Hoy es 7 de octubre
ALICANTE. Recientemente, revisando papeles me topé con una revista que en su día conservé como oro en paño por el motivo que explico a continuación. En 2017, la editorial Alfaguara y la redacción de XL Semanal organizaron un coloquio entre Mario Vargas Llosa, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte cuyo contenido se publicó en el semanario con ocasión de la Feria del Libro de Madrid. Su importancia estriba en que estos grandes de las letras intercambiaron de una forma abierta sus gustos literarios y sus hábitos de escritura, contraviniendo, como el mago que descubre sus trucos, la clásica sentencia ars velat artem (el verdadero arte oculta el artificio).
Al releer el reportaje supuse que debía de ser poco conocido. Quienes estamos interesados en la cultura nos resulta bien difícil estar al corriente de todo lo que se publica en los diarios del fin de semana, ya sea en los suplementos dominicales o encartado en las páginas centrales, y en los numerosos medios digitales. De hecho, tuve conocimiento del mismo de forma casual. Por ello, cuando lo redescubrí decidí escribir una colaboración sobre ese encuentro en la convicción de que podría gustar al lector que lo desconociera. Ahora bien, asumo que esta iniciativa es inusual, tanto por lo tardía, como porque lo común es hacer reseñas de libros, no de artículos literarios. Quiero señalar, asimismo, que como su extensión alcanza las ocho páginas, me he visto en la necesidad de seleccionar los pasajes que, a mi parecer, son más relevantes.
Pilar Reyes, editora de Alfaguara, moderó el coloquio que lo inició con una pregunta sobre sus hábitos y rutinas de escritura. Vargas Llosa tomó la palabra y dijo que duerme cinco horas y media como máximo y que es muy madrugador. Nada más levantarse va al gimnasio y ya luego empieza su jornada. Para sorpresa de todos, desveló que siempre escribe a mano, e incluso los artículos, y que por la tarde los pasa al ordenador. Terció Pérez-Reverte diciendo que su profesión se la toma como ir a la oficina y que cuando se levanta, tenga o no ganas, se sienta al ordenador. Escribe por la mañana, revisa lo escrito por la tarde y lo deja listo para el día siguiente. Marías (recordemos que nos dejó hace dos años) confesó que escribe a máquina y página a página hasta dejarla niquelada, aunque tenga que repetirla cinco veces. Un contertulio reparó en el detalle de que tendría una buena reserva de cintas a lo que le contestó que cerca de su casa había una papelería que se las traía en lotes de siete. Luego, manifestó que siempre se levantaba tarde; y, tras escuchar los comentarios críticos de sus colegas, se defendió aduciendo que no encontraba ningún mérito en madrugar, pues se sentía en forma durmiendo de cuatro de la madrugada a once de la mañana y que trabajaba por las tardes.
En eso Pérez-Reverte intervino con una revelación muy personal: que cuando se siente poco inspirado o con poco ánimo para escribir se vitamina con libros. Lee unas horas a Conrad y eso le da ganas de seguir siendo escritor. Acto seguido, añadió una reflexión que considero de gran interés: «Por eso releer es tan importante. Tu corazón y tu cabeza han cambiado y el libro es nuevo». Para Marías su recurso era Shakespeare, ya que abriendo cualquier libro al azar siempre uno encuentra frases enigmáticas. Por su parte, Vargas Llosa contó que cuando se encuentra desmoralizado, recurre a Flaubert, en concreto las líneas del suicidio de Madame Bovary que le parece una descripción genial.
Tras esta fase intimista, la conversación giró sobre la falta del hábito de leer en los niños. Vargas Llosa cree que la lectura es una experiencia privilegiada y se lamenta de que si el niño no lee se empobrece su fantasía, pues la relación con la imagen no es tan rica como la que surge en su imaginación mientras se sumerge en un libro. Sus compañeros convinieron en la misma apreciación.
Cambiando de tema, Reyes quiso saber si la novela será con el tiempo un género para unos pocos. Vargas Llosa cree que no va a desaparecer, aunque cada vez será más marginal. Pérez-Reverte añadió a su consideración: «Mario, ¡es que somos los últimos pistoleros!», exclamación que arrancó una carcajada general.
Surgió también la interesante cuestión de si el cine había influido en la forma de narrar en la novela contemporánea. Vargas Llosa reconoció que aprendió una cosa del cine: la velocidad. Explicó que en la novela clásica hay descripciones muy largas y que eso ha cambiado en la moderna por repercusión del lenguaje cinematográfico. Pérez-Reverte admitió que aprendió mucho de John Ford, como, por ejemplo, la importancia de un actor secundario porque garantiza un buen hilo narrativo. Marías, que también era un gran cinéfilo, manifestó que Hitchcock también le había enseñado, sobre todo en lo referente a su técnica narrativa que es extraordinaria.
Pérez Reverte sacó a colación el tema del narrador. Se quejaba de que muchos lectores confunden al narrador y al escritor. Refirió que tras publicar su novela Falcó, cuyo protagonista es un espía, asesino y torturador, una periodista le espetó: «Oiga, pero este personaje es que no respeta el no de la mujer». Al escritor le sorprendió que de un asesino y torturador sin escrúpulos, a ella le llamara más la atención que no respetase el no de una mujer y que encima se lo echara en cara. Marías intervino diciendo que, como en sus novelas el narrador es en primera persona, él lo tenía aún más crudo. Comentó que alguien le increpó en cierta ocasión «Es que usted dice… », y que le contestó «Oiga, que yo no digo nada, lo dice el narrador, que es tan personaje como los demás». Pero, ante tan contundente argumento, esa persona le replicó: «Ya, pero lo ha escrito usted…». Y Pérez-Reverte lo secundó diciendo que algunos lectores te hacen responsable de lo que piensan cada uno de sus personajes.
El coloquio cambió de rumbo y volvió al mundo de las intimidades con que arrancó, enlazando con el artificio de la mencionada sentencia. Pérez-Reverte observó que los escritores tienen oído como los músicos, y que la experiencia y el adiestramiento les generan un sentido del ritmo que no está en las reglas. Explicó que cuando él está escribiendo ese sentido le hace detectar que algo va mal en el texto. Vargas Llosa mostró su acuerdo con esta apreciación y agregó que si algo le chirría en una frase, trata de encontrar el modo correcto de escribirla, y que él corrige mucho. «Hay que ser implacable», remató. Marías abundó en la comparación con la música. Dijo que la cuestión del ritmo es esencial y que él percibía esa música. Señaló que era capaz de rehacer una página entera (y además a máquina) porque necesitaba una esdrújula o un adjetivo.
La conversación concluyó de una forma divertida en sintonía con la inteligente complicidad y el sentido del humor con que se había desarrollado. Marías declaró que cuando hacía una interrupción de varios días en la escritura, porque tenía un viaje o lo que fuere, cuando la retomaba a menudo se preguntaba: «¿Y quiénes son estos? ¿Qué es lo que les está pasando? Si ya no me acuerdo de nada». En ese momento, Vargas Llosa lo tranquilizó: «Como la historia de Balzac, que escribía tres novelas a la vez y las historias se le confundían y los personajes se le cruzaban. Y, al final encontró esa maravillosa manera de hacer saltar a los personajes de las historias. ¡Pero es que le ocurría en la vida real! ¡Fantástico!».