VALÈNCIA. Para los que adoramos el amor, el Día de San Valentín es una fecha tan esperada como ese empalagoso postre de merengue que nadie ha pedido, pero queda cuqui sobre la mesa. Qué de corazones, pompitas y confeti, por no hablar de los ramos de flores. Las parejas que se quieren se pirran por celebrar el amor, las parejas que no se quieren aprovechan para disimular sus miserias y las parejas que no tienen muy claro si lo son se la juegan a una carta. Luego están los que NO tienen quién les cante la serenata. Por falta de romanceo, por convicción personal o porque, a modo de reivindicación ideológica, han descubierto que el amor es una construcción social ante la que todos claudicamos. Así que se vuelven poliamoros, antiamorosos o, tan solo, dependientes de otros afectos. Porque no nos engañemos, el ser humano necesita calorsito.
Por primera vez en la historia de la humanidad, la pandemia de la COVID-19 ha conseguido lo impensable: que nadie nos pregunte por nuestro plan para el 14 de febrero. En València, el cierre de la hostelería impedirá que reservemos en los restaurantes para disfrutar de una cena a la luz de las velas, aunque por suerte, hay alternativas para la gélida noche del domingo que prometen salvaguardar tu contrato sentimental -no te engañes: toda relación es un contrato de las partes-. Y una vez más, el delivery ha llegado para salvarnos. Si encargas la cena, te ahorras el despilfarro de horas en la cocina y quedas como un/a rey/reina, porque la oferta se ha diversificado mucho y hay tantas propuestas como parejas. Cenas adecuadas para quienes se pasen la noche en pijama viendo series de Netflix, o para los que prefieran sacar las copas de cristal de Baccarat y beberse estos malditos días de casi-confinamiento, donde solo queda agarrarse al amor y a la comida.