En este último año, las noticias y reflexiones sobre los principales actores asiáticos (China, Japón, Corea, Singapur) han sido el objeto esencial de Noticias de Oriente. Esta va a seguir siendo lo pauta, ya que esos países son, sin duda, los que suscitan más interés en la región por su protagonismo político y económico. Sin embargo, hay otra serie de naciones que pueden volver a alcanzar una indudable relevancia, países que tienen una rica historia y una fascinante cultura o en los que se están produciendo acontecimientos que merecen ser conocidos. Este es el caso de Tailandia.
Voy a realizar un breve repaso a algunos hitos de su historia. A finales del siglo XVIII el Reino de Siam (antiguo nombre de Tailandia) constituía una monarquía absolutista gobernada por la dinastía Chakri. Curiosamente, Tailandia fue el único país del sudeste asiático que jamás fue una colonia europea, lo que se debió esencialmente a la habilidad de sus líderes. También fue el primer país que estableció un régimen medianamente democrático en la zona, ya en el año 1932. Esta es la fecha en la que tuvo lugar un golpe de Estado impulsado por determinados coroneles y jóvenes intelectuales cuyo objetivo esencial fue la transformación del régimen antiguo absolutista en una monarquía constitucional que necesariamente implicaba una disminución del poder real y que éste fuese una figura más simbólica y representativa de la unidad del país. Esta situación provocó tensiones entre los nuevos gobernantes y el rey (Rama VII). Sin embargo, es cierto que la figura del monarca conserva todavía bajo este tipo de régimen político numerosas prerrogativas, como veremos más adelante.
Durante esos años la política estuvo dominada por dos grandes personalidades: el mayor general Pibun (ministro de Defensa) y el doctor Pridi (ministro del Interior). En un inicio colaboraron lealmente en interés del país; pero Tailandia no se libró de los convulsos años 30. Así, el mayor general Pibun, gran admirador de Mussolini, desde diciembre 1938 —fecha en la que se convirtió en primer ministro— empezó a desplegar sus energías para hacer que Tailandia se convirtiera en un Estado fascista. Esta política chocó frontalmente con la del doctor Pridi, más cercana al comunismo.
En 1939 se procedió a cambiar la denominación de Siam por la de Tailandia (Tierra de la Libertad), en lo que constituyó una decisión profundamente nacionalista que supuso la unidad de las regiones del país en las que predominaba la lengua tai y se excluyeron las de la lengua china o malaya. Esto explica que Tailandia se escorase durante la Segunda Guerra Mundial hacía los intereses del Eje. Conviene recordar que Tailandia fue humillada por Francia entre 1893 y 1904, periodo en el cual sus fronteras se vieron alteradas y parte de sus territorios anexionado a Laos y a Camboya, que formaban parte de la Indochina francesa. Por lo tanto, este rencor nacionalista había latido durante más de 30 años. Con la mediación japonesa, Tailandia recuperó los referidos territorios, lo que otorgó al mayor general Pibun una enorme popularidad. Esa actitud projaponesa motivó que el Gobierno autorizase el tránsito de las tropas japonesas hacia los territorios de Birmania y Malasia controlados por los ingleses y se firmará una alianza con los japoneses. De esta forma, técnicamente Tailandia se incardinaba en el Eje, aunque siempre se mantuvo en una posición no exenta de ambigüedad . Así, si bien el Gobierno del mayor general Pibun en 1942 llegó a declarar la guerra a Gran Bretaña y Estados Unidos, Seni —un personaje memorable y que era su embajador en Washington— se negó a cursar la declaración de guerra y colaboró con los aliados para que éstos pudieran ocupar determinados campos de entrenamiento secretos en el norte de Tailandia, una maniobra que contribuyó a la victoria aliada final en la zona. Se trata de una extraordinaria manifestación de lo que en castizo se denominaría “nadar y guardar la ropa”, lo que supone ciertamente una gran habilidad. Es cierto que, al concluir la guerra, los británicos dieron a Tailandia el trato de enemigo derrotado, responsabilizándola de muchos de los daños ocasionados a los aliados en el sudeste asiático durante la Segunda Guerra Mundial. Pero también es más cierto que, como sucedió en otras latitudes (y no se puede dejar de recodar que algo muy similar tuvo lugar en España en relación con el dictador Franco), los vientos cambiaron muy rápidamente.
Tras concluir el conflicto bélico, se instaló la dinámica de la Guerra Fría, lo que implicaba que antiguos enemigos podían pasar a ser aliados por el hecho de que sus convicciones anticomunistas estuvieran fuera de toda sospecha. Esto hizo que Tailandia se convirtiese en la posguerra mundial en un potente aliado de los Estados Unidos y, por lo tanto, del mundo occidental en general. Ello permitió una más rápida industrialización que en otros países vecinos y también desarrollar determinadas políticas sociales a principios de este siglo, como las políticas de sanidad propiciadas por el todavía omnipresente ex-primer ministro Thaksin —del que hablaré más adelante— que fueron copiadas en otros países.
¿Dónde estamos ahora? Me detendré en el aspecto político que ha devuelto a Tailandia a la actualidad de los periódicos. En los últimos diez años han sucedido en el país muchas cosas que hacen que la situación sea especialmente compleja. Así, la hiperactividad del referido primer ministro Thaksin (uno de los hombres más ricos de Tailandia) durante su gobierno de 2001 a 2006 colocó al país en una situación de tremenda tensión. Por un lado, lanzó agresivas políticas de reducción de la pobreza, de expansión de infraestructuras totalmente necesarias y promovió la creación de pequeñas y medianas empresas. Sin embargó, la ventas millonarias de acciones de sus empresas a inversores extranjeros, con la aplicación de potentes exenciones fiscales, también provocó entre la ciudadanía una profunda indignación y acusaciones de corrupción, abuso de poder y tendencias autoritarias. Esta situación hizo que los militares —un estamento especialmente privilegiado que se pudo sentir amenazado por el Gobierno de Thaksin— decidieran en 2006 provocar un golpe de Estado que acabó con el Gobierno y con una declaración de que el partido de Thaksin se encontraba fuera de la Ley. Desde entonces, Thaksin se ha impuesto un autoexilio y vive en el extranjero.
Desde entonces, el llamado Gobierno interino de Tailandia, bajo control militar, ha estado en el poder. Esta situación ha provocado el rechazo —ciertamente no demasiado virulento— de la comunidad internacional (por ejemplo, en el caso español se plasmó en una interrupción de relaciones hasta noviembre de 2017 por el mantenimiento de un Gobierno militar no electo). El cambio de los países de la Unión Europea y la reanudación del suspendido tratado de libre comercio con Tailandia se debe también a la convocatoria de elecciones para el 24 de marzo de 2019. Las expectativas sobre el resultado de estas elecciones son muy altas; sin embargo, determinados hechos están enturbiando el panorama.
Aquí tenemos que mencionar el otro gran cambio político reciente en Tailandia: la muerte en octubre de 2016 del rey Rama IX, uno de los monarcas que han estado más tiempo en el trono (67 años) y que era profundamente querido por el pueblo tailandés. Su sustituto, Rama X, de 64 años, conocido por ciertas anécdotas excéntricas y que ha vivido la mayor parte de su vida en el extranjero, está todavía en fase de consolidación. De hecho, la coronación tendrá lugar el día 4 de mayo próximo en una ceremonia con miembros de la familia real, del Consejo Privado del Rey, el Gobierno de Tailandia y funcionarios de alto rango.
Esta combinación de la sombra de Thaksin, que es alargada, del Gobierno militar y la llegada de un nuevo monarca hace que el panorama político de Tailandia sea, cuando menos, atípico y ciertamente explosivo. Ya se están produciendo determinados hechos preocupantes que están teniendo un impacto negativo en la transparencia del proceso electoral. Así, a principios de febrero pasado el mismísimo rey se pronunció descalificando la candidatura que había presentado su hermana —la princesa Ulbolratana— para primera ministra por el partido Tak Raksa Thai, muy cercano precisamente al incombustible Sr. Thaksin. Estaremos atentos al desenlace de esta historia repleta de potentes elementos de intriga.