El fresco sobre la familia Simon recorre el siglo XX en la monumental serie de los ochenta, y reconcilia al pueblo alemán con su historia
30/04/2016 -
VALENCIA. Imaginen la siguiente situación. Es 1949. Una Alemania en reconstrucción está a punto de dividirse en dos. Presenciamos el interior del hogar de una familia rural cualquiera, los Simon, en la región de Renania, al oeste del país. Una mujer de edad, Katherina, piensa en alto con el periódico en la mano:
“Otra nueva era. Hubo una después de la Gran Guerra, otra después de la inflación, y otra en 1933. Cuando construyeron la carretera del Hunsrück en 1938 hubo una nueva era, tan nueva como la carretera. Y después fue 1945, al que llamaron año cero. Y ahora escriben en los periódicos sobre el día X. No hay fin para estas nuevas eras. Seis veces en mi vida ha habido una nueva era para mi… para que todo vuelva a estallar otra vez”.
Katherina es la más anciana de la familia Simon y si viviera en nuestra época habría sido una excelente analista de series de televisión. Ahora las catalogamos del mismo modo. Pasamos de edad de oro en edad de oro cada cierto tiempo. Con relativa frecuencia se nos olvida que, disponibles en DVD, hay obras monumentales como Heimat. Producciones para televisión que llevan esperándonos en las estanterías de los coleccionables más de treinta años.
La abuela vivió dos guerras mundiales y tuvo tres hijos: Paul, Pauline y Eduard. El primero, un buen día y sin avisar, se marchó del pueblo y acabó en los Estados Unidos, donde amasó una fortuna; la segunda se casó con un próspero relojero que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que ceder por obligación su automóvil al ejército. Una mañana se fue a entregar el vehículo al Tercer Reich y nunca más volvió; el tercero llegó a ser Alcalde de la localidad durante el periodo nazi. Fue afortunado porque, debido a su delicada salud, se libró de tener que ir al frente.
Katherina es un roble. Como su nuera María, heredera icónica de la saga familiar que vio cómo su marido desaparecía sin razón a finales de los años veinte. Sus hijos, que de adultos lucharon en la Segunda Guerra Mundial, volvieron a casa sanos y salvos, aunque les costó bastante. Cuando digo bastante no me refiero a un día entero o dos, o una semana, ni un mes, sino casi dos años. Volvieron a pie. A escondidas. El más pequeño tuvo primero que curar sus heridas de guerra escondido en Francia antes de ponerse en marcha. Sobrevivió vendiendo lo que podía de estraperlo, costumbre que se le quedó en años venideros. El mayor caminó 5.000 kilómetros desde el frente en Rusia, pasando por Turquía, hasta volver a ver a María, su madre. Todos los que se fueron, desearon regresar al hogar, al lugar que les vio nacer, a su pequeña patria. A Heimat.
María y Katherina, las dos matriarcas, son las figuras centrales en la serie, el eje del hogar. Las que lo mantienen en orden mientras esperan el regreso de los suyos. Las dos demuestran gran generosidad con todo aquel que entra en su casa, incluso en los años más duros de la postguerra, cuando el alimento escaseaba, sobre todo en la ciudades, y miles de alemanes vagaban a las zonas rurales pidiendo asilo. Los Simon acogían a cualquiera, incluso a una chica desconocida que vino preguntando por uno de sus hijos. “Me ha dicho que le espere aquí”, dijo la chavala. Y allí se quedó, más de una década. Un plato más que alimentar y otra cama ocupada. Los Simon familiares de Angela Merkel no parecen, la verdad sea dicha.
Un éxito en Alemania. En España se emitió de madrugada
Heimat es la serie alemana más prestigiosa de la historia de su televisión, junto a Berlin Alexandreplatz (1980) de Fassbinder. Una obra sobrecogedora absolutamente necesaria en la colección de cualquier seriéfilo. La trilogía de 32 películas para televisión, fue financiada por la WDR, y ocupa tres temporadas.
Escrita y dirigida por el cineasta Edgar Reitz, catalogado dentro del denominado Nuevo cine alemán, narra la vida de la aldea ficticia de Schabbach entre 1919 y el año 2000, a través de la historia de la familia Simon. La primera temporada de 1984 titulada Heimat, una crónica de Alemania, la única disponible en España en DVD, abarca los años comprendidos entre 1919 y 1982. Con setenta años de periodo narrativo se nos da la oportunidad de vivir junto a tres generaciones de personajes sus vidas casi al completo.
Un año después de su producción, las recién nacidas televisiones autonómicas ETB y TV3 compraron los derechos de la primera temporada, y hasta cuatro años más tarde no se pasó por TVE. Mientras que Alemania la emitía en horario de máxima audiencia cautivando a diez millones de espectadores, la televisión pública la exhibía de madrugada y por La 2. De aquellos polvos, estos lodos.
David Simon, Stanley Kubrick, y toda Europa se han rendido a la serie
Lorenzo Mejino del Diario Vasco y Mario Cerdeñode Los lunes seriéfilos me recomendaron hace meses la primera temporada. Entre tanta vorágine seriéfila sabía que tenía que hacer una parada y contarles mi experiencia después de verla, y de paso agradecerles a mis dos compañeros sus referencias sobre la serie.
Al bucear entre la documentación, el visionado se hizo más necesario. El título aparecía entre las mejores emisiones votadas por los espectadores de la BBC o Channel 4, y se constataba su enorme éxito en los países de toda Europa. En la hemeroteca aparecía incluso el guionista David Simon recomendándola durante el Festival de Literatura Fantástica de Avilés en 2013. Y por último, entre las obras favoritas de Kubrick, tras el Decálogo de Kiewlowski, se citaba de nuevo la saga. Nunca es tarde ante semejante dicha. Hay tantas series para ver que es mejor tomárselo con paciencia, sin prisa pero sin pausa.
No es Cuéntame, ni L’Alqueria
Espero no dar una impresión equivocada. No se trata de una serie nostálgica de corte costumbrista que mezcla el drama y la comedia, como Cuéntame. El personaje de Katherina podría tener similitudes con Herminia, por ejemplo. La abuelita tierna siempre atenta de los suyos. Sin embargo, ni Katherina ni María Simon se subirían a cantar en un karaoke para provocar la risa del espectador, como se ha visto esta temporada en la serie de TVE, por poner un caso.
Tampoco se trata de L’Alqueria versión alemana. En un reciente estudio del profesor de la UV Àlvar Peris, analizaba cómo la ficción de Canal 9 ha participado en “la consolidación de una identidad valenciana regionalista”, y ha forjado un imaginario valenciano “edulcorado y ruralista”, en un ejercicio de memoria “sentimental” de un “pasado idealizado”. “Tan solo se ve alguna alusión a la miseria que se ha pasado durante la postguerra o al pasado sindicalista del Alcalde Don Miquel”, de manera que la serie “se representa vacía de contenidos políticos e ideológicos”.
En Heimat no se muestra una visión edulcorada de la historia, como ocurre tanto en L’Alqueria como en Cuéntame. El contexto político de cada época y sus consecuencias siempre están presentes en la familia Simon. De hecho, lo más interesante de Heimat, desde la perspectiva de su país, es que reconcilia a los alemanes con su historia.
Sendas ficciones además se diferencian con la alemana drásticamente en el tono. Heimat transmite pequeños instantes felices que se capturan a través de la vida cotidiana, pero se contrasta con la melancolía y el pesimismo de un pueblo que ha vivido un agitado siglo XX. Recesiones, guerras, éxodos, pérdidas humanas, caminando en paralelo a los avances del progreso. La radio, las motocicletas, los automóviles, el teléfono, la luz en las casas, las autopistas, y después las fábricas, se nos presentan con una mezcla de alegría y un toque amargo. El padre de María, Wiegan, siempre fue el primero en adquirir aquello que estaba a la última. Estrenó la primera motocicleta de la aldea. Luego vino el automóvil. Después se apuntó antes que nadie al partido nazi. Fue el que se ocupó de hacer un repaso ideológico a todos los habitantes del pueblo. Un early adopter, como lo llamaríamos ahora.
Con las nuevas oportunidades en las ciudades, llegó la paulatina despoblación de las zonas rurales. Los núcleos familiares perdieron protagonismo. Antes vivían varias generaciones juntas como colectividades, en las que primaba el bien común. Imaginen mis lagrimones cuando María, ya de anciana, un personaje que hemos seguido desde que tenía diecinueve años, vendió su última vaca, ya totalmente sola. Las contradictorias consecuencias de la edad moderna.
Antón: “Madre, mira lo que te he comprado”
María: “Antón, ¡mira qué has hecho con las setas!”
Antón: “No adivinarás lo que hay aquí”
María (lee): “La perfección en una caja”
Antón: “El modelo más moderno de televisión en color. Así no te aburrirás nunca”.
María: “Si yo no me aburro. Eso es para los que no tienen ganas de vivir. Déjalo en el suelo”
Antón: “Déjame enseñártela. La primera televisión con mando a distancia. No tendrás que levantarte para cambiar de programa”
María: “No, Antón. Cuando vuelvo a casa por la noche veo a los viejos sentados ante la caja de colorines. Y siempre pienso que un día se morirán mirando la televisión solos, sin nadie a su lado. No quieras eso para mi, hijo. Me da mucho miedo”
Antón: “No hay manera de complacerte”
María: “Llévate ese trasto. Y ven a verme más a menudo”
La casa, el hogar familiar, es el símbolo de la serie. Decía Edgar Reitz que "cuando mis personajes mueren la casa sigue viva. Para mí, como narrador, significa un nuevo comienzo”. Porque, después de todo lo vivido, “siempre existe la posibilidad de volver a empezar".
Décadas antes de Stranger Things, Richard Ayoade, el mítico Maurice de The IT Crowd (Los informáticos) creo una de las mejores series de humor inglés de la historia. En ella pretendía burlarse y parodiar todos los clichés de la televisión de los años 70 y 80. Era una serie de hospitales, pero los médicos resolvían misterios paranormales como se liaban a tiros con recortadas o hacían artes marciales. Mientras, se abrían las puertas del infierno y ojos con patas querían sodomizar a los pacientes. Y todo contado como telenovela melodramática