cómplices. Se consideran nuestros guardianes de la paz. Sin embargo, les delata su cobardía e inoperancia, su incapacidad para abordar el asunto de frente y con urgencia. No me sirven ni me representan. Han demostrado su ineptitud por muy europeos y solidarios que se autodefinan.