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entrevista al nuevo jefe de oncología médica del ivo

Ignacio Gil Bazo: "Ahora podemos decirle a un paciente con metástasis que la curación es posible"

Ignacio Gil Bazo releva a Vicente Guillem en la jefatura de Oncología Médica del IVO con la idea de seguir apostando por la investigación y las nuevas tecnologías para hacer diagnósticos más rápidos y precisos

| 26/10/2022 | 15 min, 41 seg

VALÈNCIA. El motivo por el que Ignacio Gil Bazo es reclamado en foros internacionales y publica en las principales revistas de investigación médica es su nivel de especialización en nuevas terapias de diana biológica y en ensayos clínicos para el cáncer de pulmón. Antes de asumir la dirección científica y del departamento de Oncología Médica de la Fundación Instituto Valenciano de Oncología (IVO), lideraba la Línea Estratégica de Oncología en la Universidad de Navarra. Es un perfil a la altura del reto que supone tomar el relevo de una figura con tanto impacto en la sociedad valenciana como la de Vicente Guillem, un referente histórico de la oncología a nivel nacional.  Gil Bazo compaginará esta nueva responsabilidad con la de evaluador de proyectos de la Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva del Ministerio de Ciencia e Innovación, así como del Ministerio de Salud de Italia y del Instituto Nacional del Cáncer (INCA) de Francia. Y para afrontar el reto, Gil Bazo aterriza a lomos de los postulados de la medicina de precisión, que se nutre de las herramientas digitales, para mejorar su eficacia, y permite abordar tratamientos personalizados. Nada debe sustituir, en cualquier caso, ni siquiera la tecnología, a la libertad de decisión del paciente para optar por el tratamiento, e incluso para renunciar a combatir el cáncer. Es su criterio. Ni siquiera la máquina entiende este nivel de personalización. 

— En una entrevista, atribuías tu éxito como investigador al entorno familiar. Desde el respeto, quisiera saber si has vivido de cerca la experiencia del cáncer. Desde el punto de vista de la innovación y la tecnología, este no es un asunto equiparable a la mayoría; existe un componente personal enorme.

— Mi vocación por la oncología nació en los años de carrera viendo las necesidades de los pacientes y yendo tres años seguidos a países en vías de desarrollo. Allí vi a pacientes muy vulnerables, con una carga de enfermedad muy difícil de resolver con los recursos disponibles. Con respecto al primer mundo, esos eran los pacientes oncológicos; las opciones terapéuticas eran escasas y había una enorme necesidad clínica no cubierta. Respondiendo a tu pregunta, en los últimos años, siendo oncólogo, he tenido dos casos de cáncer en la familia. Eso marca otra perspectiva de la enfermedad, porque no dejas de quitarte la bata de médico, pero en el fondo lo principal es que eres familia. A veces, es difícil el equilibrio entre tu parte de profesional en una complicación, en un ingreso, y el acompañamiento que haces como familia. Nadie está exento de estar en una situación de vulnerabilidad. La clave es intentar tener sensatez, calma, confianza en los médicos y acompañar al paciente y al resto de la familia

— Llama mucho la atención esa analogía que haces entre la situación del tercer mundo y el ecosistema del cáncer en los países desarrollados. ¿Ha cambiado tu visión en este tiempo?

— La evolución que ha habido en las tecnologías diagnósticas y en las opciones terapéuticas en estos treinta años ha sido enorme; son casi como dos historias completamente distintas. Junto a ello, la generación de conocimiento científico tiene una curva exponencial y, a medida que dispones de más datos y conoces mejor la patología, tienes mayor capacidad de desarrollar nuevas moléculas que puedan cambiar la historia de la enfermedad. No se parece en nada la medicina de hace treinta años a la de ahora, y especialmente la oncología. 

— Era una medicina analógica y ahora tenemos la posibilidad de que sea digital.

— No era una medicina de precisión, no buscábamos las vulnerabilidades del tumor. Siempre les digo a los pacientes al principio, cuando tienen una cierta ansiedad por empezar: «no podemos tener prisa, no se trata de ir a una batalla sin saber contra quién pelea uno; tengo que hacer una labor de inteligencia para conocer mejor a mi adversario, cómo viene armado, cuáles son sus puntos débiles». Antes de empezar la batalla debo tener muy bien medidas cuáles son mis capacidades y las del tumor.

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 ¿Hasta cuánto somos capaces de conocer ahora mismo esas capacidades?

— Mucho. El estudio molecular que es necesario hacer en la mayor parte de los tumores sólidos, como el de pulmón, el melanoma, el de colon e incluso próstata, permite actuar sobre el gen director que hace que se forme esa célula maligna sin una programación de muerte celular, que busca la inmortalidad. Si disponemos de un tratamiento que lo bloquea, tenemos la solución para ese paciente. Eso que hace treinta años era una entelequia, ciencia ficción, hoy en día es más que real para muchos tipos de tumor. En cáncer de pulmón, por ejemplo, manejamos ya una docena de alteraciones que son accionables y para las que disponemos ya de fármacos. De ahí la importancia de la investigación básica. 

— ¿En qué se va a traducir esa era de la medicina de precisión?

— Es muy importante tener muchas opciones de diagnosticar y, de forma pareada, muchos tratamientos para cada una de las alteraciones. Tener un buen laboratorio de biología molecular en los hospitales es fundamental, porque esa es la medicina de precisión, la capacidad de luchar de forma inteligente contra el tumor, no de forma genérica, con un fármaco que es una bomba que tiro y dañará al enemigo, pero también a las estructuras sanas del paciente, que es la quimioterapia. Es burda, no es inteligente, es grosera en su capacidad y es muy tóxica, porque no distingue. La biología molecular es utilizar un francotirador capaz de identificar contra quién hay que pelear y no dañar a la población civil. 

— El año pasado se presentaba el Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer. Más vale tarde que nunca, pero al ritmo lento de la innovación científica se suma el aspecto regulatorio, de falta de colaboración, de información en silos. 

— El paso de la Unión Europea se estaba echando en falta desde hacía mucho tiempo. Hay que recordar la War on Cancer iniciada en Estados Unidos hace años, con Joe Biden como vicepresidente, esa ya tiene una década. La pregunta es por qué Europa no era capaz de avanzar a la misma velocidad. Ahora hay un interés claro, pero quizás las debilidades de un sistema como el de la UE en relación con el americano fundamentalmente tienen que ver con la financiación y el acceso a los fármacos. En EE. UU., al no haber un sistema de salud universal, la aprobación de los fármacos depende exclusivamente de que haya un ensayo clínico que demuestre que es seguro y mejor que lo que hay. Ese día la FDA [Food and Drug Administration] da la aprobación y a partir del día siguiente lo puede utilizar cualquier médico del país. En Europa es muy distinto. 

— La EMA [Agencia Europea del Medicamento] es más complicada.

— A la FDA no le preocupa quién va a pagar la cuenta sino si un fármaco es mejor que el anterior, implica una innovación terapéutica y mejora la calidad de vida de los pacientes. No pregunta nada más. En Europa, la mayoría de los países tiene un sistema universal de salud, que tiene que empezar a reembolsar el fármaco en el momento en el que se le da el espaldarazo. Y el desarrollo farmacológico es muchas cosas menos barato. En los ensayos clínicos hemos hablado siempre de la toxicidad hematológica, dermatológica, cardiaca de nuestros fármacos y ahora en los congresos internacionales hay un apartado importante sobre la toxicidad financiera. Es decir, ya no es qué agujero en mi corazón o en mi piel deja un fármaco, sino qué agujero deja en mi bolsillo como país, como UE. 

— Quién va a pagar la cuenta. 

— En Europa, eso sí es relevante. Desde que hay un ensayo que demuestra que una experiencia terapéutica es mejor, hasta que recibe la aprobación de la UE, pasan entre seis y doce meses más que en el caso de la FDA. Durante ese tiempo, si una persona vive en EEUU puede recibir el fármaco, mientras que si vive en Europa, no. Y una vez ha sido aprobado por Europa, los sistemas de cada país tienen que decidir el reembolso de ese fármaco. Desde que la Agencia Europea del Medicamento lo aprueba suelen pasar en España más de doce meses de media, y estamos llegando ya casi a los dos años, hasta que el laboratorio que va a comercializar el fármaco negocia con el Gobierno cuál va a ser el precio. 

— Para las startups y empresas de base tecnológica es un entorno complicadísimo. La cantidad de quiebras que se producen debido al plazo de tiempo que tardan en generar ingresos que cubran la inversión en innovación realizada...

— La cantidad de moléculas que hay que desarrollar para que una sola llegue al mercado es enorme. Eso explica por qué los fármacos tienen en muchas ocasiones precios tan desorbitados, sobre todo en las terapias más novedosas, las dirigidas o la inmunoterapia. Hay que compensar de alguna manera el desarrollo no solo de esa molécula, sino de todas las demás que han caído por el camino.

— Hablando de fondos, en el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia trabajaba un investigador en biomarcadores del cáncer de referencia a nivel global, Enric Esplugues, y como no hubo forma de conseguir la financiación que necesitaba, ha regresado a la Medical School de Yale. Cuando suceden cosas así, ¿qué sensación te produce como oncólogo?

— Somos un país vulnerable a la fuga de talentos porque no somos competitivos a la hora de atraerlo. Ahí hay una tarea pendiente. Quizás eso aplica a la investigación traslacional y básica en cáncer, y aplica menos en el contexto de la investigación clínica. La mayor parte de los ensayos clínicos que se desarrollan en el mundo para cáncer fundamentalmente buscan a España. Ahí hay un hueco más pequeño que el de otros ámbitos, donde si uno quiere rendir al máximo nivel tiene que ir a un país donde los recursos sean ilimitados.

— En la vanguardia tecnológica hay mucho hype, si a eso sumamos las dificultades del entorno, ¿cómo animar a los inversores a entrar y en qué campos?

— En este tipo de inversiones el riesgo es alto, porque no hay una varita mágica, y por cada mil moléculas en las que uno invierte desarrolla una, que le permite pagar la cuenta. Por otro lado, lo que está ocurriendo en los últimos cinco o diez años, con casos muy sonados, es una cierta deserción de grandes profesionales de la oncología médica a nivel global, muchos de ellos españoles, que deciden pasarse a la industria y trabajar dentro de los laboratorios. Durante años se han dedicado muchos recursos a ensayos que no estaban bien diseñados, que no respondían a preguntas clínicas relevantes, que no tenían un impacto real sobre las personas y no permitían un gran avance, y esos oncólogos saben cuáles son las necesidades del paciente que no están bien cubiertas.

— La barrera del coste en dispositivos como los PET [tomografía por emisión de positrones] impide también democratizar la batalla contra el cáncer. 

— No podemos pensar en disponer de recursos que sean sostenibles y que estén en todos los hospitales y en todas las prácticas clínicas. La coordinación es clave y la gestión de procesos no es demasiado eficiente. Los recursos los tenemos, el problema es que a veces la gestión no es muy fina y yo, como hospital comarcal, quiero mi secuenciador de genes, pese a que no sé hacerlo bien y no tengo los profesionales, en vez de compartir los recursos de una forma razonable y sostenible. La compartimentalización de la Sanidad en diecisiete comunidades autónomas es muy difícil de sostener, porque al final acabas incurriendo en la inequidad; un paciente, según dónde viva y cuál sea el área de influencia del hospital, tiene acceso distinto a los recursos. Desde luego, España se lo tiene que hacer mirar. En todas las reuniones de la Sociedad Española de Oncología Médica al final siempre el mensaje es que no tenemos un acceso equitativo.

— El Barcelona Supercomputing Center (BSC) ha creado una spin off, Frontwave Imaging, que usa ultrasonido para la detección del cáncer de mama. Con esto quería llegar al tema de la supercomputación, de las tecnologías de digitales, la disponibilidad de los datos. ¿En qué punto estamos y cómo ves el cáncer a diez o veinte años vista?

— La inmunoterapia ha catapultado las expectativas vitales de nuestros pacientes. Cuando antes venía un paciente a la consulta con un cáncer de pulmón, de mama o de colon metastásico y te preguntaba «¿qué opciones tengo de curarme?», te cambiaba el semblante y la voz y tenías una discusión de profundidad con él y su familia, porque eran cero prácticamente. Ahora puedes decir con esperanza y con datos reales que hay pacientes como él que a los cinco o siete años están libres de enfermedad, y eso es lo más parecido a estar curado que hemos visto nunca en la historia. El futuro nos depara, de la mano de la inteligencia artificial, del manejo masivo de datos y su computación con algoritmos, la posibilidad de hacer modelos de predicción más finos. Aprenderemos de cada caso, de cada nuevo dato. Quizás así descubriremos que la opción que mejor se ajusta a un paciente es la quinta que habríamos analizado con el modelo estadístico existente; sabremos desde el principio cuál es la que vale.

— ¿Te ves diagnosticando junto a un ordenador?

— Esos algoritmos nunca podrán suplir al profesional, a la experiencia clínica y, sobre todo, a los deseos del enfermo. La digitalización va a ser la próxima revolución, nos permitirá hacer medicina de otra liga, pero yo siempre le digo a un paciente cuando hay más de una opción: «no existe una buena o una mala, la única buena es la que usted decida libremente teniendo toda la información delante». Y, a veces, esa opción buena es «no me voy a tratar» y parece mentira que lo diga un oncólogo, porque yo siempre voy a animar a un paciente a tratarse, pero si libremente y después de conocer todo lo dice, yo lo respeto. Otro me dirá que va a pelear con uñas y con dientes. Eso también es personalizar la medicina; hay personas con circunstancias muy distintas en la vida y hay que escucharlas y actuar conforme a cada caso.

— En la Universidad de Navarra en Madrid, Ricardo Pérez, director de desarrollo de la Innovation Factory, me explicaba el proyecto de hub biotecnológico especializado en salud, muy en contacto con el ecosistema MIT-Harvard. El hecho de que exista allí ese entorno tan ilusionante y hayas dado el salto al IVO le confiere enorme valor al centro valenciano. 

— La forma en que yo entiendo el desarrollo profesional tiene que ver fundamentalmente con la asunción de retos: los cambios profesionales son muy enriquecedores. Lo que me ha atraído es el proyecto que me ofrece el IVO, ambicioso desde el punto de vista científico. El IVO aúna muchas virtudes: conjuga una forma de hacer y saber hacer de larga trayectoria, y es un centro monográfico del cáncer, lo que permite tener visión compartida con otros profesionales. Hace treinta años cada uno trabajaba en su parcela: el cirujano y el oncólogo no hablaban; eso ya no se sujeta de ningún modo. Los equipos interdisciplinares aumentan de forma exponencial la posibilidad de éxito. El paciente no puede ir como una pelota de ping-pong de un profesional a otro a ver si hay suerte.

— ¿Dentro de cinco o diez años en qué ámbitos te gustaría que el IVO fuera un centro de referencia a nivel global?

— Hay dos avances en opciones diagnósticas y terapéuticas que van ligados a la investigación clínica. Fundamentalmente, la biología molecular, como plataforma para la selección de tratamientos dirigidos; en segundo lugar, la inmunoterapia, que ya ha ido creciendo de forma exponencial, y ya estamos utilizando fármacos bi y triespecíficos, que bloquean dos o tres dianas a la vez. Vamos a abrir ensayos de terapias celulares adoptivas, donde ya no son fármacos, sino las propias células del sistema inmune reprogramadas las que actúan de forma selectiva contra el tumor. Acabarán siendo el estándar de tratamiento en cinco años, pero queremos empezar a utilizarlas ya. Y eso conjugado con la investigación traslacional que también queremos impulsar, porque las personas son la palanca de cambio, no la tecnología, que puede estar guardada sin que la utilicemos. Necesitas a expertos.  

* Esta entrevista salió publicada en el número 96 (octubre 2022) de la revista Plaza

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