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 La encrucijada / OPINIÓN

Indultos y nuevo estado autonómico

22/06/2021 - 

La aplicación de posibles indultos a los condenados del procés catalán ha sido ocasión para que se intentara propagar un nuevo pandemonio allá donde algunos consideran depositada la esencia de España: la madrileña plaza de Colón. Un lugar que va camino de acostumbrarse a ese lenguaje del que forma parte la atribución de antiespañolismo, antipatriotismo, traiciones y vendepatrias, entre otras caricias retóricas. Lo dicen unos ciudadanos que parecen sentirse escogidos, por señalamiento sobrenatural, para calibrar la españolidad de los restantes, utilizando como instrumento de medida algo tan objetivo como sus prejuicios, antipatías y fobias.

Despierta cierta melancolía que, todavía ahora, en el siglo XXI, se abran rancios baúles, desempolvándose formas que son pródigas en el reclamo de mano dura y tente tieso como primera ratio para la resolución de los grandes problemas políticas. Posiciones que se oponen a la exploración y empleo inteligente de alternativas que derroten la polarización, establezcan puentes entre diferentes sectores de opinión y abran nuevos cauces a una doble y necesaria convivencia: entre Cataluña y España y entre las dos Cataluñas ahora coexistentes.

La democracia constitucional y su Estado Autonómico nos han aportado una nueva perspectiva. Mediante ésta, las comunidades autónomas (CCAA), aunque perfectibles, son mucho más que una construcción institucional destinada a envolver hechos históricos, culturales y folklóricos. Son la representación de una España de Españas cuya principal riqueza es el pensamiento y la inteligencia distribuidas a lo largo del territorio. No sorprenda, pues, que las CCAA resulten muy incómodas y absolutamente prescindibles para algunas mentalidades. El centralismo choca ahora con un oponente fuerte y resuelto que erosiona la ideación de España como patria de rigideces, central arbitraria de recursos públicos y faro único en la adopción de decisiones. Ante la anterior se ha elevado una España flexible; un país dotado de capilares que llegan a lo más grande de lo pequeño y a lo más humilde de lo humano, enlazando un talento, público y privado, que no desmerece ante las élites tradicionales. Se dispone, felizmente, de territorios con sus propias preguntas y sus correspondientes respuestas que, en conjunto, identifican con rigor “lo que más conviene a España” sin resignarse a los moldes únicos y las políticas uniformes de otros momentos.

El Estado Autonómico no se conforma con la visión reduccionista de una España simplona, atada a los usos y costumbres simplificadores de quienes detestan la diversidad porque sólo la homogeneidad permite que el pensamiento se abandone a la pereza y pueda opinar de todo sin tener ideas desafiantes de nada. Pero, de igual modo, tampoco ese mismo Estado puede permitirse concepciones aislacionistas y excluyentes en las CCAA, acomodadas a la superioridad de una parte de la población sobre la restante porque supondría admitir, para Cataluña, la misma homogeneidad simplista que aquí se critica para España. Cataluña, España y Europa se necesitan, las CCAA se requieren todas entre sí y las dos Cataluñas actuales precisan ser un visible espacio de concordia para sustituir la debilidad por el fortalecimiento interno. Todo ello en un espacio al que la superación del problema catalán le acompaña el avance, en paralelo, de una mirada renovadora del conjunto del Estado Autonómico para que la igualdad de los ciudadanos y la diversidad de los territorios encuentren un nuevo equilibrio.

Ante este camino de futuro posible, los indultos no son sólo para destensar la atmósfera política y ciudadana de Cataluña. Forman parte, asimismo, de lo que debe ser el cambio en las relaciones entre las CCAA y de éstas con las instituciones españolas. Pasando de un interés público abstracto y unilateralmente definido, a un interés general, territorializado y participado. Una vía para generar nuevos enlaces de cohesión interna a partir de un distinto reparto del poder: el que se acomoda a un Estado Autonómico que supera sus ineficiencias y se abre a una densa relación interautonómica; el que se corresponde con una administración central que se libra de arrogancias multiseculares, poderes opacos y una sobredotación de recursos económicos; el que coincide con una Unión Europea que se postula para futuros avances.

En la reorientación de España hacia esa visión dinámica y de calidad que supera sus rutinas, inercias y tradiciones obsoletas, Cataluña tiene que valorar su papel cuidadosamente. Ahora, ya se conoce a dónde conduce la unilateralidad, la inflamación de la ciudadanía y el descuido del autogobierno. Frente a una cosecha de frustraciones, merece plantarse si le conviene más normalizar su presencia en un Estado Autonómico distinto y ser protagonista de su transformación. Con mayor motivo, cuando todos los gobiernos y sociedades viven un tiempo de incertidumbres en el que toca abatir la pandemia, recuperar la economía, atacar el cambio climático y ser visibles en la nueva revolución tecnológica uniendo fuerzas con los más próximos.

Así, pues, si los indultos constituyen el primer paso para el restablecimiento de las complicidades básicas que precisa el Estado Autonómico y el conjunto del Estado en el momento histórico actual, bienvenidos sean. Si ayudan a reparar las grietas existentes en la propia sociedad catalana, convendremos que ya tardan en aplicarse. Si permiten que las administraciones española y catalana se apliquen a gobernar y mejorar la calidad de vida, reducir las desigualdades y estimular la recuperación económica, sin estar absortos por el retrovisor del conflicto, abrámosles las puertas. 

 Foto: ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ/EP

Mientras, tranquilícese a quienes no están en Colón, pero desconfían de las intenciones de los indultados y de los grupos a los que pertenecen. Cuando se constata la existencia de millones de personas que son partidarias de la independencia y de otros millones de catalanes que no comparten ausentarse de España, existe un claro problema ante el que la obligación de los poderes públicos es clara e ineludible aunque otros la hayan evitado en el pasado: reconocer la realidad, poner un parche de tiempo para reducir la intensidad de las divisiones y apaciguarlas mediante la paciente búsqueda de puntos de encuentro. Concediéndose reloj para alcanzarlos. Aceptando que la ruta estará sembrada de progresos y retrocesos. Recurriendo a expertos y científicos sociales para objetivar las discrepancias.

Esa es una vía de nuestro tiempo para ambas partes. Porque emplea el diálogo; porque eleva el objetivo de la convivencia a primer desiderátum, como base que es de la paz, la palabra y el hilado de objetivos deseables para personas libres y distintas. Cataluña no es una excepción a ese camino y, quien afirme lo contrario, tendrá que demostrar primero que alentar la confrontación, desde una frontera u otra, proporciona resultados mejores. Mejores resultados en términos de empatía, proyectos comunes, traumas evitados y restauración de la estabilidad y la confianza. En términos de la visión de las Españas agrupadas y organizadas para una nueva etapa del Estado Autonómico: la etapa federal.

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