La segunda entrega de la saga 'Heavy' del dibujante Miguel B. Núñez explora fenómenos como la llegada de la violencia política de los cabezas rapadas a las calles de Madrid en los 80. Sucesos que se solapaban con la violencia entre mods, punks y rockers por otros motivos más prosaicos. En cuanto a la música, el cómic capta el agotamiento del heavy metal tradicional a mediados de la década y el comienzo de su ramificación en subestilos que revitalizó el género y le dieron más años de vida
El éxito que fue en 2016 Heavy 1986 era merecido por una sencilla razón, Miguel B. Núñez escribía sobre algo que conocía bien, no en vano, era su propia vida. A menudo las historias relacionadas con las tribus urbanas se han basado en mitos, prejuicios y estereotipos. Muchos argumentos han sido importados de Estados Unidos o de mitologías ya preconcebidas. Sin embargo, ese cómic rompía con la mediocridad del género porque era real.
Núñez vivió en las calles de Prosperidad, en la zona noroeste de Madrid, como fan del heavy metal. En su primera obra no solo conocía todas las canciones que se escuchaban, sino cómo se escuchaban y quién lo hacía. En el 86 el heavy tradicional había perdido un poco de gas con los subestilos que iban apareciendo y había peña que se iba al hard/AOR y otra se decantaba más por el speed/thrash metal. Esos detalles que pueden parecer nimios tiene mucho mérito recogerlos porque la vida transcurría por esos caminos, por esas pequeñas diferencias.
Ese amplio conocimiento de la escena se manifiesta en la continuación, Heavy: los chicos están mal, aparecida hace dos años en la editorial Sapristi. Todavía en el año 1986, el siguiente volumen pone de manifiesto la temprana aparición de los skin heads o cabezas rapadas, el rollo punk y gótico, también denominado siniestro, la rica escena madrileña de rockers, y ese oscurecimiento de algunos grupos de metal que ya vendían una imagen satánica, como Mercyful Fate.
Lo curioso es que para quien esto escribe lo mejor del cómic es el melodrama. En la segunda entrega sigue vigente. Un chaval liga con una chica heavy, pero para ella él no es suficiente. El tío lo pasa mal, a lo que hay que sumar la situación que tiene en casa, con un padre que está harto de que lleve el pelo largo y de que no haga nada provechoso con su vida. Era puro realismo soviético aplicado al Madrid ochentero.
Al final, todo lo relativo a la cultura popular se parece bastante en todas las épocas. Antes uno se cosía parches en la chupa, ahora se pone historietas varias en el avatar que usa en las redes sociales. Los enfrentamientos entre mods y rockers que acabaron con algún muerto siguen presentes, pero de otra manera. Los adolescentes se siguen distinguiendo por tonterías y por tonterías se pelean. La diferencia quizá resida en que ahora hay menos. En 1986, los grupos más numerosos en la sociedad español eran los comprendidos entre los 15 y los 19 y los 20 y los 24. Hoy lo son los de 40 y 59, que son los mismos que eran adolescentes en los 80 y por eso nos comemos su nostalgia por todas partes, porque dominan demográficamente el mercado. Y lo que menos hay es, precisamente, jóvenes. En la pirámide de población de 2010 los comprendidos entre 20 y 24 son el grupo más pequeño.
Sin embargo, historias de amor en los rincones de la Sala Canciller o noviazgos interrumpidos porque uno se tiene que ir al pueblo en verano y no había móviles ya es más difícil que se repliquen en otras épocas, porque amar sí que evoluciona, y muy rápido, así como la tecnología que determina nuestra vida.
En ese sentido, es meritorio que durante las trescientas páginas que suman los dos tebeos se mantenga intacta la trama y subtramas sentimentales y, a la vez, haya un mosaico social bien reflejado y una labor enciclopedista sobre la cultura popular del momento.
Los protagonistas van al cine a ver Mad Max 3 o Alien 2, se explica cuántas películas logró tener Chuck Norris en la cartelera en su época dorada. Al mencionado desglose detallado de la evolución del metal y sus ramificaciones hay que añadir detalles como la aparición de los ordenadores personales, los Spectrums, y la obsesión por los nunchakus que tuvo tanta gente obsesionada con las artes marciales, que eran legión.
Aunque muchas de las historias de Heavy son deprimentes, tienen un trasfondo social de alcoholismo, violencia, marginalidad; a pesar de los personajes reflejan a una juventud que encontraba muchos problemas para salir adelante y encontrar un trabajo, y encima tenía que irse a la mili, en estas viñetas resplandece el Madrid de la segunda mitad de los 80.
En aquella época, antes de la crisis de los 90, era una ciudad alegre. El colorido no solo estaba en las tribus urbanas, la amplia agenda cultural de locales, conciertos, fanzines y radios comunitarias, se podía sentir en cada esquina. La energía de los personajes de este cómic, su forma de hablar, etc... transmite el brillo de aquellos años que en 1986 estaban empezando y durarían hasta la devaluación de la peseta en septiembre del 92. Una pequeña belle-epoque.
También es loable que en el apartado autobiográfico en el que el autor explica su biografía musical, los gustos que ha ido teniendo con el paso del tiempo, no haya dogmatismos ridículos e impere el eclecticismo. Hasta, como le pasaba a cada heavy con muchos artistas de pop y nunca lo dirán, reconoce que le gustaba Madonna, pero se lo tenía que callar.
Perfectamente, Núñez podría seguir dibujando esta saga hasta nuestros días. Entran ganas de seguir leyendo, de que vayan pasando años, el 89, el 91, etc... para ir viendo las reacciones a todo lo que iba llegando y, al mismo tiempo, retratar la parte más complicada de toda tribu urbana: abandonar la militancia elegantemente cuando se llega a cierta edad o, en caso contrario, seguir fiel a sus preceptos sin cruzar la delgada línea que separa del ridículo al adulto que sigue en estas lides. De algún modo, Heavy, es, o podría ser, un Hate a la española.