VALÈNCIA. Cuando el año pasado Hacks comenzó a ganar todos los premios y a ser considerada una de las mejores comedias de los últimos años por aquí poca gente pudo opinar, dado que la serie no estaba disponible en nuestro país y no había llegado a su plataforma (HBO Max); lo hizo con un retraso difícilmente entendible en estos tiempos de consumo inmediato. Alguna cosa nos contó Teresa Diez en CulturPlaza y aún nos entraron más ganas de verla. Lo bueno fue que, cuando llegó, pudimos constatar que sí, que tenían razón los de los premios y que qué buena serie era.
Dado ese retraso, al poco llegó la segunda temporada, esta ya cuando tocaba, que, afortunadamente, mantiene la calidad y el interés de la primera, así que ya no hay excusa para no disfrutar de la historia de Deborah Vance y de la maravillosa interpretación de la gran Jean Smart (aquí aplausos y reverencias).
Hacks cuenta la historia de Deborah Vance, una cómica legendaria y mayor (hace mucho que cumplió los sesenta), que ha mantenido durante décadas en Las Vegas su espectáculo de stand-up y que ahora ve cómo se quieren librar de ella en favor de otro tipo de shows que atraigan a gente más joven. Su agente, para ponerle al día y que dejen de considerarla anticuada, le adjudica una guionista veinteañera para que le ayude a modernizar el tipo de comedia que ha hecho durante años, Ava Daniels, muy bien interpretada por la cómica y monologuista Hannah Einbinder. La serie se sustenta sobre la conflictiva relación entre ambas, un típico juego de personalidades opuestas condenadas a entenderse, que funciona de maravilla en todos los niveles.
Deborah no es solo una monologuista, sino una leyenda y una auténtica diva con mucho carácter y arrogancia, acostumbrada a que todo el mundo cumpla sus caprichos. Tiene una lengua viperina, un acidísimo e implacable sentido del humor, y también un jet privado, mansiones por aquí y por allá y un negocio millonario de venta online a través de teletienda, cuyos anuncios nos ofrecen algunos momentos impagables a lo largo de la serie. Podría retirarse perfectamente, no necesita el dinero, pero no puede soportar que le aparten del escenario y, sobre todo, no estar bajo los focos y no ser el centro de atención. Ava, por su parte, es una joven y emergente guionista de comedia, acostumbrada a un humor bien distinto del que Deborah representa y en las antípodas del mundo del glamour, que ha sido despedida tras publicar un chiste que se ha considerado ofensivo.
La interacción entre ambas, además de ofrecer magníficos diálogos y situaciones y dos personajes muy bien escritos, permite contar, así como quien no quiere la cosa, la evolución de la comedia en las últimas décadas, la aparición de una nueva sensibilidad ante determinados discursos sobre las minorías y la diversidad, el debate en torno a los límites del humor o las nuevas vías de comunicación y expresión a través de las redes.
Que nadie se asuste con este párrafo porque todo esto se hace de forma completamente fluida, sin dar discursos ni ofrecer tesis. Es algo que va surgiendo de la necesidad de Deborah de adaptarse a los nuevos tiempos, a regañadientes y sin acabar de entenderlos del todo, pero también de la de Ava de abrirse camino en un mundo muy competitivo y despiadado. Por eso también aparecen asunos como las diferencias de clase, el suicidio, la crisis medioambiental, el fracaso o la vivencia de la sexualidad, sea una mujer mayor como Deborah, para algunos incluso anciana (un aplauso aquí a cierta trama de la segunda temporada sobre un ligue de la protagonista) o para una mujer bisexual como es Ava. Y uno de sus grandes temas es, por supuesto, el paso del tiempo y lo que significa envejecer. Haciendo protagonista a Deborah Vance la serie se convierte, deliberadamente, en un alegato imprescindible sobre la relevancia de las mujeres mayores, de sus cuerpos, su belleza, sus arrugas y su legado.
Pero hay más. Algo que Ava, y nosotros con ella, iremos descubriendo. Y es que la diva caprichosa e insufrible fue una pionera, como toda mujer que se abre camino en un mundo de hombres, y ha pagado un alto precio por serlo. Si todavía hoy en día, en 2022, existe quien niega que las mujeres puedan ser buenas cómicas e increíblemente, el debate surge de vez en cuando en redes o en medios, cómo no iba a ser así en los años 70, cuando la protagonista de la serie comienza, ejemplificando en ella a las muchas mujeres que intentaron hacerlo en aquella época o en años anteriores y que hoy en día son leyendas y referentes, sí, pero también son muy pocas: Joan Rivers, Carol Burnett, Phyllis Diller, Lily Tomlin, etc. Es el mundo que retrata la magnífica The marvelous Mrs. Maisel, donde seguimos a un ama de casa burguesa y judía que decide ser cómica profesional en los años sesenta, y con la que hace buena pareja Hacks. En ambos casos, es la reivindicación, a través de otros relatos y de la propia comedia, de un legado precioso y más bien oculto.
Por supuesto, el propio mundo del espectáculo es uno de los temas centrales. Vemos las bambalinas de un gran teatro de Las Vegas o de un garito de mala muerte en Oklahoma. Las tripas de una gira no triunfal por la América profunda. El show en un crucero (un episodio inolvidable). Y el siempre fascinante proceso de creación: cómo se escribe un chiste, cómo se organiza un monólogo, cómo la propia vida se convierte en material cómico. “Estos no son chistes, son poemas ocurrentes” dice Deborah cuando Ava le plantea que no es necesario el remate final, que se puede contar de otra manera y seguir siendo un chiste y provocar risas. Ava tiene razón y la propia serie lo demuestra al ofrecer diversión y profundidad, porque una cosa no está reñida con la otra. Todo eso es Hacks: una divertida y profunda reivindicación de la comedia como necesidad y liberación.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame