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tribuna libre / OPINIÓN

Jean Eustache o una oferta en pack de tres

16/12/2022 - 

Ha vuelto a pasar. Y es que la historia se repite cada año. 

Dicen que hay libros leídos y hay otros citados. Dicen y es sabido, que el Ulises de James Joyce es más citado que leído, igual que En busca del tiempo perdido, Anna Karenina o El Quijote. Y eso mismo ocurre en el teatro. ¿Cuántos han leído -ya no hablo de acudir a una representación- a Ionesco, Beckett o Jarry? No he nombrado a Mayorga porque aún le queda tiempo para ser considerado citado o leído, por eso y porque a los grandes se les valora en vida y se les juzga un tiempo después.

Este año se han cumplido los cincuenta del estreno de La maman et la putain, y -de nuevo- ha vuelto a suceder. Igual que ya ocurrió con los cincuenta de À bout de souffle o con el centenario de Fellini, la efeméride ha consistido en cuatro o cinco artículos -dos de ellos por encargo- y algún pase que no ha trascendido más allá de los amigos o enemigos del que quiere aupar o aniquilar el homenaje. Y como Eustache o Godard o Fellini no fueron músicos, no se puede celebrar su obra -como la de Badalamenti o Morricone- mientras uno mira el móvil, que es la condición imprescindible de cualquier producto destinado a masas. No sé bien si yo prefiero que no fueran coetáneos de las plataformas digitales. Solo hay dos opciones. O no hubieran existido nunca como creadores, o le hubieran dado la vuelta a ese subgénero dudoso de las series.

Este año he vuelto a ver la película de Eustache dos veces. La primera antes de su aniversario, la segunda al enterarme de él -es una liturgia que practico con los genios-. Dentro de la distopía que es a veces la bohemia, La maman et la putain es tanto drama como comedia, es farsa, circo y es burlesque, es una bella infamia, un poco arte y nada ensayo, es documental urbano y es fanzine, es tan poética y estricta, tan filosófica y banal, tan tierna, hiriente, sofocada, tan absurda e irreal como precisa, tan nouvelle vague y tan fin de ella, tan Léaud y tan París. Su valor es la carencia de etiqueta y por eso Eustache es más Jarry que Brunelleschi, es como Huysmans o Robert Walser. Son los one hit wonder que terminan olvidados porque nadie sabe dónde se les puede ubicar, como a nuestro Zulueta y su Arrebato.

Hay una rutina -al menos una- que repito siempre que voy a París, pasear por St. Germain y mirar en los cafés de los chaflanes. Ahora no me siento en ellos porque solo es bienvenida la presencia de tik-tokers. Dentro de ellos no hay verdad, solo pose e ignominia. Aún así, yo observo y aprehendo, porque pienso que es posible que en la atmósfera pulule algún fantasma todavía, algún resquicio de lo que hace tiempo se llamaba creativo, alguna idea perdida que circula suspendida tras haber sido emitida en las tertulias de Jean-Paul. Pipa, humo, gafapastas y pastís. Más que aprendizaje es el preludio a la etiqueta, que al principio es lo que evita que te olviden, y al final es un gran saco en el que acabas siendo el otro.   

Dicen que Pessac aún recuerda a Eustache, pero yo estuve en Pessac este verano y solo vi castillos y botellas de vino en packs de tres. Quizá por eso Eustache es más citado que visto, quizás por eso La maman et la putain continúa siendo -y seguirá por muchos años- esa obra que nadie ve, pero de la que todo el mundo habla. Yo también. Quiero decir, yo también lo prefiero. Yo prefiero ser citado a ser leído. Que las cajas de tres vinos -y etiqueta- representen lo canónico es normal. En el fondo, los museos son ejemplo de lo mainstream.    

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