Si existiera una supercomputadora que pudiera analizar todas y cada una de las variables que influyen en nuestra vida quizás podríamos estimar cuánto podríamos llegar a vivir. Para ello la supercomputadora tendría que analizar nuestro genoma, extraer la información de cómo de bien o mal estamos programados para envejecer y combinar esta información con datos sobre nuestro estilo de vida, exposición a patógenos o sustancias tóxicas…Cientos de datos moleculares propios y ajenos a nuestro organismo que además pueden interaccionar entre sí. Además, la predicción de nuestra longevidad debería ser dinámica y estar preparada para recalcularse en caso de modificar aquellas variables susceptibles de cambiarse, como la dieta o el ejercicio.
Aunque todavía no existe dicha máquina, lo cierto es que gracias a los avances en el análisis de genomas cada vez estamos más cerca de predecir lo que dicen nuestros genes que vamos a vivir. O al menos si vamos a vivir más o menos que la media, como acaba de mostrar un reciente trabajo presentado en el congreso internacional de la Sociedad Americana de Genética Humana, cita obligada para saber lo último que se cuece en esta área de la ciencia. En el estudio, los investigadores analizaron el genoma de más de 500.000 voluntarios para identificar un puñado de variantes genéticas que influyen en la longevidad. Una vez identificados los contribuyentes genéticos a una esperanza de vida más larga que la media, el equipo estimó cuánto peso tiene cada uno de ellos y desarrolló un algoritmo para poder predecir a partir de cualquier genoma si su dueño va a vivir más o menos que la media de la población. Esta información puede ser de utilidad para diseñar estrategias personalizadas a cada persona destinadas a mejorar su longevidad, pero sobre todo proporciona datos, conocimiento científico sobre cómo envejecemos los seres humanos.
Otra vía de estudio de gran interés en el campo de la longevidad es poder estimar cómo de bien o mal estamos envejeciendo. Porque la edad cronológica que dicta nuestra fecha de nacimiento no necesariamente se corresponde con la edad fisiológica de nuestro cuerpo y el envejecimiento, por sí mismo, o sus diferentes aspectos moleculares, pueden convertirse en una diana terapéutica. Para conocer nuestra edad biológica se están desarrollando numerosos biomarcadores, que evalúan la funcionalidad de los sistemas físicos o mentales o capturan cambios moleculares relacionados con el envejecimiento. Por ejemplo, dentro de estos últimos, se ha considerado utilizar ciertos cambios en marcas epigenéticas del ADN, que influyen en su expresión sin alterar la secuencia, cambios en la actividad de los genes, o incluso en algunos metabolitos o proteínas, en diferentes fluidos del cuerpo, preferiblemente en sangre por su fácil acceso.
Todavía no existe un consenso sobre cuál de todos estos métodos sea el más adecuado. Es posible que la forma más precisa para saber si estamos envejeciendo de acuerdo a nuestra edad sea utilizar varios métodos. Lo que sería ideal, desde luego, es meternos en una máquina que analizara todas las variables fisiológicas necesarias, junto con nuestro estilo de vida, dieta, situación económica, y lugar de residencia, para proporcionarnos una estimación de cómo está nuestro organismo y qué podemos hacer para alcanzar nuestro máximo estado de salud.
Para acercarnos a esa situación es necesario investigar, contrastar resultados y debatir con el resto de la comunidad científica y especialistas cómo avanzar hacia lo que todos queremos, que no es más que extender nuestra salud. Una excelente oportunidad para esto es el próximo Longevity World Forum, un punto de encuentro donde esperamos poner en común los últimos avances sobre la longevidad humana.
Amparo Tolosa es editora y Jefa de Redacción en Genética Médica News. Participará en la mesa redonda sobre 'Retos y mitos en la predicción de la edad genética' de la sesión 1 del Longevity World Forum.