Tus amigos o tu pareja pueden decepcionarte, también la nueva de Star Wars o el último disco de Sabina. Pero las gambas al ajillo de Pilar nunca defraudan.
Llevo diez años visitando Pámbori y todas y cada una de las veces que he comido en casa de Pilar (ha sido unas cuantas), he pedido sus gambas al ajillo. Ella me anima a probar y a hablar de otros platos, pero yo me resisto. Estos crustáceos son frescos, tienen buen tamaño, quedan jugosos y el aceitito para mojar es uno de mis pecados veniales favoritos en el que recaigo una y otra vez.
"El único secreto es que las gambas sean buenas. Yo las pelo, les quito la tripita y las pongo en la paella con el aceite, los ajitos picados y una guindilla. Todo en crudo. Cuando empiezan a chisporrotear las saco y las tapo con una servilleta de las de antes, como hacía mi padre toda la vida en su bar, para que con el calor terminen de hacerse y no queden secas", explica Pilar.
No sé si es ese toque servilletero las que las hace tan especiales, pero en cuanto las pone en la mesa, es destapar ese fina capa de celulosa y ponerme de buen humor. Tan fácil. Tan difícil.