Hay semanas que cuestan, hay semanas que pesan, hay semanas especialmente duras y hay semanas que ojalá no hubieran existido. Semanas manchadas por capítulos de violencia. Semanas donde la vida de determinadas personas se truncan para siempre. Semanas que destrozan la inocencia de un niño.
Un niño es testigo de cómo su padre mata a su madre y luego se suicida. Un niño que está en la mente de todos desde que el pasado miércoles ocurriera este suceso en Elda.
Son dramas que paralizan a cualquiera, son dramas que pasan y dramas que no se superan. Aunque dicen que para un menor el trauma si se trabaja bien, con apoyo social y psicológico, se puede llegar a superar. Yo me acojo a esta declaración para no perder la esperanza, la esperanza en creer en un mundo más humano y más justo sobre todo cuando hablamos de infancia.
Un día escuché en boca de algún erudito de la psicología infantil cuyo nombre no recuerdo y que afirmaba que dramas en niños tan pequeños se pueden llegar a superar si se trabaja con ellos.
Y entonces me vienen, como siempre, la cantidad de niños y niñas que he conocido en estos años en países pobres con dramas familiares, que cuesta solo de pronunciar y que me cuesta recordar, que nunca van a recibir el apoyo psicológico y social para superar esos dramas.
Ya sabíamos que la vida no es justa. Nunca dijo nadie que lo fuera. Pero quebrar la vida de un niño o una niña es tremendamente injusto.
Y pienso en todos estos niños y niñas que conozco, y en los que no, y que sufren cada día y cada semana situaciones injustas. Cada día hay niños y niñas que sufren las consecuencias de una guerra, de vivir en campamentos de refugiados, de atravesar en pateras grandes océanos en busca de una vida mejor, niños y niñas maltratados, discriminados, niños y niñas abusadas, niños y niñas que sufren de manera injusta, niños y niñas víctimas de la violencia de género… Muchos de estos niños y niñas nunca podrán volver a empezar.
Y sin intención de dar mayor importancia a la sensibilidad de las madres, reconozco que desde que soy madre es inevitable que cada caso que conozco de infancia truncada pienso en mi hija. Pienso en ella y en todo el amor que le rodea. La miro, la cuido y la amo sin límites y en ella, en su cara, en sus ojos y en su sonrisa veo todos esos otros niños o niñas que nos son cuidados, amados ni tan siquiera mirados por sus mayores. Y me muero de dolor.
Porque ese señor de Elda ni debió mirar ni pensó en su hijo. Se debió llevar por el amor- el odio a su pareja, a la madre de ese niño que hoy está sin padre y sin madre. No quiero entrar a juzgar porque es delicado, me faltaría información y porque no me atrevo. Pero no me quito de la cabeza que ese padre se saltó una orden de alejamiento y esa madre lo permitió. Un niño más con una infancia truncada.
Ese señor que se suicidó, se cargó la infancia de su hijo y le deja una condena que le deja por vida
Ojala este niño de Elda vuela a sonreír, vuelva a ser niño y reciba todo el amor y la atención que necesite para conseguir salvarle de la condena a la que le ha llevado su padre. Porque ese niño ha sido víctima de una lacra de la sociedad.
Los casos de violencia son fruto de ese grave problema que seguimos arrastrando, legal, político y judicial pero también un problema de toda la sociedad. Porque también es fruto de vecinos que no denuncian, de familias que tapan los dramas de un maltrato y es fruto de silencios que si se rompieran podrían salvar vidas. Porque no olvidemos que en la denuncia está el primer paso para evitar una muerte, pero no siempre la denuncia y la responsabilidad de la denuncia debería caer en la persona que está siendo maltratada.
Ser testigo de un maltrato y no denunciarlo, es ser cómplice de él. La violencia de género es un problema donde todos somos responsables y donde todos somos víctimas.
Y no olvidemos que la justicia podría tener más dotaciones para actuar de manera más rápida y efectiva. Porque cuando la justicia ha tenido que actuar de manera rápida y eficaz lo ha hecho, lo ha demostrado y todos lo estamos viendo. Pero la violencia de género es una lacra social con la que convivimos y a la que nos hemos acostumbrado.
El niño de Elda es un niño más. Algo que no le quita gravedad pero que entristece aún más el panorama. Hay muchos niños y niñas que sufren en este mundo cada día. Niños y niñas que ven cómo su infancia y su vida se trunca para siempre. Dramas que pasan todos los días… algunos nos tocan de cerca y otros ni nos enteremos pero pasan cada día y cada semana en este mundo en que vivimos. Cada día hay infancias truncadas.
La semana que viene… ¡más!