Hay un hombre que lo dibuja todo y lo dibuja cada día. Siguiendo los trazos de uno de los dibujantes urbanos más relevantes del mundo, a través de sus calles favoritas de la ciutat
VALÈNCIA. Hay un hombre en València que lo dibuja todo, pero sobre todo cada día.
En cualquier esquina, pero sobre todo en la plaça Sant Bult. Es portugués -y su acento, una construcción impecable, lo refrenda-, es arquitecto y es dibujante, o urban sketcher. Uno de los más relevantes del mundo. Sus dibujos in situ, a pie de calle, dan la vuelta al mundo a golpe de like. Hace un año ganó el premio a mejor libro de viaje internacional en el certamen de cuadernos de viaje Rendez vous du carnet de voyage.
A Hugo Barros Costa también se lo puedo cruzar uno, insospechadamente, dibujando sobre su vespa, en un semáforo. Pero esa es otra historia que vendrá más adelante. El portugués, profesor de la UPV, que cada día, desde hace cerca una década, dibuja para plasmar en sus cuadernos una manera de ser de una ciudad. Es un intento de retener el tiempo, sobre todo de encapsular la ciudad. Porque cada vez que abre su cuaderno, vuelvo a escuchar los mismos sonidos, a percibir esos olores. Sus exposiciones en València, Nueva York, Venecia, Ferrara o Clermont-Ferrand constatan un apego visceral a todo aquello que es paisaje urbano.
Es simbólica la repercusión de sus dibujos sobre la València histórica. Sant Bult a un lado, Puente de Serranos, el palacio de Cervelló… La manera de entender la complejidad de esta ciudad multiescala tal vez sea reincidiendo en la mirada, evitando el paso apresurado.
¿Pero qué haces, Hugo, dibujando en esta plaza otra vez?
Y entonces Hugo tendrá que irse un poco atrás y recordar lo que sucedió para que acabara ocurriendo todo esto, dibujando en todos estos sitios…
En Oporto. Donde, como estudiante en la escuela de arquitectura, dio sus primeros trazos reincidentes. “Allí el dibujo es muy importante. Recuerdo que un profesor nos dijo: para mañana, 300 dibujos. Y al día siguiente, 300 dibujos. Lloviera, hiciera sol, dibujábamos en la calle. Al final acabé currando tanto en dibujo que en el segundo año saqué la mejor nota, de siempre, en dibujo”.
En Sarajevo. “Pero a partir de ahí sólo dibujaba cuando viajaba, quizá un poco más cuando hice el Erasmus en París. Ese año, en 1999, fui a Sarajevo, destrozada, quería hacer fotos con mi Pentax K1000 pero justo el primer día se me rompió, me tocó representar la realidad a través del dibujo”.
En la calle, claro. “Dibujar en el entorno urbano es un vicio, por la relación con la gente. Hay muchos amigos a los que no les gusta dibujar en la calle porque hay gente que les molesta, les interrumpe, pero es precisamente eso lo que me gusta. En Nueva York, mientras dibujaba, creía que la gente iba a pasar de mí, que no iba a existir, pero justo fue lo contrario, me invitaban a sus casas, un guardia de un museo quiso que fuera a su museo a dibujar… Esa relación con la gente lo hace único”.
Ante el Guggenheim de Nueva York. “Nunca dibujo desde fotos, sino desde la realidad. Estoy ilustrando para un libro, y el editor me mandó las fotos para ilustrar a partir de ellas. Pero no, me fui a Estados Unidos a ver lo que tenía que ilustrar. El entorno, esa atmósfera, es lo que lo marca todo. En la primera vez en Nueva York fui y dibujé el Guggenheim. La segunda dibujé el Guggenheim y ya incorporé a la gente alrededor. La tercera el Guggenheim prácticamente estaba en tercer plano”.
En Alicante. “Porque cuando era pequeño veraneaba con mis padres por allí, en la costa. Al final de cada verano les decía que yo quería quedarme, no quería volver. Mis padres me decían: cuando seas mayor ya te casarás con una valenciana y te quedas. Y eso es lo que pasó. Parece un chiste, eh. Conocí en Oporto a una valenciana, en 2004, que estaba estudiando allí. Yo tenía allí mi despacho de arquitectura, las cosas no iban bien. En España estaba el boom y me surgió la posibilidad de dar clases de dibujo en la universidad. Así que decidí venirme. También influye que los padres de mi mujer me hicieron presión para que viniera, claro”.
Ante todo, en el centro histórico de València. “Cuando empecé a dibujar, dibujaba arquitectura, los edificios que más me gustan. Pero ahora me interesa más dibujar el entorno urbano más que un edificio en concreto. El centro histórico de València es perfecto para eso, porque tiene diferentes escalas, diferentes luces según la hora del día, no es repetitivo. Calles estrechas, antenas, señales… Hay mucha información formal. Desde palacios a casas sencillas. Son temas complejos. Ah bueno, y por un tema práctico: está cerca de mi casa. Hay sitios muy especiales, como la plaza de Sant Bult, las intersecciones de la calle La Paz”.
En la UPV. “En 2010 me enfadé con mis alumnos y les dije: vais a tener que dibujar todos los días. Eso es imposible, me contestaban. Entonces me salió una frase: pues a partir de hoy yo voy a dibujar todos los días y subiré los dibujos, así veréis que es posible. Era mi forma de animarles. Desde entonces yo sí dibujo todos los días. Esa frase, instintiva, me cambió la vida”.
En los semáforos. “Hubo un momento que hacía dibujos bastante rápidos. Como en València hay tantos semáforos aprovechaba los semáforos con mi vespa para dibujar. Cuando se pone en verde, miro a mi alrededor y nadie arrancaba porque estaban todos mirando cómo dibujaba”.
En la ITV. “Claro, aprovecho esos momentos muertos para dibujar. De repente cuando dejo de dibujar y miro… veo que los mécanicos de la ITV estaban esperando a que acabara mi trabajo. Me acabaron siguiendo por Instagram”.
En los viajes. “La gente me pregunta si dibujo todos los días. Y sí, todos los días. Organizo mis dibujos según en qué zona estoy, acabados, inacabados… Suelo hacer dibujos de 3,4,5,6 horas… dependiendo de eso, y hacia qué zona voy, retomo uno u otro. Si voy agobiado de tiempo, un día defino la línea y otro día ya lo pinto. Si empiezas a dibujar, el tiempo vuela. El otro día se me estropeó el coche y comencé a dibujar, y cuando vino la grúa casi me dio pena. Si me voy de viaje suelo estar diez horas dibujando, se me olvida comer porque… ¿para qué voy a poder comer si puedo dibujar?”.
En València. “Intento representar todo lo que vivo cuando estoy dibujando, todas las sensaciones. Me gustaría que cuando alguien ve los dibujos de València sintieran lo que yo siento: la escala, la luz, lo humana y dinámica que es la ciudad, lo rica que es nivel a nivel de luces, sombras, colores, cómo cambia todo dependiendo de la hora. Una amiga me dijo: “Has dejado ya de dibujar como un arquitecto y dibujas como un artista”. Todavía pulula en mi cabeza esa frase. La arquitectura siempre estaba en primer plano. Pero ahora me interesa lo que está a alrededor, porque la arquitectura sin lo que le rodea, no es nada. Ya decía Le Corbussier que la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”.