Tras el éxito de las movilizaciones feministas del pasado 8 de marzo podemos afirmar que en pleno siglo XXI vivimos una democracia incompleta. Las democracias que defendemos actualmente y que se ven amenazadas por el resurgimiento de ideologías conservadoras y ultra conservadoras están incompletas. La democracia requiere de una constante adaptación evolutiva y de un cuidado permanente. Y es ahí donde tenemos asignaturas pendientes en el ámbito de la igualdad y por consiguiente, en el espacio democrático.
La globalización y las nuevas tecnologías que creíamos que nos conducirían hacia una mayor igualdad nos presentan nuevas amenazas donde podrían surgir sociedades más desiguales y donde, como dice Noah Hariri, el auge de la inteligencia artificial podría eliminar el valor económico y político de la mayoría de los humanos. El siglo XX se centró en gran medida en la reducción de la desigualdad entre razas, clases y género, donde la globalización ha beneficiado a grandes segmentos de la humanidad. No obstante, hoy se observan indicios de una desigualdad creciente tanto entre las sociedades como en el interior de las mismas. También Daniel Innerarity afirma que cada vez es mayor el desasosiego con el que nos preguntamos hasta qué punto la globalización ha sido capaz de engendrar una nueva forma de fascismo xenófobo en Europa y en el resto de planeta capaz de resetear los progresos conseguidos en el espacio de los derechos y las libertades.
El movimiento feminista ha vuelto a tomar las calles sin permiso y lo ha hecho para luchar y exigir igualdad real. Si hemos avanzado mucho estos últimos años en el espacio de la igualdad, también es evidente que aún queda mucho por recorrer. Más cuando el espacio recorrido parece seriamente amenazado. De ahí que de nuevo el feminismo saliera masivamente a las calles sin pedir permiso para afianzar lo conseguido y para romper las brechas que hoy se siguen sufriendo en pleno siglo XXI.
Nadie discute hoy la existencia de la desigualdad en el espacio público de la mujer. Y es justo aquí donde debemos preguntarnos: ¿Quién se aprovecha de la desigualdad? ¿Quién se siente amenazado por la igualdad?
La escritora Monika Zgustová publicaba recientemente una opinión titulada "La masculinidad que viene", donde analizaba cómo en las dos últimas décadas una gran parte del mundo ha atestiguado una ola de masculinización. Actualmente personajes como Trump, Putin, Bolsonaro, Orbàn, Salvini, Duda, Kaczynski, incluso Abascal y el propio Pablo Casado, representan esos nuevos engendros de masculinidad que nos devuelven a trasnochados conceptos que creíamos superados tanto en relación a diferentes asuntos públicos, como en especial de las mujeres.
En nuestro país esta situación se agrava, cuando el PP sobrepasa permanentemente los límites democráticos de la igualdad, y lo hacen al intentar blanquear la violencia de género con la violencia doméstica. Y es que no debemos olvidar que la derecha española siempre ha llegado tarde a este espacio democrático de la igualdad. Lo hizo con la ley del divorcio, con la ley de interrupción voluntaria del embarazo, con la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, para acabar no votando tampoco la ley de igualdad. Todo un recorrido de la derecha española en relación a los derechos y las libertades donde siempre se han sentido profundamente incómodos.
Afirmaciones de la órbita conservadora como "la reproducción asegura el futuro de la nación", o como la relación entre el futuro de las pensiones con el crecimiento de la natalidad, refuerzan las amenazas que sufre actualmente nuestra democracia. Por no destacar la presencia de un autobús, de la organización conservadora "Hazte Oír", que recorre las principales ciudades de nuestro país con el hashtag "#StopFeminazis" bajo una imagen de Hitler, donde se llama a Casado, Rivera y Abascal a derogar las leyes de género.
Después de todo lo que estamos viendo en este principio de siglo, coincido con las acertadas y necesarias palabras de Ximo Puig en el comité de los Socialistas Valencianos el pasado sábado, el feminismo es la esperanza de las sociedades democráticas y ahora que avanzan los viejos fantasmas en Europa, hay que luchar más que nunca la democracia.
Hace algunos años, alguien llegó a pensar en cómo reforzar nuestro depósito de esperanza. Y lo hizo al incluir en nuestro sistema educativo una asignatura como la de educación para la ciudadanía. Rápidamente la caverna conservadora atacó sin escrúpulos dicha iniciativa. Aquel loco, demócrata y visionario se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Él sólo pretendía que nuestros hijos e hijas, que mis hijos, aprendieran conceptos como democracia, feminismo y paz.
Alfred Boix es diputado y portavoz adjunto del PSPV en Les Corts Valencianes