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CRÍTICA

Gran expectación y resultados discutibles

Lleno hasta la bandera en el comienzo de la temporada del Palau de la Música, incluídas las 1.500 butacas gratuitas instaladas en el cauce del río

18/10/2015 - 

El patrocinio de este concierto por parte de Aguas de Valencia facilitó la gratuidad de las 1.500 sillas colocadas en el cauce, así como la instalación del equipo audiovisual necesario para la retransmisión desde el Palau. Sumadas a las 1.700 plazas de la Sala Iturbi, se logró el viernes un total de 3.200 espectadores. Los nuevos dirigentes políticos hicieron también acto de presencia, entre otros el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, el de Les Corts, Enric Morera, y el alcalde de Valencia, Joan Ribó. Acudió asimismo la concejala de cultura, Glòria Tello, de quien depende el auditorio. Respecto a los patrocinios, el nuevo subdirector de Música del Palau, Manuel Muñoz, manifestó este martes su esperanza de que otras grandes empresas tomen ejemplo de Aguas de Valencia y colaboren también con las instituciones culturales.

La Orquesta de Valencia, dirigida por su titular, Yaron Traub, interpretó la Suite española, de Albéniz y la Novena Sinfonía de Beethoven, en un concierto todavía programado por los anteriores gestores del recinto. La primera de ellas se hizo como homenaje al director Rafael Frühbeck de Burgos, fallecido en junio de 2014. Frühbeck actuó con frecuencia en el Palau, y orquestó la Suite española, un conjunto de piezas, originalmente escritas para piano, del que se han hecho varios arreglos orquestales.

De todas sus páginas, la más popular es Asturias, que también han adoptado los guitarristas -en este caso para bien- pues resulta especialmente adecuada a la sonoridad del instrumento. Fue, junto a Granada, la mejor interpretada en la sesión del viernes. A destacar los solos de flauta en ambas, junto a los de oboe y fagot en esta última.

En la Novena de Beethoven hubo momentos hermosos, pero también problemas serios, resultando triste que no se aprovechara la presencia de un público tan numeroso para ofrecer una versión más atractiva. Ni el titular ni su orquesta consiguieron dibujar una trayectoria clara hacia la impresionante Oda a la alegría que la corona. Más bien trabajaron por adición de secciones y movimientos, faltando el hilo conductor que da coherencia al conjunto.

Las novedades formales que Beethoven introduce en esta obra pueden dificultar su comprensión por parte de músicos primerizos, pero no es el caso de esta orquesta, la más antigua de Valencia, que la ha interpretado varias veces (con mucho más espíritu, por ejemplo, en 2007). Tampoco su director es principiante. Eso sí: la experiencia no elimina el alto grado de dificultad que presenta la obra, sino que permite asumirla con mayor garantía de éxito.

Como muestra de lo que Beethoven demanda aquí, hay que mencionar la modélica ejecución de Javier Eguillor a los timbales

La emoción y la fuerza que vive en sus pentagramas debe transmitirse al público, y eso es algo que el viernes sólo ocurrió puntualmente. Hay, por otra parte, una gran complejidad en los planos sonoros, que deberían clarificarse ante el oyente para que nada se escuche emborronado. Los problemas de ajuste son mayúsculos, no sólo en los momentos de estricto contrapunto –que también-, sino a causa de esos breves motivos, tan beethovenianos, que irrumpen constantemente en el discurso musical, brotando desde todas las secciones de la orquesta, y exigiendo en el conjunto una métrica muy asentada y un altísimo grado de compenetración.

Por otra parte, las frases de largo alcance y la expresión arrobada también están presentes, así como los golpes de arco enérgicos y necesariamente simultáneos. Por no hablar de esas trompetas, siempre al límite de lo hiriente, de las exigencias para con las maderas, o del imprescindible cuidado para arropar al coro y a los solistas. Como muestra de lo que Beethoven demanda aquí, hay que mencionar la modélica ejecución que tuvo Javier Eguillor a los timbales, patente ya desde su intervención, tensa e impecable, tras los misteriosos compases iniciales, y que, para disfrute de los oyentes, se prolongó con la misma calidad durante toda la sinfonía.

Si la Novena les resulta difícil a los instrumentistas, el compositor tuvo aún menos misericordia con los cantantes, a quienes, junto a los problemas de concepto, ajuste y tensión, hace moverse con frecuencia en la llamada “zona de paso” de la voz, siempre propensa a la tirantez y a las desigualdades. La Sociedad Coral de Bilbao, contratada al efecto, no parece una agrupación capaz de afrontar todavía esta tremenda partitura, especialmente en la cuerda de las sopranos, que sólo se empastaba con el resto cuando la dinámica estaba en pianissimo.

También se escucharon desajustes con la orquesta En cuanto al cuarteto solista, destacó la enérgica entrada a cargo de José Antonio López, que imprimió fuerza al conjunto, así como la luminosidad tímbrica del tenor (Gustavo Peña). En el caso de la soprano, por el contrario, se percibió la dificultad para no destemplarse en los temibles agudos de su parte.

Cabe preguntarse si resulta sensato programar una obra cuando los mimbres disponibles no son los idóneos, cuando requiere un trabajo extra a nivel de ensayos, cuando precisa de una mejor comunicación entre los diversos agentes (batuta, orquesta, coro, solistas) o, peor todavía, cuando hay más de una variable en juego. La opción de prudencia, la de no hacer lo que no es seguro que acabe bien, parecería en principio la más sensata. Pero también es cierto que 3.200 personas querían oír la Novena de Beethoven, ya que 1.700 pagaron para conseguirlo, y otras 1.500 aguantaron sin chistar los ya fresquitos y húmedos atardeceres en el cauce del río.

De ahí que, quizás, lo más sensato fuera poner los medios para que pudieran escucharlo con toda su luz. Porque Beethoven también les pertenece.

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