MADRID. Hubo un tiempo en el que los coaches y los psicólogos no se hablaban. Estos últimos acusaban a los primeros de injerencia profesional y competencia desleal. Hoy la polémica parece zanjada. Se han delimitado los términos y los ámbitos de actuación también. “La psicología es a la vez, una ciencia aplicada, una disciplina académica y universitaria y una profesión dirigida al estudio de la conducta y procesos mentales de las personas (entre otros). La profesión está regulada en el ámbito de Salud Pública. El coaching es una herramienta metodológica de trabajo que ha generado una profesión denominada coach y cuya cuna es la psicología. El coaching llega hasta donde llega y, mientras se respete una ética y un código deontológico, no hay problema”, dice Ana Alonso Arrese, psicóloga sanitaria.
Sin embargo, ahora la controversia parece circunscribirse al ámbito de los coaches. Ahora son ellos mismos quienes se encargan en esclarecer las diferencias entre un profesional y otro que podría considerarse ‘vendedor de humos’. Entre las causas que alimentan la disputa se hallan la ausencia de una formación reglada por parte de la Administración y la llamativa proliferación de coaches que compiten en un mercado creciente.
“Cuando yo empecé en esto, en 2003, tuve que formarme con un coach particular que hizo de mentor porque no había donde aprenderlo. Hoy, sin embargo, hay más de 90 escuelas de coaching repartidas por toda España”, dice José Pedro García, director y fundador del Instituto Impact y responsable del programa ‘vivir del coaching’.
A la mayoría de los centros que forman en coaching se les pide estar certificados por organizaciones internacionales reconocidas como ICF o EMCC (European Mentoring & Coaching Council) o su filial española AECOP. Pero a esta oferta académica se suman ya títulos propios de algunas universidades y escuelas de negocio. A todos éstos se les presuponen estándares de calidad y un mínimo de horas de formación de manera que, todos los que han pasado por sus aulas, abogan por la certificación como primer indicador para separar el grano de la paja.
Pero los hay también que desacreditan este sistema tachándolo de endogámico y oportunista. David Criado, fundador de Vorpalina, es uno de los que alardea de su formación autodidacta. Cierto que escapa a la catalogación porque se define como ‘facilitador del cambio’, pero sostiene que disponer de una certificación, por sí misma, “no garantiza a un buen profesional. La palabra la tiene el cliente que es el más autorizado para juzgar tu trabajo en función de los resultados obtenidos”, opina.
También Álvaro López, responsable de Autorrealizarte, aunque recomienda verificar el tipo de formación que se ha realizado, entienden que una buena forma de identificar a los buenos es “a través de los testimonios de sus clientes. Los que han de hablar de tu trabajo como profesional son tus clientes, no tú mismo, por lo que yo huiría de aquellos que prometen mucho en primera persona”.
La palabra coach es un término anglosajón que empezó a aplicarse en el ámbito deportivo traduciéndose al castellano como entrenador. Empezó luego a extenderse a otros ámbitos, como el corporativo o el crecimiento personal, y ahora ya hasta para Bisbal sirve el atributo. La Real Academia de la Lengua (RAE) aceptó el vocablo hace apenas unos años definiéndolo como aquella “persona que asesora a otra para impulsar su desarrollo profesional o personal”.
Sin embargo, no todos comparten esta definición, algunos la traducen por ‘agentes del cambio’ y otros rechazan el concepto de asesor. “Un coach no dice a nadie lo que tiene que hacer. Su trabajo es el de un observador neutral, que escucha desde el respecto, sin juzgar ni decir lo que esa persona hace bien o mal. Nadie escarmienta en cabeza ajena, por eso el papel fundamental de un coach es hacer preguntas inteligentes a la persona que reclama su servicio para que sea él mismo quien formule sus objetivos y defina lo que quiera cambiar. Luego ya, en función de ello, se diseña un plan de acción a medida del interesado donde el coach ejerce el acompañamiento hasta que se cumpla el plan. Para ello los objetivos han de ser medibles, específicos, retadores y alcanzables”, explica José Pedro García.
También Carlos Gil Escartín, responsable de Ingeniero del Cambio, entiende que un coach nunca va por delante del cliente sino que “camina detrás del coachee. No tira de él, sino que es su apoyo”.
Otro factor que se repite en muchos de los consultados es la procedencia de puestos anteriores -algunos tecnológicos- donde sufrieron una experiencia dolorosa que el impulsó a cambiar de trabajo. Han encontrado en el coaching el camino de la reinvención y, en su metodología y sus vivencias, una manera de ayudar a otros que puedan atravesar por circunstancias similares. Es el argumento que utilizan para justificar que su ejercicio es vocacional y rechazar que éste sea un sector con más vendedores de humo que otros. “Vendedores de humo los encontramos en diferentes sectores profesionales y sociales. Pero, independientemente de que los haya o no, todo va a depender de la persona que decida, o no, comprar el humo”, dice Ana Alonso aludiendo a ese tipo de personas que buscan una solución inmediata y un ‘házmelo fácil’, cuando hay procesos de cambio cuya resolución requieren tiempo.
Pero al margen de todo, y sin cuestionar la condición vocacional de ayuda, lo cierto es que muchos de los que se dedican a esto no viven mal. No es que sea un camino de rosas, “como profesión es rentable si sabes cómo integrarla y llevarla a cabo. El coaching no es un fin en sí mismo, sino un complemento. Al ser una herramienta, los que se dedican como profesionales liberales necesitan además aprender diferentes competencias de marketing y ventas para encontrar clientes”, dice Luis Alberto Santos. Pero, a juzgar por algunas de las tarifas, el esfuerzo puede compensar. “Los hay desde los que cobran 800 euros la hora hasta los que cobran 50 euros. Lo sorprendente es que los que pagan los servicios del primero lo hacen pensando que es mejor profesional”, dice Criado. “Es el libre mercado”, contrapone Ana Alonso asumiendo que, igual, haría falta una regularización.