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crítica de concierto

Gustavo Gimeno: ¿una ocasión perdida para València?

Tras escuchar la Novena Sinfonía de Mahler, dirigiendo el valenciano Gustavo Gimeno a la Orquesta de Les Arts, cobra fuerza de nuevo una pregunta que muchos aficionados vienen haciéndose: la de cómo se ha dejado pasar a una batuta de este calibre cuando sólo era una promesa. Pero una promesa que ya mostraba maneras

27/05/2019 - 

VALÈNCIA. En la actualidad, Gimeno está atado ya por sus compromisos con la Filarmónica de Luxemburgo. Y, a partir de la temporada 2020-21, será también titular de la Sinfónica de Toronto. En la carrera de este músico ha habido muchísimas señales significativas de su valía. No son las menores el haber sido asistente de Claudio Abbado, Mariss Jansons y Bernard Haiting.

Esporádicamente, ha actuado en su tierra. En 2013, con la Orquesta de València. En 2014, con la de Les Arts. En 2015, repitió con ésta en el foso del recinto, dirigiendo Norma. En 2017 actuó con ella en Castellón. En noviembre de 2018, visitó otra vez el Palau de la Música con la Filarmónica de Luxemburgo, y el pasado domingo volvimos a escucharle en Les Arts, con la orquesta de la casa.

Mientras tanto, las dos formaciones valencianas han visto la titularidad de sus respectivos podios sin cubrir, y aún sigue así la del Palau de les Arts. ¿Nadie pensó en Gimeno cuando su caché era, como es lógico, menor que ahora, aunque ya daba señales inequívocas de talento? ¿ningún responsable sabía que las batutas más preciadas se contratan a varios años vista? ¿acaso una encuesta interna que se hizo a los miembros de la Orquesta de la Comunidad (la de Les Arts) no lo situó, junto a Henrik Nánási, en los puestos de máxima preferencia como director?

Gustavo Gimeno, en una entrevista de Justo Romero publicada el día 19 en Levante, se negaba a hablar de hipótesis de futuro, ciñéndose a lo que son sus compromisos actuales, y priorizando los comentarios en torno a la música y su interpretación. Es decir: no quiso contestar a la posibilidad de subirse como titular, más adelante, al podio de Les Arts.

Foto: MIGUEL LORENZO.

La entrevista, interesantísima en cualquier caso, sí que fue muy útil para confirmar con palabras lo que un oyente atento puede percibir en sus interpretaciones. Y, muy especialmente, para comprender su concepción en torno a la Novena de Mahler. Decía sobre ésta que “(...) por supuesto aparecen ya en el primer movimiento los ecos premonitorios de lo trágico y la muerte, pero en realidad, el tono general es casi más una oda a la vida, y una manera de expresar su amor por ella. (...) ¡No hay nada trágico en su carácter!, más bien es una bella y algo nostálgica mirada hacia el pasado, como algo bonito y que ha valido la pena vivir. Incluso el final de la sinfonía, que, aunque representa la muerte, o dicho de otra manera, el cese de la vida, tiene un carácter de relajada / serena aceptación”.

También le preguntaba Romero sobre las influencias recibidas en su versión de esta obra, y Gimeno subrayaba  el importante papel que tuvo el estudio de la partitura que utilizó Willem Mengelberg, director de la orquesta del Concertgebouw y colaborador de Mahler, por las anotaciones con indicaciones metronómicas, y otros muchos detalles sobre el carácter de la música.

En cuanto a la atracción producida por Mahler en muchos directores del Sur –como Giulini, Mitropoulos, Abbado, Sinopoli, López-Cobos o él mismo- Replicaba Gimeno:  “en realidad es difícil encontrar a directores a quienes no seduzca la música de Mahler. Y hablar de él es hablar también de muchas cosas: del inicio del siglo XX en Viena, de la música judía, de los músicos en las calles, del sonido de una banda en un funeral, de la naturaleza en Austria... Varios de los directores nombrados han salido de sus lugares de nacimiento y conocido bien otras culturas, especialmente Austria y Alemania. Nunca le he dado especial relevancia a la procedencia de un intérprete a la hora de interpretar a un compositor. Más bien a sus experiencias, vivencias...”

Esta concepción de la Novena de Mahler coincide bastante con el sobrenombre que le otorga el que fue un gran especialista en su música, Jose Luis Pérez de Arteaga, quien la denomina “El canto de la extinción”, y dice de ella: “La Novena es una obra de amor, una obra donde la letanía de amor de La canción de la tierra se materializa instrumentalmente. En un arco sideral vuelve Mahler a sus comienzos (...) El amor irá volcado ahora hacia la existencia en tanto que universo, con mucho de panteísmo iluminado”. Y luego: “Pese a las ocasionales explosiones del primer movimiento y las ásperas disonancias del tercero, constituye una página  serena, honda y nostálgica”.

Foto: MIGUEL LORENZO.

Bruno Walter, una de los músicos que más cercano estuvo a los procesos de creación e interpretación del compositor (no olvidemos que Mahler estuvo diez años como director musical en el foso de la Ópera de Viena, y que sólo podía dedicarse a la composición en los veranos), señalaba su enfoque interpretativo con la batuta, aspecto éste que permite valorar también las versiones que, a su vez, va recibiendo la música escrita por él. Dice Walter: “(...) apenas hemos aprendido de Mahler, el director, que siempre es posible hacer sonar una obra como si fuese la primera vez, y seguramente hoy, en cada ejecución acertada de su música, será reconocible el gigante. (...) todas las obras nuevas necesitan ser salvaguardadas por una interpretación que se ajuste a su verdadera esencia. Pero poco a poco, las emociones suscitadas por las obras más audaces se amortiguan y palidecen, sobre todo en las interpretaciones más endebles. Y entonces nos podemos preguntar hasta qué punto la audacia y la aventura representan un elemento esencial en la obra de arte; la audacia y la aventura que terminan en sí mismas caerán víctimas de un veloz envejecimiento, y sólo el ligamen con valores más profundos y duraderos puede asegurar un efecto de larga duración (...)”

La Novena de Mahler responde a este último parámetro. Se trata de una obra monumental, tanto en el aspecto musical como en el sustrato subyacente (nada menos que una tierna mirada sobre la vida cuando la muerte ya se acerca), sustrato que sólo batutas inteligentes y sutiles son capaces de transmitir. Las técnicas del contrapunto son llevadas en ella hasta extremos inauditos, que introducen, en momentos puntuales, una inusitada violencia, pero que, en otros, confieren al universo del que se está despidiendo Mahler toda su rica complejidad. Gimeno estuvo muy atento a estos hilos que, naciendo y muriendo sin cesar, y circulando entre los otros con su propia individualidad, van configurando un tejido sinfónico que la batuta necesitaba iluminar con destreza, para que cada uno tenga su color, y siga ante el oyente el camino que se le asigna.

Todo ello implica una técnica impecable en el ajuste, y una imaginación muy potente para equilibrar y dosificar la importancia de cada una de las líneas en juego. Los matices dinámicos parecían jugar en una división especial, donde el pianissimo no tenía límites, cruzando la barrera de lo inaudible para, de alguna forma, mantenerse todavía presente. Y llegando hasta el forte más desgarrador, culminación de una trayectoria en ascenso que, de haber sido preciso, aún hubiera llegado a más. Gustavo Gimeno es parco en su gestualidad, pero mostró una tremenda eficacia. Gracias, seguramente, a su capacidad analítica... y a las dotes para comunicarse con instrumentistas y público también por la vía emocional.

Foto: MIGUEL LORENZO.

Los profesores de la Orquesta de la Comunidad tuvieron una de esas tardes gloriosas donde todos y cada uno bordaron la complicada partitura que tenían delante. Se entregaron a la obra, empatizaron con Gimeno y proyectaron sobre el público -que llenaba la sala- la fuerza y la poesía de esta sinfonía de Mahler. Allí no se movía un alma. Había tanta expectación en la sala, tanta tensión entre los oyentes, que parecía como si éstos tuvieran una responsabilidad en el resultado. Y la tenían, la tienen siempre. Se toca para alguien, lo contrario es un ensayo. Y cuando se toca para alguien, y se transmite bien, el oyente devuelve y transmite su propia emoción a los músicos, retroalimentándose inconscientemente en un maravilloso juego de espejos.

Todo esto se produjo con una orquesta muy grande (60 cuerdas, 29 vientos y 5 percusionistas) de la que, hoy por hoy, sólo quedan algo más de 50 titulares. El actual director de Les Arts, Jesús Iglesias Noriega, aseguró en enero que iban a consolidarse otras nueve plazas. Muy lejos todavía del número óptimo necesario, según él mismo reconocía.

Habría que darse prisa. Porque milagros como el de este sábado, pocas veces se producen.

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