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La encrucijada / OPINIÓN

Francesc Cambó y nuestro tiempo

7/03/2023 - 

El profesor e historiador Borja de Riquer ha publicado recientemente su biografía de Francesc Cambó, Cambó: El último retratoUn impresionante trabajo de investigación que, previsiblemente, se convertirá en la biografía canónica del político, empresario y mecenas catalán, fallecido en 1947, en su casa de Argentina.

Cambó ha sido y seguirá siendo un personaje controvertido. Como líder de la Lliga Regionalista fue propagador de un catalanismo firme pero negociador, intentando que el modelo burgués  catalán, -con sus estereotipos de industrial, esforzado, de sentido común y propensión pactista, interesado en el conocimiento, el desarrollo tecnológico y los avances europeos-, llegara a ser la hoja de ruta para la regeneración y modernización de España. Un deseo que abrigaba el futuro de una Cataluña fuerte en una España grande. Hombre de profundas inclinaciones conservadoras, Cambó formó parte de varios de los gobiernos finales de la Restauración como ministro de Fomento y Hacienda. Una presencia en el gobierno central que se agotó cuando devino la dictadura del general Primo de Rivera. 

Este hecho no quebró el apoyo de Cambó a la monarquía de Alfonso XIII, pero sí propició que su estela política experimentara un eclipse paulatino que contribuyó a reforzar el Cambó emprendedor, negociador de grandes acuerdos financieros y muñidor de la creación de la CHADE, la empresa hispano-americana de energía eléctrica que, con un accionariado internacional, dispuso de una presencia hegemónica en Argentina con su filial, la CADE. Una firma presidida por Cambó durante un extenso período de tiempo, dueña de activos multimillonarios en términos internacionales, que consiguió eludir la sombra de la nacionalización gracias al apoyo, bien compensado económicamente, del general Perón y otros personajes de su gobierno.

Junto al Cambó político y empresario, Riquer se detiene en su obra filantrópica. Impulsor de la cultura catalana, sus ambiciones apenas tuvieron otros límites que los establecidos por terceros. Adquirió, con conocimiento propio y mejor asesoramiento, una valiosa colección de pintura que, donada  a la ciudad de Barcelona, presta ahora su brillo al Museu Nacional de Catalunya. Financió e impulsó fundaciones, como la Bernat Metge, traducciones de los autores clásicos, revistas, diarios y asociaciones; apasionado por la disposición de la mejor información política y económica creó diversos gabinetes de estudios, en uno de los cuales se empleó Romà Perpinyà Grau, posterior colaborador del valenciano Ignasi Villalonga, y uno de los economistas más celebrados de un tiempo en el que también destacó Germán Bernácer: el economista de Alicante que da su nombre a los premios que, vinculados al Banco Central Europeo, reconocen las investigaciones económicas de los jóvenes profesionales.

El prestigio político de Cambó tuvo su némesis en la Guerra Civil. No sólo se decantó a favor de los golpistas, -a diferencia de los dirigentes del PNV y en contra del amplio apoyo político catalán a la República-, sino que financió un amplio aparato de propaganda que, con centro en París y presencia en otras ciudades europeas, prestó su favor a la causa franquista. Tiempo tendría Cambó para arrepentirse, ya que no consiguió que tales iniciativas arañaran un ápice de comprensión hacia Cataluña entre las fuerzas del nuevo régimen. De hecho, el fallecimiento de Cambó en Argentina no fue fruto de la casualidad, sino de un exilio autoimpuesto que, desde la proclamación de la II República, le aconsejó buscar hogar en varios países de Europa y América.

De esta vida poliédrica y polémica, sustentada por un carácter de enorme exigencia, conocimiento y voluntad, se extraen varias enseñanzas. Y, entre éstas, quizás, la más notoria sea la prioridad final que adoptó aquel catalanismo burgués, organizado en el tránsito finisecular del XIX cuando, ya en el siglo XX, se pusieron en juego las contradicciones del nacionalismo y el conservadurismo catalán. Cambó quiso aclimatar ambas orientaciones ideológicas pactando con las élites políticas españolas afines en orientaciones económicas, sociales y religiosas; pero, pese al reconocimiento de su rigor parlamentario, capacidad de gestión ministerial y  afanes por embridar las manifestaciones más reivindicativas del catalanismo político, su brillo en Madrid y Barcelona encontró un paulatino ocaso. Ni siquiera este hecho y los ataques que lo esculpían movieron su identificación con los valores tradicionales; tampoco alteró su defensa de una monarquía cuyo entonces titular, como denuestra Riquer, acumulaba una penosa e increíble ignorancia sobre el sentir catalán. 

Algunos patrones que emergen de la biografía de Cambó van más allá de su época. Lo observamos estos días, con la anunciada presentación de una moción de censura que, a falta de confirmación formal, llevará como bandera la celebración de elecciones anticipadas que permitan a un nuevo gobierno, paradójicamente tildado de patriótico, golpear a la Cataluña ahora desinflamada, reanimar la fiebre independentista y precipitar una reacción que, una vez más, distancie a Cataluña de España y a unos catalanes del resto. Todo ello para liberar al país de lo que tales patriotas consideran un gobierno y un presidente precisados de exorcismos liberadores de la España auténtica, profunda e histórica que mantienen secuestrada. Una iniciativa que, junto a otras que se suceden con menor ruido, responden al exclusivismo que algunos pretenden mantener, a toda costa, sobre la interpretación y mejor construcción institucional de España. 

Son momentos en los que observamos al nacionalismo español más tóxico congregar fuerzas que navegan sobre un mar emocional  y polarizador. Un caldo de cultivo que lastima, más allá de Cataluña, la España Autonómica, la España plural, la diversidad de lenguas y culturas que dilatan y enriquecen el acervo español. Un daño fruto de esa versión estrecha e ineficaz del patriotismo que, durante siglos, ha aprendido a dominar lo que la cuestiona gracias, entre otros muchos arietes, a la continuidad y cohesión de una parte del aparato funcionarial al que le fascina defender el centralismo, -es decir, a sí mismo-, ya sea desde las alturas del BOE o desde las cloacas del Estado profundo. 

En estas circunstancias resulta deseable que, desde la política y la  sociedad civil de la Comunitat Valenciana, se hable de la patria inclusiva y razonada frente a la excluyente y enrabietada. Una visión que considere el patriotismo federal: un discurso de la igualdad ciudadana, pacificador de las disonancias y reconocedor de las diferencias, que repare agravios y construya nuevos puentes. Un federalismo que acoja y se fertilice de la inteligencia distribuida territorialmente y rechace el monopolio absorbente y depredador de esas fuerzas centrípetas que, como sucede en el cosmos, pueden dar lugar a la formación de agujeros negros que, en nuestro caso, absorban y destruyan la convivencia territorial. Un discurso federal sin timideces pero abierto al diálogo, demostrativo de que algo importante está presente en la Comunitat Valenciana: la conciencia de sí misma y la presencia en ésta del deber de contribuir activamente a la renovación constructiva, pacífica y justa del Estado. ¿Temor a ser calificados de separatistas? Recuérdese lo que decía Joaquín Sorolla: “Yo, el valenciano más español, he venido a demostrar la realidad de la existencia de las nacionalidades españolas”.



 

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