VALÈNCIA. Un payaso agazapado en una alcantarilla un día de lluvia inicia una conversación con un niño que ha perdido un barquito de papel con el que estaba jugando. Es una de las imágenes más icónicas de la novela de Stephen King “It”, y también de la miniserie para televisión en la que Tim Curry se puso en la piel del escalofriante y perverso Pennywise, quedando grabado para siempre en el subconsciente colectivo de la cultura popular.
No lo tenía fácil el director Andy Muschietti a la hora de realizar una nueva lectura de este clásico del terror y quizás su mayor logro haya sido acercarse al universo de King de una manera muy respetuosa, pero al mismo tiempo aportando una óptica muy personal y contemporánea para configurar una película que habla de miedos atávicos que se convierten en actuales a través de una adaptación de lo más acertada.
Para ello se ha centrado en la parte que se refiere a la infancia de los personajes en el libro, con el propósito de completar la etapa adulta en una segunda película que funcionaría a modo de díptico. También ha cambiado la época en la que transcurre la acción ubicándola en los años ochenta, precisamente cuando él mismo tenía la edad de los protagonistas, lo que le ofrece la oportunidad de realizar un meticuloso y delicado retrato nostálgico de una época en la que se jugaba en pandilla, se montaba en bicicleta y se hacían cabañas, en la que los niños eran dueños y señores de un universo muy particular e imaginativo en el que ellos mismos se encargaban de dictar sus propias reglas al margen de los adultos.
Solo que, en este caso, estos niños viven en Derry, un pueblo en el que parece esconderse una especie de mal en estado puro, agazapado en el subsuelo, recorriendo las cloacas, que ha ido empapando y contaminando a todos los habitantes hasta envilecerlos por completo, inoculándoles el virus de la locura y la perversión. Por el momento, ellos todavía conservan una cierta pureza que viene asociada a la niñez, por eso son el plato preferido de ese ente abstracto que es It y que toma la forma física de un payaso siniestro que se convierte en el reverso tenebroso de la risa y la diversión para erigirse en el centro de las pesadillas.
Muschietti disfruta introduciéndose en este pequeño microcosmos que rodea a los protagonistas pre-adolescentes al mismo tiempo que se detiene en cada uno de ellos, escarbando en sus particulares miedos e inseguridades, indefensos, observando su entorno familiar y de qué manera va ejerciendo un efecto negativo en sus comportamientos. Y es que el panorama que construye a su alrededor resulta de lo más desolador: Madres controladoras, padres que ejercen abusos sexuales sobre sus hijas, desarraigo, puritanismo religioso... todo un crisol de comportamientos que va generando esa atmósfera malsana, pútrida a nivel moral, que poco a poco se va adueñando de la función. En realidad, los verdaderos engendros, terminan siendo los adultos.
Para el director, Derry sería una micro-versión de lo que estamos viviendo ahora en la América de Donald Trump, instalada en la cultura del miedo y de la manipulación, en un estado de sumisión y acatamiento de una serie de normas que vienen predeterminadas desde arriba y que condicionan la vida cotidiana. Quiere hablar del terror como herramienta de control, como un arma de poder. Pero lo cierto es que para los niños protagonistas quizás esa metáfora política les quede un poco alejada. Ellos luchan contra sus más íntimos terrores, contra sus más inconfesables debilidades mientras han de enfrentarse a un payaso demoníaco que los persigue sin descanso para devorarlos.
Desde ese punto de vista, It se convierte en un extraordinario ensayo que utiliza los contornos de una pesadilla para hablar sobre la niñez y sus traumas, sobre los monstruos que generamos en nuestro subconsciente y sobre aquellos que terminan adquiriendo un contorno real. Y todo eso a ritmo de una coming-of-age adictiva con todos los ingredientes necesarios, a modo de cuento o aventura fantástica, que remite directamente a otra célebre adaptación de Stephen King, Cuenta conmigo (1986), pero que se impregna de todo el espíritu de los ochenta que nos lleva desde Siouxsie and the Banshees, The Cure, New Kids on the Block hasta el videojuego Mortal Kombat.
Muschietti, que ya se había acercado a los terrores infantiles en su ópera prima, Mama (2013), despliega una potente imaginería visual que en todo momento se encuentra al servicio de la historia y en la que no faltan algunas set-pièces memorables en las que se combina el suspense con el auténtico terror, el susto con la grima, lo bizarro con lo escalofriante. Pero en esta ocasión va más allá. Su trabajo formal es de un enorme y estilizado virtuosismo y la atmósfera que consigue, profundamente envolvente y sugestiva. A través de ella nos sumergimos por pasajes alucinatorios, algunos incluso grandguignolescos y otros mucho más perturbadores de lo que está acostumbrado a mostrarnos el cine mainstream en general.
Todos esos ingredientes convierten a It en una rara avis dentro de las películas de su estirpe, ya que no solo se encuentra enfocada a generar un par de sustos de impacto sensorial y a formar parte de las salas de los multicines, sino que tiene la capacidad de generar imágenes que se quedan incrustadas en la cabeza y que parecen estar destinadas a convertirse en icónicas dentro del género.