VALÈNCIA. Los que la vivieron recordarán que la televisión y La Ruta del Bakalao nunca fueron buenos compañeros. Había algo de miedo, pero el resultado ha sido sobresaliente: La Ruta, la serie creada por Borja Soler para Atresplayer Premium ha recogido alabanzas casi desde su estreno. El retrato, desde los 90 hasta finales de los 70, de un grupo de amigos que vivió el auge y caída de la Movida Valenciana —y también de sus lazos de amistad—, ha acabado por todo lo alto y es un nuevo hito en la ampliación del malogrado marco narrativo que quedó de aquellos años ante la criminalización de las medios de comunicación y el acoso de los poderes públicos. La Ruta son sombras y luces, es música, y, de alguna manera maravillosa, es también hija de las historias contadas boca-oreja o en círculos especializados.
La serie, que llevaba en el horno varios años, ha contado para su causa con dos faros que son memoria viva y rigurosa de lo que ocurrió en aquella época, y que, implicados en el proceso de guion, han ayudado a afinar para que La Ruta también sea un chute de orgullo y autoestima. Se trata de Fran Lenaers, el mítico DJ que encumbró Spook Factory, y Joan M. Oleaque, el periodista que abrió el camino de repensar la escena con En éxtasis: El bakalao como contracultura en España, un libro pionero. Los dos se reúnen con Culturplaza para contar cómo fue su implicación en la serie y, por qué no, también hablar de ella, y de paso, de la propia Ruta.
En la creación y el desarrollo de la serie, la interminable lista de anécdotas y hechos biográficos de Lenaers han jugado un papel muy importante. Su implicación en el proyecto, a través de muchas conversaciones, visitas a plató y cientos de puntualizaciones, ha estado siempre ahí. Como su vida en la de Marc Ribó. “Ellos ven que yo voy a pinchar en el Sónar y desde entonces empezaron a investigar sobre mí. ¿Qué hacía un DJ de la Ruta del Bakalao pinchando en la pista principal junto a los pesos pesados internacionales? Hay mucho de la serie que está basado en mi propia vida. Incluso que mi padre murió cuando tenía 10 años”, desvela Lenaers. Él no solo funcionó como inspiración, sino también como enlace para otros testimonios que formaron un mapa amplísimo de información para configurar la historia que querían contar.
“También era importante enseñarles cómo se empezaba a pinchar en aquella época. La importancia de los hermanos mayores, por ejemplo, enseñando música a los pequeños, que sirvió para que surgieran figuras como la de José Coll. Lo normal no era salir pinchando desde casa, como pasó conmigo”, añade el mítico DJ.
Hay, claro, detalles que Lenaers corregiría de cada capítulo desde su memoria. Es escrupuloso hasta el milímetro en su análisis porque “lo he vivido desde dentro y sé lo que había y lo que no”, pero el balance es que la serie “está muy bien y muy trabajada”.
Otra parte importante de su implicación en la serie fue la preparación al elenco y la supervisión casi diaria del rodaje, que incluso echaron mano del histórico equipo con el que contaba en su casa. Àlex Monner fue su púpilo y la primera experiencia no pudo ser más inmersiva: “le recogí el primer día y me lo llevé a Miniclub porque es un lugar que tiene un equipazo parecido al de Spook de la época. Le puse delante de los platos de vinilo y eso era como sacarte el carnet y que te dieran las llaves de un Fórmula 1. Daba miedo. Le enseñé a utilizar las manos, a cuidar que no se rompan las agujas… Trucos para que supiera cómo se hace. Luego me lo llevé a La Pascuala a almorzar, que era donde acabábamos cuando salíamos de Spook o ACTV. Él no sabía cómo era el tamaño de los bocadillos y flipó. Yo lo hacía para que entendiera cómo lo vivíamos en aquella época”. Más tarde, tanto él como Guillem Barbosa acabaron visitando su casa y empapándose, en definitiva, de Lenaers para construir sus personajes. Ellos son reflejos de él.
La fiebre actual por La Ruta tiene muchos principios, pero Joan M. Oleaque fue uno de los primeros en ordenar aquel caos de anécdotas, hechos, mitos y excentricidades que configuraban los años de la Movida Valenciana. Lo hizo a través de En Éxtasis, que tuvo que defender, en 2004, a capa y espada ante un contexto mucho menos amable con el Bakalao del que hay ahora. “A mí me llama la productora para ayudarles a poner un poco de orden a la infinidad de puntos de vista que habían recogido. El reto más grande de la serie era decidir una mirada, hacer que fuera verosímil pero que permitiera contar la historia de los personajes que ellos habían creado. Ese era el encargo: que su ficción no traspasara en exceso los límites de lo que ocurrió, equilibrar los corsés de la realidad a lo que querían contar”, explica el periodista.
Una guionista del equipo iba facilitándole los guiones y él apuntaba detalles, expresiones, apuntes históricos… Cada local tenía su idiosincrasia, su funcionamiento, su fauna y su flora. Oleaque era el encargado de velar porque la serie lo mantuviera tan intacto como fuera posible. Por ejemplo, uno de sus apuntes fue la manera en la que los guiones dibujaban la figura del empresario: “se homogeneizaba mucho y parecían un poco los empresarios de discotecas mafiosos que vemos en las películas americanas”. “Cuando en realidad cada uno era de su padre y de su madre”, puntualiza Lenaers.
“Ha sido muy inteligente el hecho de ir desde lo más reciente al principio, porque querían ir de más a menos en el propio conocimiento de la gente. Desde el momento autodestructivo que el gran público conoce, a la historia que ha permanecido más oculta”, apunta. Más retos: “Un hándicap importante era tratar años y contextos tan concretos, saltar de dos en dos años, porque había que ajustar y descontextualizar para que todas las piezas encajaran”; “también hubo un trabajo para que los personajes hablaran como se hablaba entonces y cómo hablamos nosotros ahora: evitar el tete, utilizar el nano, incluir refranes propios y descartar otros. Ha habido mucho esfuerzo en ser rigurosos con esto. Y la gran apuesta de incluir personajes que hablaran en valenciano”. Ser riguroso no solo fue un encargo al equipo de guion: “el elenco se había leído los libros [las referencias son el suyo y ¡Bacalao!, de Luis Costa; además del podcast de Valencia Destroy, de Eugenio Viñas] y se notaba que estaban muy implicados en la historia. Yo creo que eso se nota mucho en la serie”.
Escuchar valenciano en una serie de televisión más allá de À Punt, o bueno, simplemente un nano bien colocado, ver tan claramente algunas de las arquitecturas que han formado parte de la memoria de toda una generación… El logro de La Ruta es sumar la fascinación del gran público con el orgullo del pueblo que construyó el mito. La serie, “hecha desde Madrid”, ha sabido corregir algunas de las espinas clavadas por la televisión de los 90, que acabó de sepultar la dimensión creativa y contracultural de aquella época. Las sombras estaban ahí, por supuesto, pero ahora se sabe que cubrieron más de la cuenta.
Ya desde antes del estreno surgieron voces críticas con la revisión de la narrativa del Bakalao. Artículos de opinión o tuits preguntándose con qué valor se le restaba importancia a las atrocidades que allá ocurrieron. ¿Cabe esperar un efecto rebote tras este renacimiento? “La perspectiva de esas críticas se quedó estancada en el telediario del 93. Lo único que hemos intentado proponer estos años es ver la fotografía completa, no esconder lo que pasó. Cualquier festival actual, visto desde el punto de vista de las sustancias que se toman o de los excesos, tendría el mismo análisis. La Ruta no fue la primera escena en la que se consumían drogas, sino la primera en la que se habló abiertamente de ello. Además de, claro, el hecho de que esas discotecas creaban una realidad paralela, algo que al poder no le parecía muy bien si no era en vacaciones o en festivales. Ahora, cuanto más se sabe, más entero se ve el bosque. ¿Un efecto rebote? ¿De verdad se puede ir en contra de una exposición en el IVAM? No estamos minimizando el horror, estamos haciendo periodismo”, desarrolla Oleaque.
La Ruta es otro hito en el lento camino de reposicionar la Movida Valenciana, que tuvo enfrente, y en un altar artificial, a la Madrileña. Es un aviso al gran público de que aquí ocurrieron cosas. Y coincide, además, en un momento sobresaliente de la escena underground electrónica y punk, que es heredera -pero ni muchísimo menos solo heredera- de aquellos 80.
Tony Vidal Batiste, o como popularmente se le conoce: Tony ‘el Gitano’, publica su biografía No es fácil ser dios, de la mano de NPQ editores. El libro se publica al mismo tiempo que ‘el Gitano’ anuncia su adiós definitivo de las cabinas, de las que se despide con una fiesta por todo lo alto (como no puede ser de otra manera)