Los creadores Mar Reykiavik, Ángelo Néstore y Paloma Chen reflexionan en el Festival 10 Sentidos sobre la vida en las lindes
VALÈNCIA. Supongamos que una despensa cualquiera puede explicar todos los conceptos del universo. Siendo así, supongamos que alguien (cosas más raras han pasado) nos pide que asociemos un elemento de esa despensa al concepto de ‘frontera’. En esta casa lo tenemos claro: las fronteras constituyen una cebolla de reflexión infinita. Capas y capas de sentidos que no se anulan entre sí, sino que se complementan; y en ocasiones, encuentran en cada una el eco de la anterior. Un territorio fértil en acepciones y posibilidades.
Es probable que al pensar en ellas, la primera opción que sacuda tu lengua sean las fronteras de los mapas y los pasaportes. Para aquellos que tuvimos la suerte de nacer en la latitud y el pedigrí adecuados, la frontera es una promesa de viaje y descubrimiento; pero para muchísimos otros, se erigen en coto de violencia, opresión y miedo. Unas vacaciones o una amenaza, aquí no eres tú el que elige su propia aventura. Sin embargo, si abandonamos ese primer significado y nos adentramos en el terreno de la creación, esas lindes también son escenarios de efervescencia, de hibridación chisporroteante, de prueba y error, de cambio. La frontera como identidad y como búsqueda. La frontera, en definitiva, como espacio de ebullición discursiva.
Esos distritos (geopolíticos, filosóficos, lingüísticos y artísticos) protagonizarán el próximo 21 de mayo una charla en Las Naves que contará con Mar Reykiavik, Ángelo Néstore y Paloma Chen, tres creadores cuyo trabajo en esos confines abarca diferentes disciplinas y prismas. El coloquio forma parte de la programación del Festival 10 Sentidos, que en esta décima edición ha adoptado las fronteras como tema y leitmotiv.
Nuestros tres protagonistas han hecho de la frontera --en toda la multiplicidad de la palabra- un aspecto esencial de sus procesos creativos. Se sumergen en ella o buscan dinamitarla. La estudian, la exprimen, la ponen patas arriba. Así que, nuestra primera aproximación está clara: toca averiguar qué supone vivir y crear en las rayas divisorias.
“En mi caso, la frontera es un modo de vida --indica Ángelo Néstore, poeta que entremezcla su producción lírica con las artes escénicas--. Por una parte, geográficamente, pues soy un italiano que vive en València. Yo me percibo como extranjero y eso me hace estar en una constante negociación política. Desde un punto de vista artístico, trabajo con la poesía y el teatro, lo cual supone replantearme barreras, también lingüísticas, pues me expreso en un idioma que no es con el que nací, pero que he hecho mío… Creo que la frontera te da la libertad en las palabras, en esos errores gramaticales que sigo cometiendo… Todas estas fronteras me han ayudado a abordar mi identidad desde una perspectiva queer y no binaria”.
“Vivimos en un mundo claramente marcado por las fronteras. En mi trabajo poético, reflexiono bastante desde este concepto aplicado a cuestiones como la migración, los cruces, las nacionalidades.. .En la sociedad, desde un plano simbólico, la idea de frontera está muy ligado a la identidad y eso es algo que tengo muy presente cuando escribo”, señala Paloma Chen, poeta, periodista y activista antirracista que busca visibilizar la realidad de la comunidad china en nuestro país. En ese sentido, explica que abordar la vida en las fronteras implica “hablar de esas existencias que no están en el centro. Para muchas personas las fronteras son casa a nivel poético y, a la vez, son un espacio en el que se ejercen unas violencias tremendas”.
En cuanto a la artista visual y ensayista Mar Reykiavik, piensa en las fronteras “en tanto que límites. Pienso que es importante hablar sobre esos límites para saber dónde te sitúas tú con respecto a ellos. Debemos ser capaces de nombrar los límites… de crear una genealogía, y, a partir de ahí, poder subvertirlos. En cierta forma, considero que los límites existen precisamente para eso, para subvertirlos. La frontera es, además, un lenguaje. Y reflexionar sobre ello resulta muy emancipador”. De hecho, esta creadora centrada en el videoarte y la performance se muestra “completamente a favor de la disolución de las fronteras en el plano de la práctica artística”. Así, resalta que en su trabajo “el límite es un elemento con el que jugar. No me voy a poner a mí misma las fronteras que ya me pone la sociedad. Para mí, estar en el terreno de la creación es imposible sin asumir que me estoy saltando los límites”.
A menudo, las fronteras no tienen cara de artefacto creativo ni de aduana, sino que se hacen carne en los humanos con los que compartimos oficina, vagón o sofá. Si para Sartre el infierno eran los otros, las fronteras también pueden ser los demás, Aquellos que existen más allá de nuestra epidermis.
“Creo en un arte que intenta romper el statu quo y, por tanto, hablo de la frontera como algo a derribar. No solamente desde el prisma sociopolítico, sino también en cuanto a las relaciones interpersonales. Vivimos aterrorizados los unos de los otros, cerrando siempre con llave nuestras casas por miedo al resto de gente”, apunta al respecto Chen, que hace unos meses se alzó con el II Premio de Poesía Viva #LdeLírica.
Frente a este supuesto de las fronteras epiteliales, Reykiavik apuesta por acercarse al concepto de frontera “como una forma de establecer relaciones con los demás y con una misma. Preciado dice que la frontera es tu propio cuerpo. Parece que el mundo va por un lado y por otro va cada uno como individuo, pero la vida consiste en establecer vínculos” . “Para comprender cuestiones muy amplias, como puede ser esa idea de las fronteras es necesario traerlas a lo cotidiano. Trabajar desde lo micro para conocer lo macro. ¿Qué puedes hacer tú con los márgenes, con tu cuerpo? ¿Y con tus amigos?”, resume esta videoartista, cuyo trabajo se ha expuesto o proyectado en recintos como el Muvim de València,el madrileño Matadero, el Zumzeig Cinema en Barcelona, la berlinesa Galeria NGBK, el SupermarketArtFair, de Estocolmo o el Centro Cultural el Recoleta, en Buenos Aires
Volvamos por un momento a los globos terráqueos y los mapamundis. Al control de recursos y las estructuras de poder. La frontera geopolítica, admite Chen, “es la primera idea que viene a la mente, la más básica. Ahí, la frontera está ligada a impedir la circulación de los cuerpos, a restringir la movilidad. Y eso es muy peligroso, ya que repercute en los derechos de las personas migrantes”. “Es necesario preguntarse cómo es ahora mismo la vida de las personas que se encuentran en esas fronteras”, recuerda la periodista, quien ha participado en proyectos como Tusanaje -que busca “la recuperación, difusión, y celebración de historia, cultura, e identidad de los ciudadanos de origen chino” a ambos lados del Atlántico- o el primer Encuentro de la Diáspora China en España, que tuvo lugar en 2019. Y es que, la frontera es también sinónimo de perpetuar privilegios y certezas, de mantenerse impermeable a aquello que sucede más allá de tu compartimento estanco. “Pienso que muchos movimientos activistas no buscan derribar esas fronteras, sino conquistarlas para alcanzar esos privilegios. Y eso les puede terminar convirtiendo en opresores”, denuncia la escritora.
Autor de títulos como Hágase mi voluntad (XX Premio de Poesía Emilio Prados, Pre-Textos, 2020) o Actos impuros (XXXII Premio de Poesía Hiperión, 2017), Néstore cree que “si no hablamos sobre las fronteras, sobre ese emplazamiento entre lo conocido y lo desconocido, podemos acabar cediendo ese terreno de diálogo a los discursos políticos del miedo y la manipulación y eso nos lleva a un territorio muy retrógrado”. “Estamos en un punto histórico en el que las fronteras se están diluyendo en muchos ámbitos distintos. Es el momento de parar y reflexionar. Para mí, vivir en la frontera debe ser vivir de una forma lo más inclusiva posible”, reconoce.
En este sentido, para Reykiavik la frontera actúa como una comarca discursiva “para la crítica y la pregunta”. Un papel que la contrapone a “la educación tradicional europea y blanca, que establece mecanismos de frontera porque jerarquiza lo social: tú vales, tú no. Plantea el mundo sin darte herramientas para combatirlo”.
La frontera puede ser un muro contra el que estamparse o una huerta esperando la siembra. Y en ese carácter ambivalente reside su poder.“Me gusta pensar en la frontera como un espacio maleable y poroso, como una orilla en la que tierra y agua se comunican. Como un ecosistema en el que se pueden pensar las cosas de forma distinta, un lugar abierto en el que es posible cuestionarte a ti mismo y al mundo. Sin embargo, también representan escenarios muy vulnerables. Ante cualquier amenaza, es muy fácil acusar a las fronteras, señalarlas, atacarlas, bombardearlas…”, reivindica Néstore, editor en Letraversal. Y finaliza: “creo en las fronteras como un entorno en el que crear empatía, un entorno compartido, híbrido, cambiante... Pero eso solo es posible si no la cierras”.
Es hora de empezar a pelar cebollas.