Culturplaza reúne a dos de los artistas vivos valencianos más reconocidos, dos generaciones unidas por la pasión de crear por pura diversión
VALÈNCIA. La de hoy no es una conversación más. Pero es que los interlocutores no son cualquier cosa. Se trata, probablemente, de dos de los artistas valencianos vivos más reconocidos en la escena nacional e internacional, aunque ambos sean la cara –y en uno de los casos acostumbre a no mostrarla- de generaciones y espacios de acción bien distintos. Aparentemente son más cosas las que les separan que las que les unen, pero no es el caso, algo que dejarán patente a lo largo de su conversación. Estamos hablando de Escif y Javier Mariscal. Ambos han firmado piezas que han acabado dando forma a nuestro patrimonio visual y emocional, una producción que ha trascendido la propia obra, ocupando espacios –físicos y mediáticos- de difícil acceso, una conquista no siempre consciente por parte de los autores.
Escif y Mariscal se reúnen ahora para Culturplaza, en una cita que tiene la magia de las primeras veces. En realidad esta no es la primera ocasión en la que cruzan caminos, pues coincidieron fugazmente en alguna exposición, un encuentro que Escif atesora y del que Javier, sencillamente, no se acuerda. Por tanto, esta es, a todos los efectos, su primera cita. Aunque el encuentro estaba previsto en persona, la recepción de un premio en Madrid obligó a Mariscal a intervenir encajonado en un iPad, aunque su discurso lograra sobrepasarlo. Frente a la pantalla: un café, dos croissants y un Escif que escucha embobado a su interlocutor, cuya obra le ha acompañado desde bien pequeño.
El marco de esta conversación es Un pájaro no canta porque tenga una respuesta, la exposición que ha llevado Escif estos meses a Gabinete de Dibujos. La joven galería, que se ha afianzado rápido en el circuito local llegando incluso a ganar el premio a mejor exposición de Abierto València 2021, ha sido el escenario del más reciente proyecto expositivo de Escif, un proyecto en el que no ha estado solo. La sala la comparte con Otto, un joven artista que se enfrenta con este a su primer encargo artístico, aunque no sea consciente de ello. Un apunte no poco importante: el pequeño Otto es hijo de Escif. Padre e hijo han planteado un juego en el que uno interviene la obra del otro, una muestra que habla de la espontaneidad, de la creación sin barreras, del valor de la mirada de un niño ajeno al sistema del arte. Lo importante aquí es divertirse.
Este es el marco de la conversación, sí, pero por supuesto el cuestionario con el que comenzó el diálogo acabó saltando por los aires, unas felices ruinas que dieron pie a esta charla única entre dos artistas que hoy se dan la mano para Culturplaza. Estos son algunos de los fragmentos del encuentro entre Escif y Mariscal:
-Escif: En todo ese imaginario de referencias que me venían del arte y de los cómics había una, que eras tú, que trabajaba en ese campo de lo "mal hecho", de lo no construido. Ese gesto espontáneo se veía legitimado en tu trabajo, se anteponía a todo el sistema de preciosismo, de figuras muy construidas, que me venían de otras referencias. Esta es una idea que también retomo de la ultima etapa de Picasso, cómo ese trazo puro puede ser algo válido, como también se ve en tu trabajo. Nos hemos visto un par de veces, de manera muy puntual, pero al margen de esto tu trabajo, Javier, ha estado muy presente en mi casa desde que era pequeño, a través de publicaciones como El Víbora, pósters…
-Mariscal: ¿Tú eres de València?
-Escif: Sí.
-Mariscal: Yo soy muy disléxico y no tengo mucha memoria. Toda mi vida he disimulado pero ahora ya tengo 73 años y no lo hago. Quiero ser sincero: no tengo ni idea [de quién es Escif]. Pero a mi hija, que maneja Instagram, le pareció muy bien [esta entrevista]. Me encuentro totalmente desnudo delante de vosotros, con un aspecto de sinvergüenza. No tengo ni puta idea de quiénes sois, de qué tengo que hablar. Pero me parece de puta madre, porque voy a aprender. Voy a conocer a alguien que está interesado por mi trabajo, no por un selfie. ¿A qué se dedicaban tus padres?
-Escif: Mi padre es arquitecto y mi madre psiquiatra.
-Mariscal: Personas, por decir una palabra, intelectuales, gente que valora el arte. Aunque, inconscientemente, creo que todo el mundo valora el arte como algo imprescindible. Somos simios, necesitamos comunicarnos, es algo que llevamos dentro. Como especie necesitamos al cuñao, a los primos y a los hermanos. El arte es la mayonesa que hace posible que podamos convivir, entender quiénes somos y dónde estamos. A través del lenguaje visual encontramos que no estamos solos, esa es la esencia de nuestro trabajo.
-Escif: Estoy muy de acuerdo en esa idea de compartir. A mí el arte me ayuda a vivir una experiencia en la que me conozco un poco mejor a mí mismo y mi relación con el mundo. El lenguaje del arte me permite vivir esa experiencia y compartirlo con los demás. No con la intención de que los demás entiendan mi experiencia tal y como la he vivido, sino para que tengan la suya propia. Siempre hay un debate en torno a la función del arte, si sirve para algo o no. Mucha gente piensa que es simplemente la contemplación de la belleza, algo hedonista. Yo siempre he pensado que el arte tiene una función social. De alguna forma el arte nos permite ser mejores personas, abre nuestro campo de relaciones con el mundo. Su función es cuestionar lo establecido y romper esas maneras de hacer que se dan por sentado. El arte trabaja en el campo de lo que no es –todavía- y nos abre la puerta a descubrir otros mundos posibles. Por eso es tan interesante el trabajo de los niños, que no tienen esos tabús, esas barreras.
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-Escif: Siento que esa búsqueda de la belleza que se ha hecho históricamente es un intento de acercarnos a la naturaleza, de intentar comprenderla. La belleza es la vida, esa magia que hace que una planta crezca caóticamente pero con una armonía incomprensible. Esa naturaleza está implícita en el gesto de un niño. La construcción del discurso, del lenguaje, de la civilización, era un intento por acercarnos a esa comprensión de la naturaleza pero también nos alejaba de la experiencia misma de la vida. Cuando ese gesto empieza a madurar y busca crear un discurso pierde esa experiencia pura. Cuando mi hijo Otto, con un año y medio, cogía por primera vez un rotulador o un pincel, cuando no sabía que lo que estaba haciendo iba a ser leído por los demás, realmente para él era un extensión de su cuerpo. No tenía la intención de contar nada con eso más allá de la experiencia presente de ese momento. Me he dado cuenta de que ahora, con cuatro años, eso ha cambiado. Ahora, cuando pinta, ya sabe que lo que cuenta va a ser leído por los demás, busca la aceptación. Eso hace que se pierda el juego. Vivo con esta contradicción: aprender el lenguaje nos permite comunicar y transmitir una narrativa que se prolongue en el tiempo, efectivamente, pero a la vez nos limita e imposibilita la experiencia pura de la vida.
-Mariscal: Eso que has expresado tan bien de tu niño, ese carboncillo como la extensión de tu cuerpo... Yo nunca lo he dejado. Tengo tres maneras de dibujar: la automática, directamente del estómago; tomando apuntes de la realidad y, la tercera, los encargos, portadas para prensa, etc. Yo no reflexiono, vivo mucho sin pensar. Me gusta mucho vivir el momento, el instante. Muchas veces no sé ni en qué día estamos ni cuándo es fin de mes. Recuerdo la primera vez que conocí a Pedrito Almodóvar, que trabajaba en la Telefónica. Nos había pasado una películas y le dije: ¡tío, tú estás loco, es muy bueno lo que haces, dedícate a hacer películas! Y él dijo: es que a fin de mes tengo que enviar dinero a mis padres. No es el caso de Escif o mío, que hemos tenido padres con pasta.
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-Mariscal: Hemos acabado ahora una nueva película con Fernando Trueba [They Shot the Piano Player]. Es un chollo para un creador tener a un espectador atento noventa y pico minutos. La diferencia con un cartel, como el que hice para La Mercè hace unos años, es que solo lo ves medio segundo. En esta película hemos estado trabajando más de tres años, de una manera muy artesanal, trabajando mucho la semántica y la semiótica… [Como creador] tienes la sensación de que eres muy limitado, de que no llegas a hacer nunca algo que valga la pena. Hasta los 60 años no logré decirme: tú eres dibujante. Me gusta mucho el trabajo de los demás, pienso: qué hijo de puta, qué bueno es… y te sientes una hormiguita. No es falsa modestia, es así. No tengo ni idea de por qué funciona mi trabajo.
Por ejemplo, en esta película he intentado encontrar un tipo de dibujo muy realista, con un tipo de animación mucho más sintética. A veces paso de que vocalicen, busco la expresión, pero al mismo tiempo dices: ¿y si me he equivocado? Lo que me interesa es que el espectador termine de hacer el movimiento, me interesa ese pacto con el espectador, que ellos digan: yo estos dibujos me los creo. Hoy en día, en el cine, muchos productos son papilla para niños, eso no me interesa. Me interesa soltar la comida a trozos y que tú la termines. Un cuadro funciona porque hay un espectador que se emociona con eso. Si no, no existe.
-Escif: Es muy interesante cuando la obra da pie a que sea el espectador el que la construya. Al final estamos hablando más de poesía que de narrativa, no estás contando algo cerrado, no estás imponiendo, sino que estás invitando, abriendo la posibilidad a que el espectador se identifique con lo que estás haciendo y que viva su propia experiencia. Si el trabajo que estás proponiendo tú con la película o con otra obra fuera muy masticado provocaría una barrera que no permitiría al que mira acercarse a ella. A todos nos gusta sentir, cuando nos acercamos a algo, que está hecho para nosotros. Esa apropiación es a través de la identificación, de la construcción y de llenar esos huecos con nuestra imaginación. En ese diálogo, me atrevería a decir, es casi más importante la mirada del receptor que la del emisor.
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-Mariscal: A mí me pagan por divertirme. Necesito de una manera física dibujar, pintar, venir al estudio. Esto, de una manera mágica, ha hecho que tenga dinero para pagar el alquiler, comprar comida y hacer que mis hijos puedan ir a la universidad, pero lo hago por placer. En la película que he hecho con Fernando [Trueba], que va sobre un pianista al que secuestraron y asesinaron, dice su mujer en una entrevista: Tenorio lo único que sabía hacer era música. Era el típico tío coñazo que no sabía hacerse un par de huevos fritos, solo sabía hacer su musiquita, por cierto, buenísima. Mis novias también tienen que aguantar esto. Llevo tres años soñando con la película, tratando de mejorarla... es una obsesión. Mi mundo es hacer esto, aunque me produce bastante insatisfacción en el sentido de que nunca llego. Hay momento en los que puedes creer que estás haciendo la Capilla Sixtina, pero al día siguiente te das cuenta de que no. Tratas de vivir con eso. A veces te gustaría haber nacido como Brad Pitt y te das cuenta de que eres bajito, que tienes cara de perro, ¡qué le vamos a hacer! Eres lo que eres y tienes que admitirlo como dibujante. Lo único que no aguanto es que la gente se queje, no sé por qué vivimos en un país en el que la gente se queja mucho cuando vivimos en uno de los mejores países del mundo, en una democracia maravillosa, hay cachondeo... y si eres valenciano, más. Hay una manera de vivir aquí que es alucinante. Si además de eso te pagan por divertirte, te paran en el supermercado para decirte que les gusta tu trabajo o estoy aquí hablando con Escif, al que no conozco de nada, porque piensa que lo que hago le ha inspirado... Me siento muy mimado sin acabar de entenderlo. Divertirse, al final, es básico. Yo he sido taxista en Mallorca y me encantaba, he sido jardinero y también me encantaba. Sé que lo digo como un blanquito europeo de mierda, y además de familia pija, pero es algo que es básico. Tú [Escif] tienes pinta de que te están pagando por divertirte con este tingladete, ¿o no?
-Escif: Obviamente. Yo lo que pienso es que es increíble porque si yo hago memoria, si intento acordarme de los momentos en lo que he estado pintando, dibujando o jugando -porque todo esto es un juego- el recuerdo siempre es de disfrute pero, curiosamente también lo que pasado muy mal.
-Mariscal: ¡Es que se pasa muy mal!
-Escif: Pero luego no te acuerdas o, de alguna manera, lo borras. Es más, creo que esa especie de sufrimiento que te ha llevado a un sitio es necesario.
-Mariscal: Sin eso no puedes llegar a disfrutar.
-Escif: Es mágico. De alguna manera, vivir es morir. En el momento en el que empezamos a respirar nos estamos oxidando por dentro. En el momento en el que estamos creando estamos destruyéndonos también. Creo que el juego implica también esos momento de cuestionarse. Al final es un paseo por la vida, pero en ese paseo podemos optar por no hacer nada, buscar esa comodidad, o podemos tirarnos a la piscina, con lo que ello implica.
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-Mariscal: Cuando pinto necesito estar solo, no me gusta que nadie me vea.
-Escif: Yo lo que hago es pintar en la calle.
-Mariscal: Yo también hago muchos graffitis ahora, pero procuro que nadie me vea...
-Escif: Ya me han contado... Cuando estás pintando en la calle obviamente estás a la vista de mucha gente y eso tiene algo interesante, pero curiosamente en el momento en el que estás pintando, al menos yo, no siento que nadie esté mirando, me siento muy solo con la pared. En los momentos en los que estoy conectado con lo que estoy haciendo ni siquiera siento que estoy en la calle. Hay un momento de disfrute en el que la gente que está paseando se convierte en un telón de fondo, en una suerte de hilo musical.
Me siento mucho más cómodo cuando estoy trabajando sin pensar demasiado en esa mirada externa, aquí tiene mucho que ver la idea de trabajar de una manera sincera, desde el amor. Todo desaparece y de alguna manera te conectas con lo que estás haciendo. Hay momentos, que desafortunadamente no es siempre, en los que realmente el mundo no existe. Simplemente te sorprendes a ti mismo haciendo algo fuera del tiempo y del espacio. Hay gente que lo llama inspiración, conexión o conciencia, para mí es el momento al que aspiro a llegar cuando trabajo en lo que hago. Son esos momentos que no puedes decidir los que me enganchan a seguir creando. Este es uno de los motivos por los que hago esto.