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Innovación y prospectiva

11/09/2016 - 

La prospectiva económica es un ejercicio de reflexión que consiste en anticipar los cambios futuros que pueden producirse en los mercados, como consecuencia del impacto que el desarrollo de la ciencia, la tecnología y los cambios en las pautas del consumidor, puedan tener en los bienes y servicios que producimos y distribuimos. Si dicha reflexión nos lleva a conclusiones acertadas (lo que no es nada fácil) el resultado puede ser extremadamente útil para las empresas, puesto que ello les permitirá trasladar antes que nadie al mercado aquellos nuevos productos, servicios o tecnologías que ya “sabemos” de antemano que van a tener éxito.

En realidad muchas de las empresas líderes que hoy pueblan dicho mercado, se han basado, lo sepan, o no, en un uso sistemático de la prospectiva como elemento central de referencia para su estrategia competitiva. Cierto es que habitualmente suelen utilizarse términos como “pionero” o “visionario” para calificar a aquellos empresarios que con sus innovaciones, más menos radicales, contribuyen a satisfacer nuevas “necesidades” y por tanto a crear nuevos mercados. Es la forma de añadir algo de épica a un asunto tan poco espiritual como la economía; pero en rigor, lo que éstos hacen no es otra cosa que utilizar su propia visión sobre el futuro, para hacer posible que ésta se transforme en un valor de mercado susceptible de proporcionar ingresos y, por tanto, empleo.

"la mejor garantía para mantener el éxito, a lo largo del tiempo, es la innovación continua; e incluso la competencia con uno mismo, cuando ello sea necesario"

Contra el criterio de quienes en el mundo de la empresa piensan que si algo ha tenido éxito, más vale no introducir demasiados cambios, están aquellos (entre los que me cuento) que piensan todo lo contrario; a saber que la mejor garantía para mantener el éxito, a lo largo del tiempo, es la innovación continua; e incluso la competencia con uno mismo, cuando ello sea necesario. Entre otras cosas porque de no ser así, otros se encargarán de hacerlo, sin piedad ni tardanza.

Aquellos que recuerden el extraordinario desarrollo de las llamadas reglas de cálculo, cuyo uso, bajo diversas formas, duró más de 300 años, y también su meteórica desaparición en los años 70 como consecuencia directa de la aparición de la calculadora electrónica, saben de lo que hablo. Las mayores y mejores empresas del sector, aquellas que habían diseñado las más sofisticadas reglas de cálculo jamás vistas, fueron barridas literalmente del mercado de la noche a la mañana, porque una innovación que ellos no previeron, y que ahora se podía adquirir en las tiendas a 90 $ la unidad, las hizo totalmente inútiles. Obviamente, dichas empresas no habían hecho mucha prospectiva, o si la hicieron, les faltó información.

Naturalmente, el problema de la prospectiva no es solo que no se usa con la intensidad que sería recomendable, también lo es que ésta pueda estar equivocada y que, por tanto, resulta totalmente inevitable asumir cierto nivel de riesgo. Entre otras cosas porque la evolución científica y tecnológica se comporta muy a menudo de manera imprevisible y aleatoria, haciendo muy difícil disponer de todos los datos relevantes para pre configurar el futuro de manera precisa.

Dicho lo cual, hay una multitud de preguntas que estamos obligados a responder de un modo u otro, si no queremos permanecer como un actor irrelevante en este complejo y alambicado proceso. A saber ¿cómo será nuestra alimentación dentro de 15 o 20 años; cómo podemos construir una casa que sea totalmente sostenible; seguiremos almacenando los residuos en contenedores en las calles y recogiéndolos con ruidosos y contaminantes camiones; continuaremos reciclando solo el 30% de todos los residuos urbanos; cuales serán las nuevas claves de la salud en todas sus vertientes: calidad de vida, prevención, diagnóstico y tratamiento; cuales de ellas provendrán de áreas, en principio ajenas a la medicina científica; cuales serán nuestras principales fuentes energéticas; de verdad seguiremos dependiendo de los combustibles fósiles; qué sistemas de recaptación del CO2 evitarán la contaminación y el calentamiento global; cómo afectarán las nuevas tecnologías 4.0 a la producción y distribución de bienes y servicios; es el desarrollo de los drones o la “digitalización” de los montes la solución a los incendios forestales; dispondremos de nuevos materiales, con mejores prestaciones, y más sostenibles, para sustituir a los existentes; tendremos ciudades más inteligentes, confortables, seguras y limpias; qué propiedades tendrán los tejidos del futuro para mejorar nuestra calidad de vida…?

Preguntas todas éstas, entre muchas otras que podrían hacerse, de cuya acertada respuesta depende, no solo la viabilidad futura de muchas de nuestras empresas y sectores, sino también su propio fortalecimiento en los mercados, en la medida en que consigan adelantarse a sus competidores. Porque no se trata tan solo de reaccionar rápidamente a las nuevas condiciones de aquéllos, una vez los cambios ya se hayan producido, se trata también de definir la propia naturaleza de tales cambios, convirtiendo las tendencias de futuro detectadas, en productos y servicios presentes; y sobre todo, antes que los demás.

Ahora bien, para que todo ello sea posible y los frutos de la prospectiva alcancen, en toda su extensión, a las empresas y al resto de las actividades económicas, se requiere algo más que unos cuantos emprendedores visionarios (siempre imprescindibles); se necesita, sobre todo, que el Sistema de Innovación en su conjunto funcione como tal sistema. Y que por tanto, todos los “productores” de conocimiento científico y tecnológico actúen como un think tank colectivo, aunando sus esfuerzos con los de las empresas, a fin de detectar y definir las tendencias del futuro, por un lado, y establecer, por otro, los vínculos y relaciones entre todos ellos, garantizando así que el proceso culmine con éxito.

Este es el verdadero reto de cualquier sistema productivo, incluido el valenciano. Y alcanzarlo no es solo un asunto que afecte al interés particular de las empresas. Es también un asunto de interés general, que afecta a la sostenibilidad económica, social y medioambiental del territorio. Y por eso la política debe ocuparse de ello.

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