Un año después, Gran Azul se ha consolidado como una de las pequeñas (grandes) joyas de Valencia
Me da la sensación de que los primeros meses de Gran Azul no encajaron ni en la ciudad ni en la zona Aragón como muchos esperábamos. Sigo a Abraham Brández desde hace tiempo: es un tipo honesto, discreto y con ADN gastronómico, y Gran Azul era (es) su gran apuesta en Valencia.
¿Quizá por el concepto? Arrocería por un lado, brasas y producto por otro. Un espacio inmenso; luz, madera y lo mejor de todo: una brasa a la vista, donde se cocina un producto excepcional (lomo alto de vaca vieja, rodaballo salvaje o atún de almadraba) a la vista del comensal. Un año después, ya no hay dudas: Gran Azul es uno de los imprescindibles de la ciudad si la idea es comer bien; respeto al producto, cariño en sala y cuenta razonable. Me alegro. Mucho.