VALÈNCIA. En el documental Proyecto Patronus (2016), distintas personas relatan cómo la saga literaria y cinematográfica de Harry Potter les cambió la vida y les ayudo a superar graves problemas personales. No se trata de algo excepcional: las aventuras ideadas por J.K. Rowling despiertan pasiones allá por donde pasan y se han convertido en un negocio millonario en el que el joven mago ejerce de rey Midas contemporáneo. Su influencia en la cultura popular del siglo XXI es innegable, sin embargo, el entusiasmo que genera no siempre se traduce en consecuencias positivas. Al menos, no para todos los seres vivos involucrados, pues un estudio de la Oxford Brookes University vincula la popularidad de Potter con la creación de un mercado negro de lechuzas en Indonesia. De esta manera, miles de familias estarían adquiriendo ilegalmente este tipo de aves para que sus hijos tuvieran una mascota similar a la de los ya míticos brujos.
La investigación, publicada en la revista Global Ecology and Conservation y llevada a cabo por Vincent Nijman y K. Anne-Isola Nekaris, analiza la actividad en una veintena de mercados de animales en los que se comercia con éstas y otras aves silvestres. Los resultados demuestran la explosión experimentada en la demanda de lechuzas durante los últimos tres lustros. Así, mientras que antes de 2001 apenas se vendían unos cuantos ejemplares al año, en 2016 fueron más de 13.000 las lechuzas despachadas solamente en las islas de Java y Bali. Algo similar sucedió hace unos años en Reino Unido, donde, según un estudio liderado por la Universidad de Kent, cientos de lechuzas acabaron siendo abandonadas después de que sus antiguos propietarios se dieran cuenta de que no eran una mascota apropiada o se aburrieran de cuidarlas.
Harry Potter se publicó traducido al indonesio por primera vez en el año 2000, mientras que la primera de las ocho películas que componen la serie se estrenó en 2001. En este sentido, los autores del estudio apuntan a un “efecto retardado” que ha llevado al actual fenómeno de ventas, algo similar a lo que sucedió con el tráfico de iguanas tres años después del estreno de Parque Jurásico. Además, indican que también se han multiplicado las páginas de Facebook y webs que proponen consejos y trucos sobre cómo cuidar y mantener en casa a este tipo de rapaces.
En el mundo creado por Rowling, las lechuzas ejercen como mascotas y mensajeras de los personajes, aliadas fieles que permanecen junto a ellos durante sus años en Hogwarts, el colegio de magia y hechicería. Aunque los autores del trabajo no pueden establecer una relación causal directa sí apuntan al fuerte influjo que ha supuesto esta ficción en la percepción de las lechuzas “como compañeros de los seres humanos”. Tanto es así, que son los propios vendedores quienes apelan de forma constante al imaginario ‘potteriano’ para fomentar su comercio. El propio Harry cuenta con una lechuza nívea (Bubo scandiacus) llamada Hedwig - una de las figuras más queridas por el público-, mientras que su amigo Ron es dueño de Pigwidgeon, un espécimen de pequeño tamaño (Otus scops).
De hecho, es una lechuza la que lleva a los niños la carta en la que se les anuncia que poseen poderes y que han sido admitidos en la escuela donde podrán aprender a desarrollarlos, un momento icónico para los seguidores de la saga. Millones de fans han fantaseado alguna vez, incluso ya adultos, con la posibilidad de que les llegase la esperada misiva en la que descubrirían que no son ‘muggles’, el término inventado por Rowling para referirse a los humanos sin habilidades mágicas.
Los ejemplares que se ofrecen en estos mercados suelen ser raptados de sus nidos siendo polluelos y, como alertan Nijman y Nekaris, la proliferación de tales prácticas podría causar graves perjuicios en la población salvaje de rapaces en todo el planeta. Más allá de los peligros para la fauna, el tráfico ilegal de lechuzas topa con un inconveniente obvio: la propia naturaleza de estas aves. Como explica Juan Ferré presidente de la Societat Valenciana d’Ornitologia, “se trata de animales salvajes, no de mascotas o juguetes”. “No son agresivas, pero te pueden sacar un ojo fácilmente. No es una especie adecuada para la vida doméstica. Nunca nos plantearíamos si un niño puede convivir con un tiburón…”, apunta Ferré. No es de extrañar que en España sea necesario contar con un permiso especial para realizar actividades relacionadas con la cetrería.
Además, el contacto directo con los humanos no les resulta nada beneficioso, pues como indica el responsable de la SVO, para mantener sus condiciones óptimas “necesitan vivir en su propia sociedad, relacionarse con sus semejantes, aprender a defenderse de las amenazas…”. Otro obstáculo son sus hábitos, opuestos a los humanos, “es un ave nocturna y como tal tiene que cazar de noche y de día esconderse y dormitar”, resalta el ornitólogo.
La relación entre hábitos de consumo y fenómenos cinematográficos no es nada novedoso. Como explica Miquel Tello, presidente de la asociación Cinefórum L'Atalante, “el cine surgió como una barraca de feria y, desde sus inicios, ha contribuido a popularizar ciertos productos o costumbres en la sociedad”.
A este respecto, los investigadores recuerdan que el estreno de 101 Dálmatas en 1985 desató el interés por este tipo de perros blanquinegros, mientras que Buscando a Nemo (2003) impulsó los deseos de adquirir ejemplares de pez payaso. En la década de los 40, miles de mujeres copiaron el famosísimo peinado de la actriz Verónica Lake que caía sobre la cara tapando un ojo. El estilismo daba un aire misterioso y sugerente, pero tuvo que ser prohibido en algunas fábricas ya que la falta de visibilidad provocaba accidentes entre las trabajadoras.
Una película puede disparar las ventas de un producto o bien, hundirlas en la miseria. Así sucedió con el sector de las camisetas interiores tras la aparición del torso desnudo de Clarck Gable en Sucedió una noche (1934). Los espectadores descubrieron que un hombre podía estar sexy sin llevar nada bajo la camisa y las ventas se desplomaron. Por el contrario, la cinta Bonnie and Clyde (1967) supuso la explosión de la venta de boinas femeninas: todas querían ser como la joven gánster.
Según explican los especialistas de la Oxford Brookes University, la influencia de Potter es tal que, mientras que hasta hace poco en Indonesia las lechuzas eran conocidas como Burung Hantu (pájaros fantasmas) ahora su denominación popular ha pasado a ser Burung Harry Potter (pájaros de Harry Potter). Estos efectos en el lenguaje tampoco son una sorpresa: en 2018 llamamos rebecas a las chaquetas de punto gracias a la película homónima de Alfred Hitchcock en la que una de las protagonistas luce esta prenda. Y si algunos reporteros son conocidos como paparazzi es por Paparazzo, el periodista que aparece en La Dolce Vita (1960). La ciencia no escapa de esta tendencia y son numerosas las especies recién descubiertas que quedan bautizadas como Gollum, Han Solo o Yoda en honor a los personajes favoritos de los investigadores.
Las cifras que rodean al imperio del joven aprendiz de magia son siempre abrumadoras Desde que en 1997 se publicara Harry Potter y la piedra filosofal, se han vendido más de 450 millones de ejemplares de los siete libros, volúmenes que han sido traducidos a más de 65 idiomas. En cuanto a las adaptaciones cinematográficas, se considera una de las sagas más exitosa de la historia y, a nivel mundial, lleva recaudados aproximadamente ocho mil millones de dólares. El negocio no cesa: una obra de teatro, una exposición internacional y la nueva saga Animales fantásticos y dónde encontrarlos, precuela y spin-off ambientada en Estados Unidos.
En una franquicia con tal potencial económico, la comercialización de productos temáticos es un factor clave. El merchandising impone su ley y se ha convertido en un sector tanto o más lucrativo que la propia explotación comercial de las películas. Por ello, casi cualquier elemento del universo creado por la autora británica puede ser adquirido por sus seguidores, desde las varitas de los protagonistas hasta las grageas de sabores extraños que estos toman.
Esta tendencia no se circunscribe al fenómeno Potter. Como apunta Tello “hoy en día dentro de las franquicias de corte fantástico hay personajes que se crean únicamente pensando en su potencial como producto de merchandising. Se busca que sean vendibles y adorables más allá de su papel en la historia narrada”. Hacerte con los elementos que rodean a tus personajes favoritos se convierte así en “una forma de participar aún más en la ficción. Todo lo que amas se vuelve tocable, te lo puedes quedar y coleccionar”, señala.
En este sentido, la compra de lechuzas sería un paso más allá en ese anhelo por sentirse parte del cosmos que ha enamorado a tantos millones de personas. El deseo de apropiarnos de aquello que nos fascina puede resultar irrefrenable, pero, por el bien de animales y humanos, y a no ser que haya magia de por medio, las lechuzas es mejor comprarlas siempre de peluche.