La intendente se despidió de sus amigos más íntimos y lamenta haber sido traicionada por los políticos del PP; no ha vuelto en septiembre y sólo piensa hacerlo para declarar
VALENCIA. Se despidió a finales de julio de un pequeño grupo de amigos. La ex intendente del Palau de les Arts, la austriaca Helga Schmidt, les transmitió en el hotel Las Arenas, donde estaba viviendo, su decepción con Valencia, su malestar con los políticos del PP valenciano y cómo sentía que la habían traicionado y tirado a los pies de los caballos, sobre todo la ex consellera de Cultura María José Català. Uno de ellos le habló de organizar un concierto de homenaje, algo en reconocimiento a su labor artística al frente del teatro de ópera valenciano, y ella le aseguró que se le habían ofrecido músicos de todo el mundo para ello. Apenas unos días antes había concedido una entrevista a Codalario, un prestigioso medio especializado, anunciando sus intenciones. La entrevista salió publicada en agosto, cuando ella ya estaba en Italia.
Helga Schmidt ha cerrado la última etapa profesional de su vida por la puerta de atrás. "Se siente ultrajada", dice una amiga suya valenciana. Desde que llegó a Valencia en el año 2000, recomendada por Plácido Domingo y fichada por Eduardo Zaplana, Schmidt confió en un reducido grupo de personas; demasiados pocas a juicio de algunos de sus allegados. "Ése fue su fallo; no implicarse en la sociedad valenciana, tener más trato con la gente de aquí que le podía haber ayudado", dice una de esas pocas personas. Schmidt confiaba en un grupo muy reducido y no siempre acertó.
Una de los miembros de ese estrecho círculo fue el abogado José Antonio Noguera Puchol. Lo conocía por mediación de su mujer, Pilar López, propietaria de la agencia de viajes Andantino, especializada en viajes musicales como al concierto de Año Nuevo en Viena. Schmidt se encomendó a él para poner en marcha la empresa Patrocini de les Arts, que tenía como fin lograr sponsors para el teatro de ópera valenciano. La austriaca perteneció brevemente al consejo de dicha empresa y, si bien nunca recibió renumeración económica por parte de Patrocini, el hecho de que le pagara con fondos del Palau de les Arts era una incompatibilidad que se podía derivar en un delito de prevaricación. Advertida de ello, la austriaca abandonó la empresa y jamás pensó que esa breve pertenencia a Patrocini sin remuneración se iba a traducir en su condena pública y oprobio final.
Schmidt, que ya había anunciado su decisión de dejar el puesto de intendente en verano, soñaba con un gran concierto de despedida en reconocimiento a su labor. Pero la vida le tenía reservado un final más cruel y diferente. En enero fue detenida por efectivos de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal, desplazados desde Madrid dentro de una operación ordenada por el juez Vicente Ríos. Imputada de delitos de malversación, falsedad y prevaricación, fue apartada del cargo a la vez que el juez le retiraba el pasaporte y le ordenaba presentarse en el juzgado cada quince días hasta que declarase.
La investigación tuvo errores llamativos, como que los efectivos policiales se presentaran el hotel Astoria, donde hacía meses que ya no residía Schmidt, en lugar de Las Arenas, algo que habrían podido comprobar si tan solo le hubieran hecho un seguimiento. La presencia de furgonetas de la Unidad de Intervención Policial en el Palau de les Arts sorprendió a los que la conocían. “¿Qué temían? ¿Que una anciana de 70 años les agrediera con cd’s?”, se preguntaba un amigo suyo. “¿Que saliera a la carrera?”.
Pero nada eso importó al entonces presidente Alberto Fabra y a su consellera de Cultura, María José Català, que fulminaron sin contemplaciones a la intendente, para alegría de sus muchos enemigos, especialmente entre algunos trabajadores que habían tenido que sufrir su duro carácter, a veces era intratable, y desconcierto de quienes la respetaban y admiraban, especialmente los críticos de ópera y profesionales internacionales que valoraban su trabajo de alto nivel en el Palau de Les Arts.
Era un triste final y Schmidt no lo aceptó y no quiso irse entonces de Valencia. Orgullosa, convencida de su inocencia, decidió permanecer no sólo en la ciudad sino también en el hotel, en su misma habitación, para así demostrar que si ella se alojaba en hoteles de lujo era porque quería, no porque los costeara con dinero público. Aunque tenía el permiso del juzgado para volver a Italia donde tiene su residencia familiar, con la salvedad de que debía presentarse en el consulado cada quince días, la austriaca se negó a salir de Valencia y continuó en Las Arenas. Sus amigos y familiares le insistían en que dejara la ciudad, que se organizara para cada quince días ir a firmar al consulado que está a decenas de kilómetros de su casa. Pero nada ni nadie la podía convencer.
Enferma de cáncer, sola, aislada, Schmidt recibió en el hotel la noticia de que había sido abuela. Por su parte el juez Ríos se vio obligado a solicitar la baja por enfermedad y una juez sustituta se hizo cargo de la instrucción del Palau de les Arts. Esto retrasaba su declaración meses. Pero Schmidt, ofendida, “ultrajada” según sus propias palabras, no se plantó siquiera entonces salir de Valencia. “Yo me merezco un homenaje, no esto”, le llegó a decir a una amiga. “Yo no he cogido un euro. Yo he perdido dinero por estar en Valencia. No soy corrupta”, le añadía.
Mientras esperaba a declarar, siguió con el tratamiento de su enfermedad oncológica en La Fe y el Clínico, al tiempo que mantenía su tratamiento de Fisioterapia para tratarse de las secuelas del accidente que tuvo el año pasado en Viena, cuando una furgoneta la arrolló. Todo ello en la más estricta intimidad. No se le conocían actos público y sólo a unas semanas de elecciones comenzó a hablar públicamente.
Fue en junio cuando por fin salió por primera vez de Valencia desde su detención. Viajó a Londres para conocer a su nieta (puede moverse libremente por la zona Schengen) y regresó a la espera de testificar. Pero la citación para declarar nunca llegaba.
A principios de julio su amigo Plácido Domingo, traumatizado por la reciente muerte de su hermana, la defendió públicamente en rueda de prensa y, tras desear que se sanara, la ensalzó. “Espero que podamos hacerle el homenaje que se merece y que nos acordemos de que ha creado este teatro y de que lo ha dejado en herencia", agregó.
Al final, cansada, dolida, ofendida, Schmidt decidió que pasaría el mes de agosto en su casa. Se despidió de unos pocos amigos, hubo varios que no pudieron ir al aeropuerto, y regresó a Italia.
No piensa en volver. Sólo para declarar y reivindicar su inocencia. Ya no quiere saber nada de Valencia. Echa pestes de los políticos del PP, muy especialmente de Català, a quien considera instigadora de la investigación que no ha conducido hasta la fecha a nada más que a su despedido. Y mientras, en el Palau de les Arts, algunos trabajadores gastan bromas a cuenta de su marcha. Si buscando a un compañero no lo encuentran en su sitio, la pregunta recurrente es: “¿Se ha ido a Italia con doña Helga?”.