Anne Hidalgo ha anunciado que tras los Juegos Olímpicos que acogerá París este verano una parte importante de la Plaza de la Concordia se devolverá a los peatones y no a los coches. Es cierto que no es la primera de las medidas en este sentido. Ha peatonalizado otros espacios, como los márgenes del Sena que hasta ese momento eran una autovía urbana y cuya recuperación ha sido un éxito incontestable. Solo basta con ver un antes y después para cerrar ese debate. Pero siendo una transformación que no está aislada en los cambios que traerán la cita olímpica, se quiere hacer constar que tipo de huella dejarán los juegos cuando años después se piense en ellos. A qué tipo de proyecto de ciudad contribuyen.
Como cuenta en París era una fiesta Hemingway dejaba de escribir cuando veía claro cómo tenía que seguir y así estaba seguro de continuar al día siguiente. Y esa actitud del escritor viviendo joven en la capital francesa es la que demuestra la ciudad.
Y es que los grandes eventos, sobre los que los valencianos podemos escribir muchas páginas en casi todos los géneros literarios, se pueden entender de muchas formas. Forman parte del ciclo vital de las ciudades, porque por su magnitud tienen la capacidad de cambiar en poco tiempo lo que tardaría décadas en tener el impulso necesario.
París podría haber escogido quedarse solamente con el impacto mediático o el valor de promoción turística. Y está por ver, como han demostrado otras ciudades sede, que eso sea rentable en el medio plazo. Pero ha querido continuar al día siguiente.
Podríamos escoger otros ejemplos como Barcelona y sus Juegos, pero es mejor, para València, un ejemplo de València. La Exposición Regional Valenciana de 1909. Probablemente sea semidesconocida para muchos, pero ayudo a cambiar la ciudad de siglo.
Transformó de forma rápida la zona de la actual Alameda. Y aunque hoy solo quedan los edificios del Palacio de la Exposición, la antigua Tabacalera, recortada por una operación urbanística frenada en los tribunales y el asilo de lactancia, actual balneario. Y sobre todo, el evento sirvió de excusa para la modernización económica e industrial de València y su entorno.
El evento era un proyecto; el de subirse a la revolución de su tiempo. Y no solo un calendario de celebraciones. Y por eso, aunque el resto de edificaciones y un proyecto urbano como el de generar en la zona un gran jardín se perdieran, entre otros motivos por la muerte de Tomás Trenor en un momento en el que para salvar el recinto pese a la deuda del evento habría hecho falta la influencia de su primer promotor.
En 2024, 115 años después, València tiene otra oportunidad al ser Capital Verde Europea. Con otro foco; el de nuestro tiempo. El verde.
Y es verdad que el reconocimiento no parte de la nada, pero tampoco es cierto que haya sido un automatismo del paso del tiempo. No es cierto que seamos capital verde solo por lo que es València de forma intrínseca, como se intentó hacer ver en algunos discursos institucionales.
València ya tenía todo ese patrimonio cultural y ambiental cuando su candidatura fue rechazada en 2008.
Somos Capital Verde Europea por lo que nos viene dado naturalmente, pero más por las decisiones que ha tomado la ciudad, los proyectos que ha emprendido a lo largo de la historia y también en los últimos años. Y, sobre todo, lo somos porque este galardón desembocaba en una ambición verde de futuro. El foco primordial no era hacia detrás era hacía delante.
Esta capitalidad está pensada para dejar huella en la ciudad y en el ejemplo que da a otras ciudades. De hecho, se acepta el compromiso de dejarla al aceptarla. No entenderlo así habría sido como si en 1909 la Exposición solo hubiera servido para mostrar lo que se hacía en la industria valenciana, en lugar de para modernizarla.
Y la pregunta es, ¿qué huella dejará en la ciudad esta Exposición Regional de 2024?
La misma semana que se inicia oficialmente la capitalidad conocemos que la contaminación, de la mano del aumento de coches en la ciudad, ha crecido. Una decisión política. Como las que nos dieron la capitalidad verde, pero en sentido contrario.
A la vez se sabe que del dossier de futuro que nos dio la capitalidad grandes pilares han pasado al dossier de la València que no será. Al menos, por el momento.
Las renaturalizaciones del bulevar Guillem de Castro o la Avenida del Puerto van al cajón porque quitaban carriles para el coche o el delta verde en el PAI del Grao (que acaba con la cicatriz del evento catastrófico por antonomasia, la fórmula 1) y el Corredor Verde Sur que proyectaba gran jardín sobre las vías que por fin se sotierran, se quieren reformular para hacer nuevas autovías urbanas. El modelo está claro. No se sabe si por borrar la huella de los anteriores gobiernos o simplemente por militar en el atrasismo.
Solo parece que se salva y ya veremos en que términos, el Parque de Desembocadura, como parque indultado. Pero queda aislado de un modelo de ciudad que, con la palanca de la capitalidad, pretendía acelerar su salto hacía delante.
Había una pretensión de modernidad, como la había en 1909 y cierto paralelismo. Porque sin llegar a inaugurarse los nuevos responsables municipales ya no son entusiastas del proyecto. Y, por eso, en 2024 no se quiere el impulso modernizador, ni ha habido que esperar a que finalice el certamen para derruir parte de su huella. Derribo preventivo.
Mucho me temo que el día siguiente, en el que continua esta València que quiere ser verde, no llega hasta el 2027. Pero para adelantar el calendario siempre tendrán nuestra mano tendida.