En agosto de 2012 publiqué un articulo en un blog personal en el que cuestioné la inoportunidad de la acción de Sánchez Gordillo en aquellos, para mí, desafortunados asaltos a las tiendas de Mercadona para obtener alimentos. Recibí un aluvión de críticas de personas, más próximas que otra cosa, por defender a los empresarios en general -decían- y a los empresarios valencianos en particular. Quería generar una solución de continuidad entre aquello y lo que representaban mis ideas. Se proponía la desesperanza como remedio a la crisis además de escenificar el fracaso de la política más absoluto. Era totalmente al revés. Porque se ganan las elecciones con proyectos de futuro y personas que quieran liderarlos.
Afirmaba en aquel momento que cuanto más grande fuera nuestro Producto Interior Bruto, más capacidad tendríamos para poder endeudarnos en caso de necesidad. El tiempo me ha dado la razón. España se ha podido endeudar estos últimos años a intereses razonables porque ha crecido su PIB. Y que conste que no comparto para nada la regla de límite de gasto. Por ejemplo, los ayuntamientos tienen todos superávit desde que no se pueden endeudar pero lo deben dedicar a pagar préstamos que tienen una financiación barata. Ese dinero, puesto en circulación mientras se puedan pagar nuestros créditos municipales al día, daría más color a la economía y trabajo a personas que lo reclaman. En este momento, además, sería una inyección brutal de liquidez para compensar el parón del confinamiento que hemos vivido, vivimos y que puede que nos toque vivir algún tiempo más.
Proponía hace ocho años que unos de los primeros objetivos del gobierno valenciano, entonces del PP, debía ser garantizar la presencia de empresas en nuestro territorio y que su sede fiscal estuviera radicada aquí. Primero, porque pagan impuestos aquí y aumentan nuestro PIB. Y porque tenemos que fortalecer el tejido empresarial propio para no depender más del ladrillo o tanto del turismo de sol y playa. La industria debería ser un 25% de nuestro PIB. Esta crisis sanitaria y la necesidad de empresas valencianas y de un empresariado valenciano valiente también me ha dado la razón. Necesitamos fabricar de todo y mediante tecnología propia. O atender la alimentación, nuestras empresas agroalimentarias, que han dado y siguen dando una respuesta magnífica. Por tanto, no es oportunismo sacar la cara por una empresa de mi tierra, porque lo hice en 2012 y vuelvo a las andadas.
Me preocupa que en una iniciativa tan importante como la iniciada por más de 2.000 emprendedores se utilice la expresión de Churchill "muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir, otros lo miran como la vaca a la que hay que ordeñar, pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro". Lamento esta sensación porque es inmerecida y la reclamación, reincidente. La realizó también el empresario de Poble Nou, Juan Roig, en aquel acto de 2018 que se comió su alusión al lenguaje no sexista. A veces, una broma bien intencionada, se saca de contexto para no querer oír lo serio. Este es un estado de ánimo negativo entre los que se dedican a generar trabajo que hay que corregir con urgencia.
Si hay que buscar alguna raíz honda en este problema de falta de reconocimiento a la empresa valenciana se debe, a lo mejor, a alguna cosa de nuestro secular carácter. Me decía un sociólogo, que ahora trabaja en La Moncloa -madrileño de nacimiento y valenciano de padre-, que en Madrid se "fardaba" de vecino rico y que aquí en València si el del lado de tu casa triunfa, se dice "què haurà fet eixe pa tindre tants diners?" Quién sabe, pero no deber ser tan simple. Ciertamente, no solemos alabar ni reconocer los éxitos de los nuestros, más bien los tratamos con desdén y cierto desprecio.
Por ejemplo, y no tengo los números, pero en los últimos diez años sólo en patrocinar a nuestro deporte y poner a València en el mapa, Juan Roig debe haber invertido más de 200 millones de euros. Y ha comprometido otros 200 más para la construcción del Arena en La Fonteta. Pero ponemos a Peter Lim de salvador del València CF, cuya obra y milagros fue comprar acciones, no poner ni un euro a fondo perdido y quién sabe si con el intermediario y comisionista Mendes, su socio, encara haurà fet cosetes. De momento, las juntas en inglés y a puerta cerrada. Ahora, regala unos miles de mascarillas y trescientos termómetros y a hombros. Per la porta gran.
Me dirán pelota, burgués o cualquier burrada, pero para lo que viene necesitamos a nuestros empresarios y empresarias más que nunca. Que reviertan sus ERTE o que nunca los comiencen. Empresarios como los que hacen posible este periódico digital que ha dicho que no se rinde y se ha ganado respeto eterno por su dedicación y su compromiso con el pueblo valenciano. Infinitas gracias, Valencia Plaza
Como dije en 2012, "cal donar esperança a la gent. Construir l’esperança. El futur dels nostres fills no és que hagen de furtar per a poder sobreviure. És una societat on conviure, de manera solidària, on es puga créixer en tots els sentits en plena llibertat, personal i col·lectiva. I la política està per a solucionar problemes, legislar i fer els canvis necessaris". Necesitamos que no se genere un clima de desconfianza en el consumo y que esto no se pare. Buena política porque habrá que recordar que los muertos no votan. Ya lo explicó Jesucristo, por estos días, que había que buscar entre los vivos. De sembrar el mal rollo y el desánimo no ha ganado nadie las elecciones. Las ganan los que enseñan el camino para pasar a la otra parte del río, aunque bajen las aguas revueltas.
Estoy en contra de los recortes, de lo que, entre muchos teóricos, bautizamos como el austericidio. Dicen que es un error llamarlo así, que parece que queremos matar a la austeridad. Es lo contrario. Lo que no queremos es que se recorte nada porque todo es PIB. Mover el dinero para que llegue a todos, hasta al Estado o la Genralitat vía impuestos directos e indirectos. El consumo es trabajo para mucha gente por encima de todo. Por eso no me gusta que se hable de recortar gastos. Los inútiles sí, pero recortar solo genera dolor y paro.
Para que se entienda: los hijos e hijas de los que tiran mascletaes también comen todos los días. La familia del señor que conduce el camión que lleva la traca. Su mecánico. El que les pone la gasolina. El que barre los papelitos quemados y el que repara los cristales que se rompen. Cualquier intento de recortar en nombre del coronavirus hará más daño que la pandemia. Si hay que hacer alguna cosa, son números y financiar a largo plazo esta desgracia. Un claro ejemplo: la banca obtuvo 122.000 millones entre dinero y avales de gasto comprometido para el Estado, según el Tribunal de Cuentas. Hay días que se están anunciando medidas por la Generalitat que son menos dinero que lo que se perdió en algunos de aquellos PAI que financió Bancaixa, CAM o el Banco de Valencia, entidades ahora sólo recordadas por la foto de sus dirigentes en los banquillos de los acusados.
El genuino empresario valenciano no es el del pelotazo fácil. Nuestro imaginario agrícola nos dice que hay que labrar cada día, levantar la persiana y anar poc a poc. Es un empresariado viejo en el sentido comercial pero joven en lo industrial y no se ha caracterizado nunca por la prisa en hacerse rico. Esos, los de bufar en caldo gelat pasan de hacer a su hija fallera mayor al ostracismo. Esos son los que se cargaron las cajas de ahorro. Miren sus ocho apellidos y verán como no son nietos de llauradors. Por eso y pensando en que esto pasa, cuanto mejor, mejor. Y para hacer este camino llevadero, que los empresarios y empresarias valencianas sepan que hay gente que humildemente les dan las gracias en público. Que se quiten el complejo de no queridos porque aquí somos de hacer ninots y reírnos hasta de nuestra sombra, pero también agradecidos cuando hace falta. Porque para construir un proyecto colectivo territorial, que no sea una sucursal del madrileñismo dirigente, nos necesitamos todas y todos. Nos une el amor a esta tierra y a los que viven, trabajan y quieren ser de ella.
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