Publicistas convertidas en ceramistas. Periodistas hechas gestoras de restaurantes. Directores de cuentas hechos agricultores. Gestores de bolsas reconvertidos en cocineros. Un cambio en marcha
VALÈNCIA. Vamos hablar de por qué nuestro mundo laboral cada vez acoge a más ovejas voluntariamente descarriadas que han hecho de su afición una profesión, o que se han reinventado por el camino dejando atrás su experiencia laboral previa. Necesidad, cambio de rumbo, pálpito, vivir el momento… Todo eso, nada de eso.
No saben lo que quieren - A ti te parece, hacer otra carrera a estas alturas… - Qué hace abriendo ese negocio, se la va a pegar, aquí eso no funciona. - Pero dónde vas dejando tu trabajo de toda la vida.
Los creadores de las expresiones anteriores sufren un descalabro al ver que las profesiones para toda la vida ya no lo son, que los guiones preestablecidos acaban siendo agua de borrajas ante cambios vertiginosos.
Verán pasar directores de marketing de RTVV convertidos en tótems de la arquitectura interior. A publicitarias renombradas derivadas en ceramistas. Directores de oficinas bancarias que terminaron dirigiendo su propio club de música. De periodista a diseñadora de zapatos. De directora de comunicación a gestora de restaurantes.
Burn out, inspiración, diversión. Qué drama para todos aquellos que crecieron (¿crecimos?) creyendo que aquello que estudiabas sería tu oficio para toda la vida. Ya.
Toni Boix es cocinero y unos de los responsables del restaurante Lavoe en València. ¡Arroz en vena! Toni, durante unos cuantos años, se dedicó a la bolsa. “Me dedicaba a hacer movimientos de capital, con dinero mío, con menos fortuna que más. El mundo de la bolsa es una gran partida de póker… Con 22 años heredé una empresa de construcción”. Llegó la crisis. El cerrojazo. “Me fui a Ibiza, para ocho días. A desconectar. Lo poco que me quedaba de dinero me lo gasté allí. ¿Cuál era la manera de sobrevivir? Oye, Toni, qué sabes hacer, ¿paella y tortillas, no? Te puedo poner a trabajar en un barco cocinando…”. De un barco saltó a otro y a otro y terminó dedicándose a cocinar sobre embarcaciones, una paella tras otra, a bordo. Tres verano así. “En invierno volvía a València y mis amigos me decían: ¿por qué no lo haces aquí? Me puse a buscar local. Sin mucha esperanza me iba a volver a Ibiza. Estaba ya el avión cuando recibí una llamada de la inmobiliaria. Unos meses después, y gracias al trabajo de Ramón Bandrés, estaba abriendo Lavoe”.
Campañas, premios, acentuar al límite la imaginación. Illueca era una de las publicistas del momento en València cuando decidió -¡dónde vas!- dejarlo. ¿Qué vas a hacer?, ¿qué va a pasar? Solo ocurrió que paró y pensó. Pensando se agarró a un torno donde convertía la adrenalina en quietud. Su interés sobrevenido por la cerámica fue transformándose en un oficio. Hoy es su trabajo, acaba de estrenar taller y ha traído la cerámica tradicional a la esfera de los objetos contemporáneos.
Illueca hace un diagnóstico: “nos educaron para un sistema que ya no existe… Llega un momento en el que quieres parar la vorágine, el ritmo en el que estás; un momento en el que cuando conoces la fórmula de tu trabajo, te aburres. A mí me apasiona la publicidad, quería ser publicista, pero llegó un instante en el que quería ser también otra cosa”.
La jefa de comunicación del IVI hasta hace apenas un par de años reparte hoy su tiempo entre el coworking en el que trabaja para varias compañías de salud y el restaurante Sweet Victoria, donde junto a Victoria del Hoyo (ver más arriba) desarrolla su afición por la gastronomía. “Me fui del IVI porque quise cerrar un capítulo de mi vida en el que había sido muy feliz. Pero mi cuerpo me pedía otra cosa. Me fui a casa a pensar. Tuve que dejar de escuchar a mucha gente, nadie te alienta. Crees que estás dando un paso hacia una vida inestable. Pero la vida es inestable de por sí. Ahora toco muchos palos sin tener que pedir permiso a nadie… Cuando te ‘independizas’ hasta puedes montarte un restaurante donde dar de comer”.
La búsqueda de cierta emancipación se repite con categoría de patrón. Héctor Molina trabajaba en una empresa de la construcción. Con 29 años gestionaba una cartera de clientes en la que los impagos millonarios comenzaban a aumentar con la bancarrota país. “Mi salud lo notaba. Decidí que hasta aquí”. Se marchó en busca de un plan B que todavía no tenía. “Me pasé un día entero, tal cual, con papel y boli delante de una mesa pensando qué iba a ser. Solo escribí una palabra: agricultura. Si teníamos tierras y a los que venían les flipaban nuestras naranjas, ¿por qué no íbamos a poder vivir de ello?”. Cambió, claro, el guión clásico. Investigó, recuperó tierras fértiles, resucitó variedades relictas, desarrolló sistemas de recolección y logística. Hoy, alrededor de un viejo molino de Burriana, ha hecho su fuerte agrícola. “Los negocios de siempre van evolucionando y eso provoca cambios más constantes”, reflexiona Molina. “En mi caso, y en el de más gente, hay también una insatisfacción por unos orígenes que injustificadamente hemos perdido y que queremos recuperar”.
El aspecto de rockero del agitador cultural Alfonso Cantador se corresponde poco con el de pocos años atrás, jefe de oficina bancaria. Cantador entró en mundo financiero como analista de riesgos para Bankinter. “Y ya que estás dentro de un sistema luego te mandan a otra función, me empezó a tocar la parte empresarial, más comercial. Con la burbuja te llaman los headhunters porque necesitan perfiles como el tuyo. Me nombran director de oficina. No sabía qué era una crisis. Todo iba bien. Me voy al Banco Pastor. Gano más dinero, asumo más responsabilidad… Entonces llega Lehman Brothers, la crisis. Cierran la oficina. Un despedido a la americana. Vi, de alguna forma, la luz. Había envejecido mucho, me daba cuenta de que no había tenido tiempo para pensar y que hasta cenando pensaba en números. Te absorbe tanto tu trabajo que no piensas que en realidad no es tan grave decirle al banco me voy antes de que te lo digan ellos”. En ese momento salió a flote su vertiente musical. “De casualidad” apareció la oportunidad de gestionar un club de música, George Best. “Me he quitado la corbata, pero soy el mismo”.
En realidad todo el tiempo estamos acudiendo al auxilio de un plan B…