Estos días hemos asistido a la versión en cine de dos acontecimientos inusuales de la vida real. La supervivencia de parte del pasaje de un avión que se estrelló en Los Andes en 1972 en condiciones límite y el rescate por parte de un barco pesquero de Santa Pola de 51 personas a punto de ahogarse en el Mediterráneo en 2006.
Las dos historias cumplen a la perfección aquello de la vida real supera la ficción y en el caso de La Sociedad de la Nieve, el relato contado en formato película por J. Bayona ha conseguido que podamos entender que lo de menos fue lo que comieron, (que se convirtió en el morbo de la gesta con los primeros libros que se escribieron sobre el tema), olvidando todo lo que ocurrió además y que fue más difícil de superar que el hecho de comer o no carne congelada de un animal racional. La película ha recreado el ambiente gélido, las avalanchas que sufrieron, la desesperación de ver aviones pero no ser vistos, los daños en la piel y los ojos del sol reflejado en la nieve, el frío gélido, constante e intenso… Consigue que nos demos cuenta que el ser humano acaba adaptado a casi todo.
En este sentido la miniserie La Ley del mar, rodada en parte en Santa Pola y también en la Ciudad de la Luz, recién estrenada en À Punt es otra versión en cine de un hecho en la vida real muy bien logrado.
En el año 2006 el pesquero de Santa Pola, Francisco y Catalina, navegaba con sus nasas en alta mar, a diez millas de Malta cuando se encontraron con una pequeña embarcación. Su capacidad podría ser de unas 10 personas pero en ella intentaban flotar 51. Estaban a la deriva casi muertos de sed y entre ellos había una niña de dos años y una mujer embarazada. La producción, la dirección y los actores están soberbios, y en este caso puedo decir que conozco la historia que, una vez más, viví como periodista, y conozco a los protagonistas. José Durá era el patrón del barco y su mujer Pepi la armadora, bueno, es un negocio familiar.
Esa decisión de recoger a 51 personas no fue algo obvio y que podamos pensar fácilmente que “todos lo hubiéramos hecho”. Era muy fácil caer en la cuenta de que además de hacer que no se ahogaran había que darles agua y comida, es decir compartir de la suya. Y había que meterlos en algún sitio. Y era más fácil aún hacer como tantos otros habían hecho antes según relataron y siguen contando las personas que viajan en esas pateras: mirar para otro lado.
Te haces el loco y dices “sí, sí, ahora pido ayuda por radio” y sigues tu marcha y “el problema no es mío y ya que se encargue quien tenga que encargarse”. Pero como se ve en la serie, eso no pasa por la cabeza de una persona normal, con sentido común y empatía. Ni por la de Durá ni por la de la tripulación. La serie logra también que entendamos que esa gente no se echa al mar para hacerse ricos en otro país o por capricho o por inconsciencia. Se juegan la vida porque lo que dejan detrás no es vida.
Y también se ve como media Europa se hace el “sueco” para intentar quitarse el marrón de encima. 9 días en el mar esperando que les dejaran llevarlos a un puerto. 9 días racionando agua y comida porque tampoco dejaban que se les acercaran barcos con ayuda humanitaria.
Junto a Durá, sus tripulantes y sus familias en tierra involucrando a los medios de comunicación, hay otras personas que con su empeño lograron una solución, como la embajadora española en Malta. Una historia llena de historias que encima se ha repetido después varias veces, es decir no hemos aprendido nada, incluso con el propio hijo del patrón del Francisco y Catalina.
Tengo la esperanza que esta ficción, por cierto Luis Tosar clava a José Durá, nos haga a todos ver los hechos más allá y entender un poco mejor lo que hay detrás de esos titulares. Y no hay más que gente corriente haciendo cosas de sentido común. Todo lo demás es mentira o posverdad como lo llaman ahora.