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grand place / OPINIÓN

Hoy todos hablarán del proceso del Procés

12/02/2019 - 

Aterrizo en Madrid, aún con la resaca de las derechas en la calle. Los radicales. Hubo un día en la historia de España que los radicales estaban en la izquierda. Eran los tiempos en los que ser ecologista era radical, cuando las feministas no se atrevían a llamarse feministas y organizaban grups de dones, cuando hablar en valencià/català/balear era transgresor… Eran tiempos de conquistas de derechos sociales y laborales, de voces en las calles. Hoy son otros los que gritan, pero no para conquistar derechos, sino para quitárnoslos, para retrotraernos 40 años atrás en la historia. Parece ser que eso es ser radical y moderno, cuando yo lo llamaría reaccionario. O algo peor…

Pero como no quiero insultar, voy a seguir con la definición de radical. Según la RAE, la Real Academia Española (de la lengua, española), es un adjetivo con bastantes acepciones. La que nos ocupa es ésta: “Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”. Pues sí, ha cambiado el significado. O bien, yo no tenía razón. Por eso, porque no todos los radicalismos aspiran a reformas democráticas en favor de los derechos de los ciudadanos. Y de ahí las recientes políticas contra el radicalismo y la violencia extrema.

Lo he vivido estos días en la décima edición del Foro de Seguridad de Marrakech ÁfricaSec-2019, organizado por el Centro Marroquí de Estudios Estratégicos. Este año se debatía Construir para África su seguridad del futuro, un foro dedicado al peligro de las amenazas terroristas en las redes. La ciberseguridad dominó las sesiones plenarias, excepto un panel protagonizado por mujeres, bajo el nombre Mujeres y niños en la espiral de las organizaciones extremistas violentas.

Paralelamente, la directora de la conferencia, Asmaa Sebbar, organizó un workshop integrado por el grupo de participantes que se fundó hace un año en este mismo foro, también bajo su dirección. Se trata del Global Network Against Women Radicalization (GNAWR), una asociación internacional de mujeres contra la radicalización de las mujeres. Aunque suene redundante, hay que hacer hincapié en ello. Es nuestro grito #MeToo, la lucha las mujeres en un mundo lleno de depredadores que no dudan en usarla para su lucha, que no es la nuestra.

Y así van apareciendo signos de modernidad que intentan devolvernos a la Edad Media, como las mujeres veladas, las puritanas, las mujeres/madre que se quedan en casa… Todos los extremos de Oriente y Occidente las reivindican, como los de Vox y las otras derechitas, bramando contra un ingenio diabólico que se han inventado y que han bautizado como “ideología de género”. Y lo peor es que incluso suena académico, si existiera… Son los radicales, lo que se acercan al extremismo violento.

Y de eso hablábamos en Marrakech, de la radicalización del islamismo y su influencia en las mujeres, tanto en el mundo árabe, como en el continente africano y, por supuesto, en Europa. Se habló de la necesidad de recuperar la laicidad de la sociedad, de las mujeres como víctimas de la sacralización de la religión y de su imagen sumisa que predica el Islam.

Fue el profesor Abdessamad Dialmy, el único hombre en este foro, quien más defendió la necesidad de denunciar la ausencia de libertad y derechos de las mujeres musulmanas en África, y su utilización como portadoras de armas y dinero, además de bombas en su pecho listas para explotar. Dialmy insistió en un “feminismo secular para formar a las mujeres en la lucha contraterrorista contra el islamismo”. Sophie Giscard d’Estaing, delegada de UN Women para el mundo árabe, insistió en la “relación entre la violencia doméstica y el extremismo violento”. Esto recuerda a los hoy llamados radicales y su estigmatización de las mujeres que queremos la igualdad, con insultos llamándonos feminazis y su invento de la ideología de género.

Otras voces, junto a la mía, se elevaron en el sentido de evitar que los radicales monopolicen la verdad en torno a una realidad alternativa e inexistente, donde las mujeres acabarán, de nuevo, relegadas a un papel de madres y esposas, con o sin velo. Entre estas voces, la de Marianne Laanatza, Rahma Dualeh, Ingrid Modupé, Meena Shingh, Noha Bakr, Petra Weyland, Marieke Kamerbeek, Ana Catarina Mendes, Florence Darques-Lane y la ex ministra de Asuntos Exteriores de El Salvador, María Eugenia Brizuela de Ávila.

La prevención del extremismo violento desde una perspectiva de género era el tema a tratar. Y las conclusiones a que se llegaron pasaban por la educación y la integración de la mujer en  una sociedad laica e igualitaria, para que pudiera identificar y prevenir las primeras señales de radicalización. Esto, que parece muy lógico y sensato, ni siquiera lo es en una Europa cada vez más acomplejada, donde en lugar de sacar la religión católica de las escuelas, se introduce el Islam. Lo recuerdo porque acaba de pasar aquí. En Bélgica, ya hace tiempo que lo están lamentando. Radicalismos.

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