VALÈNCIA.- ¿Alguien recuerda aquel chiste tan malo del panadero que le dice a su hijo, «¡niño, haz la masa!»? ¿No? Mejor. Pero que nadie dude del impacto popular que causó el estreno de esta serie americana que, una vez más, amenizó las comidas de los domingos en España.
A finales de los setenta, los efectos especiales no eran el punto fuerte de la ficción audiovisual. Conseguir que, en pleno 1977, el vuelo de Superman resultara creíble en la gran pantalla ya fue todo un hito. No podemos decir lo mismo de The amazing Spider-man, estrenada también por aquellas fechas. Filmado como un piloto para una posterior serie de televisión, el filme marchitaba todo el poderío original que el superhéroe tenía sobre el papel. Cada vez que Spiderman lanzaba una de sus telarañas, daba un poco de lástima. La consiguiente serie, protagonizada igual que la película por Nicholas Hammond, fue producida por CBS y tuvo un cierto éxito en la pequeña pantalla, aunque no duró más de dos temporadas.
Por su parte, Universal, que se ve que tenía más fe en el potencial televisivo de aquellos seres increíbles, le compró a Marvel los derechos de varios de sus personajes principales. Así, el productor y guionista Kenneth Johnson recibió una llamada de un alto ejecutivo de la compañía. Debido al éxito que había alcanzado con La mujer biónica un año antes, le ofrecían hacer de Hulk —al que entonces se conocía como La Masa— un personaje televisivo. Johnson declinó la oferta aludiendo que no estaba interesado en trabajar con personajes cuyo único atractivo consistía en tener superpoderes y disfrazarse con atuendos estrambóticos. Poco después cambiaría de idea, aceptó la oferta de Universal y puso en marcha El increíble Hulk, que se estrenó en 1978 y estuvo cinco temporadas en antena.
Lo que hizo que Johnson cambiase de idea y se metiera de lleno en el proyecto fue su percepción de que, en aquellos personajes tan aparentemente simples, había elementos dramáticos propios de cualquier clásico de la literatura. Sin ir más lejos, Hulk era un trasunto de El doctor Jekyll y Mr Hyde, de R.L. Stevenson, solo que adaptado a la era moderna. El cómic giraba en torno al científico Bruce Banner, que obsesionado por no haber podido salvar la vida de su mujer tras un accidente de automóvil, comienza a experimentar con rayos gamma buscando un remedio que pueda proteger al cuerpo humano en situaciones extremas. Al final decide emplearse a sí mismo como conejillo de indias y la cosa acaba malamente. A partir de ese momento en el que todo sale más bien regulero tirando a mal, cada vez que Banner pierda los nervios, su cuerpo sufrirá una transformación incontrolable y se convertirá en Hulk, una gigantesca criatura de piel verde, dotada de una fuerza descomunal y con unos pelos que piden a gritos suavizante. El científico solamente recuperará su ser original una vez le haya pasado el ataque de ira. Evidentemente, de haber existido en la era de las redes sociales, Banner se pasaría la mayor parte del tiempo convertido en Hulk.
Para acercarla al formato televisivo, Johnson introdujo una serie de cambios respecto a las historietas originales de Marvel. Tuvo que vérselas con Stan Lee, padre de la gran mayoría de aquellos héroes extraordinarios. Alguno de dichos cambios no molestaron al gran jefe, que los aceptó sin problemas. En las historietas, Hulk tenía la capacidad del habla. En la televisión solamente gruñía y berreaba mientras agitaba los brazos amenazadoramente y volcaba coches. Lee no se opuso a ello e incluso lamentó no poder aplicar dichos cambios a los cómics. A lo que se negó en redondo fue a que le cambiaran de color al monstruo. Johnson quería que fuera rojo en lugar de verde, porque el rojo expresa mejor la furia. Lee se negó en redondo. Pero como su capacidad para vetar ciertas decisiones era limitada, lo que no pudo evitar es que Banner, en lugar de llamarse Bruce, pasara a llamarse David. Por lo visto, alguna lumbrera de Universal argumentó que Bruce sonaba demasiado gay.
La búsqueda de protagonistas también tuvo su aquel. Inicialmente se le ofreció el papel de Banner a Larry Hagman, que ya era famoso por su protagonista masculino en Mi bella genio. Pero Hagman andaba muy liado por aquel entonces con el papel que le hará inmortal, el de J.R. Ewing en Dallas, así que no pudo aceptar. Fue Bill Bixby, otra cara popular de la televisión, quien acabó aceptando el papel. Conocido por series como Mi marciano favorito y El mago, era perfecto para interpretar al atormentado Banner. Faltaba encontrar a quien encarnase a su alter ego cuando estaba cabreado. Uno de los aspirantes que llegó a hacerse con el papel fue Richard Kiel, conocido por sus apariciones en películas de James Bond haciendo del villano Jaws. Kiel llegó a rodar partes de la película piloto, hasta que su propio hijo advirtió que era demasiado grande para ser Hulk. Como el actor tampoco lo pasaba bien con aquellas lentillas que le hacían daño en los ojos, y detestaba pasar tanto tiempo quitándose la pintura verde, accedió de mil amores a pasarle el testigo a otro actor.
La oferta volvió a recaer sobre un culturista. Inicialmente, Arnold Schwarzenegger se había presentado al casting, pero fue rechazado por su baja estatura. Finalmente sería un compañero suyo, Lou Ferrigno, quien acabaría calzándose el incómodo traje de Hulk. Para ello tenía que someterse a tres horas de maquillaje, y luego, en los descansos entre escenas, permanecer en un lugar refrigerado para evitar que la pintura destiñera. Los telespectadores más atentos seguramente repararon en que en las escenas de acción, Hulk calza una especie de pinkys verdes que evitaban que el actor tuviese que correr descalzo. Otro personaje clave fue el periodista Jack McGee, encarnado por Jack Colvin. Convencido de que Hulk ha matado a Banner, McGee persigue a este en su huida constante por Estados Unidos, en busca de respuestas. Cuando Universal comenzó a ponerle pegas al presupuesto, una de las medidas que se intentó imponer fue cargarse al personaje de Colvin. Bixby y Ferrigno se pusieron verdes igual que Hulk, y dijeron que si lo despedían a él, ellos se iban.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza