El actor británico protagoniza ‘La correspondencia’, nueva película de Giuseppe Tornatore, que llega hoy a las pantallas españolas
VALENCIA. Aunque nunca ha logrado revalidar el éxito obtenido con Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), con la que ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1990, el italiano Giuseppe Tornatore se ha convertido desde entonces en una presencia frecuente en los cines españoles, y el espectador ha tenido la oportunidad de comprobar cómo el tono sentimental de su film más famoso se mantenía en posteriores títulos de una filmografía que, como en el caso de Eliseo Subiela (y el de Paolo Sorrentino) ha ido derivando hacia posicionamientos entre la new age y una concepción del romanticismo un tanto extemporánea. La correspondencia (La corrispondenza, 2016), su nueva película, es otro paso en esa dirección, y cuenta la relación más allá de la muerte entre un profesor de astrofísica y su alumna y amante.
El peso de la cinta recae en Olga Kurylenko, que no logra estar a la altura requerida, mientras que el viejo profesor es el veterano Jeremy Irons. Cuando apenas le quedan tres meses de vida, decide grabar una serie de DVD’s que ella irá recibiendo tras su muerte y en los que, de algún modo, perpetúa la historia de amor que han vivido. También la obligarán a afrontar un hecho clave de su pasado que ha condicionado su existencia y su estado emocional en los últimos años, pero no es cuestión de convertir este texto en un spoiler. De lo que se trata es de aprovechar la presencia del británico Jeremy Irons en la película para reivindicar a un actor al que Tornatore saca poco partido (el noventa por ciento de sus intervenciones se producen a través de una pantalla de ordenador), pero que lleva casi cuatro décadas impartiendo magisterio interpretativo.
Nacido en Cowes (Isla de Wight) en 1948, inició su carrera en el teatro, pero pronto dio el salto a la televisión, medio en el que destacaría por primera vez. Porque aunque ya había debutado en el cine, con un papel en Nijinsky (Herbert Ross, 1980), fue su presencia en la excelente miniserie Retorno a Brideshead (Brideshead Revisited, Charles Sturridge y Michael Lindsay-Hogg, 1981) la que hizo que mucha gente comenzara a fijarse en él. Y no solo en Gran Bretaña, sino en todos los demás países (España incluida) donde se emitió la adaptación por capítulos de la novela de Evelyn Waugh producida por Granada Television. Irons encarnaba a un sencillo estudiante de Oxford, impresionado por el hijo menor de una familia noble y acaudalada que reside en la mansión de Brideshead, y que no tarda en convertir esa admiración en relación sentimental.
Como había ocurrido anteriormente con otros actores y como también sucedería después (quizá el ejemplo más evidente sea Rupert Everett), Jeremy Irons mostró desde sus comienzos una capacidad singular para incorporar personajes ambiguos, ya fuera desde el punto de vista moral, ideológico o sexual, lo que le ha permitido trabajar con directores que buscan intérpretes capaces de empatizar con el espectador sin por ello sacrificar su lado oscuro. De hecho, uno de esos personajes le proporcionaría su único Oscar: El barón Claus von Bülow, que en 1980 fue acusado de provocar el coma de su millonaria esposa mediante una sobredosis de insulina. La película El misterio von Bülow (Reversal of Fortune, Barbet Schroeder, 1990) adaptaba al cine la historia real del controvertido aristócrata, y Irons supo aportar al personaje los matices que requería. Tiempo atrás había dicho: “A menudo, los actores se comportan como niños, y consecuentemente, son tomados por niños. Yo quiero crecer”. No ha parado de hacerlo desde que debutó.
El mismo año que rodó Retorno a Brideshead logró su primer rol protagonista, en La mujer del teniente francés (The French Lieutenant’s Woman, 1981), con Meryl Streep como compañera y Harold Pinter firmando un guión que adaptaba a John Fowles y dirigía Karel Reisz, uno de los nombres fundamentales del free cinema, aunque sería en 1986 cuando se convertiría en un rostro familiar para el espectador medio. La culpa la tuvo La misión (The Mission, Roland Joffé), un éxito de taquilla donde interpretaba a un misionero jesuita que se enfrenta nada menos que a Robert De Niro. El trabajo de ambos, la excelente fotografía de Chris Menges (que se llevó una estatuilla por su trabajo) y la inolvidable partitura de Ennio Morricone eran lo mejor de una cinta pretenciosa y convencional, pero de gran impacto comercial, que además obtuvo una polémica Palma de Oro en el Festival de Cannes, donde ganó pese a presentarse inacabada y dejando en la cuneta a Sacrificio (Offret, 1986), de Andrei Tarkovski. Que Sidney Pollack fuera el presidente del jurado quizá explique el veredicto.
En cualquier caso, a Jeremy Irons le sirvió para lograr un salto profesional que le llevaría a trabajar en producciones de mucho mayor interés. De hecho, en cuanto terminó La misión se puso a las órdenes de David Cronenberg para enfrentarse a uno de los mayores retos de su carrera, ya que en Inseparables (Dead Ringers, 1988) tenía que interpretar a dos hermanos gemelos, Elliott y Beverly Mantle, un par de ginecólogos famosos que se obsesionan con la misma mujer y cuya historia termina en tragedia. Una compleja exploración de la identidad, inspirada en hechos reales, que introdujo a Irons en el turbio y enfermizo mundo del cineasta canadiense, con quien volvería a trabajar en la no menos notable M. Butterfly (1993), la historia de amor entre un diplomático francés destinado en China en los años sesenta y una fascinante y misteriosa diva de la ópera que consigue ocultarle durante muchos años que, en realidad, es un hombre.
“En esta película, Jeremy es como una combinación de los gemelos Mantle. Es un Beverly que aspira a ser más Elliott”, comentaba Cronenberg sobre la relación del film con el que habían realizado previamente. “Solíamos bromear al respecto. Fue interesante tener un pasado al que referirnos al hablar de algunas escenas y de cómo interpretarlas. Como creo que los dos somos lo suficientemente inquietos, aunque eso no nos impida sentirnos a gusto juntos, no dimos nada por sentado”. Esa necesidad de plantearse retos tiene que ver con una concepción del oficio que Irons comparte con otros compañeros, como Julianne Moore, una actriz capaz de correr grandes riesgos con directores procedentes del cine independiente y al mismo tiempo participar en conservadoras producciones mainstream.
Después del Oscar, y a medida que su popularidad se fue incrementando, Irons fue muy consciente de que no todos los guiones que llegaban a sus manos tenían el mismo interés. “Debido a que ahora tengo éxito, lo que me ofrecen como actor es más y más de lo mismo”, llegó a comentar. Por lo tanto, ha ido alternando títulos puramente alimenticios, en los que su presencia suele ser a menudo uno de los escasos puntos de interés, con proyectos más sugestivos. Lo que significa que le hemos podido ver a las ordenes del francés Louis Malle en Herida (Damage, 1992), viviendo una peligrosa y apasionada aventura de amor y sexo con la prometida de su hijo (Juliette Binoche), pero también como el maquiavélico oponente de Bruce Willis en Jungla de cristal. La venganza (Die Hard: With a Vengeance, John McTiernan, 1995) o como mago maligno en Dragones y mazmorras (Dungeons & Dragons, Courtney Solomon, 2000). Cuando un periodista le preguntó por qué había aceptado el papel, contestó: “¿Estás de guasa? ¡Me acabo de comprar un castillo, de alguna manera tengo que pagarlo!”
Aunque ha declarado que cuando actúa solo ofrece el setenta por ciento de sus posibilidades, es indudable que Irons se ha convertido en uno de los actores más carismáticos de las últimas décadas. Como ya sucedió anteriormente con Laurence Olivier, James Mason o Trevor Howard, Hollywood celebra su particular acento británico, y está plenamente establecido en la industria estadounidense. Ganador también del Tony, el Emmy y el Globo de Oro, incluso llegó a probarse como director. El resultado fue Mirad: A boy from Bosnia (1997), un mediometraje para televisión, producido por Channel 4 y basado en la obra de Ad De Bont que ya había interpretado en el teatro, acerca de un niño atrapado en el horror de la guerra de los Balcanes.
Su porte distinguido e indudable atractivo le han permitido dar vida a personajes siniestros y poliédricos, aunque no siempre ha tenido la intuición necesaria a la hora de aceptar una oferta. Rechazó, por ejemplo, ser Hannibal Lecter en El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991), que catapultó a la fama a Anthony Hopkins. Acababa de hacer El misterio Von Bülow y no quiso encarnar dos personajes tan oscuros de manera consecutiva. A cambio, ese mismo año aceptó convertirse en Franz Kafka para Steven Soderbergh en Kafka, la verdad oculta (Kafka, 1991), una curiosa y poco conocida película donde el escritor checo se ve involucrado en las actividades de un misterioso grupo subversivo.
No hay noticias sobre la posible compra de un segundo castillo, pero recientemente hemos podido verle en Batman v. Superman: El amanecer de la justicia (Batman v. Superman: Dawn of Justice, Zack Snyder, 2016), y también ha participado en Assassin’s Creed (Justin Kurzel, 2016) y Justice League (Zack Snyder, 2017), ambas por estrenar. Para compensar, fue el arquitecto del rascacielos donde transcurre la acción de High-Rise (Ben Wheatley, 2016), adaptación de la novela de J. G. Ballard. De nuevo, compaginando trabajos alimenticios con otros en los que el grado de implicación en el proyecto es mayor. Un modo de entender la profesión que en otros casos podría derivar en esquizofrenia, pero que Irons lleva con una naturalidad que le permite estrenar el mismo año Eragon (Stefen Fangmeier, 2006) e Inland Empire, el último largometraje completado hasta el momento por David Lynch. Cuando estrenó Tren de noche a Lisboa (Night Train to Lisbon, Bille August, 2013), aseguró que “No hay comparación entre hacer un filme así, en una ciudad como esta, con realizar un blockbuster. Escogería estar aquí todas las veces”.
Pero claro, hay que pagarse los castillos. Y sus reformas: En 2001, se gastó más de un millón y medio de dólares en pintarlo de rosa (sí, han leído bien). Y ya se sabe que quien frecuenta Hollywood y tiene un castillo (aunque esté en Irlanda) suele acabar escorándose hacia la derecha. Irons parece no ser una excepción. El seductor maduro que magnetiza a mujeres de diferentes generaciones destaca también por mear fuera de tiesto cuando se trata de abordar cuestiones espinosas. En abril de este año se descolgó con unas declaraciones en las que consideraba “oportuno que la iglesia diga que el aborto es pecado. Pecado es toda acción que nos daña. Mentir nos daña. El aborto daña a una mujer, es un tremendo ataque a su mente, y a veces a su cuerpo. Gracias a Dios, la iglesia católica dice que no lo permitirá”.
Como muchos otros famosos, Irons es capaz de coger la directa y meterse en cualquier charco. “Vivimos en una sociedad que tiene una estructura cristiana. Si intentas quitar esa base y fomentas el libre albedrío, todo se convertirá en algo terrible y, por lógica, habrá problemas”, dijo en otra entrevista. “El adulterio puede estar bien, pero al final termina fastidiándolo todo, hasta la estructura de la sociedad. No robamos, aunque haya gente que lo haga, porque eso sería intolerable para cualquiera. Puedes estar enamorado y criar a tu familia sin estar casado, pero el matrimonio nos da fuerza, ya que no puedes salir de él, y eso te obliga a luchar junto a tu pareja. Si divorciarse es tan sencillo, entonces nada merece la pena. Las relaciones son duras para todo el mundo”. Una lástima que Pablo Motos no le preguntara por el tema cuando visitó El hormiguero.
¿Y el matrimonio homosexual? Obviamente, el amigo Jeremy también tiene su opinión al respecto. “Si se aprueban las uniones entre lesbianas, gays o transexuales, ¿esto no llevaría, por ejemplo, a que los padres se casen con sus hijos para así evitar pagar impuestos al cederles sus propiedades al convertirles en sus esposos?” La delirante argumentación introduce el incesto en la ecuación, pero el actor parece no verlo de igual modo. Atención a su razonamiento: “Entre hombres, no hay incesto. Los hombres no pueden procrear, así que el incesto no cubre esas uniones. Con la ley de matrimonio homosexual, si yo no quiero pagar el impuesto de sucesión al dejar mi herencia, podría casarme con mi hijo y simplemente dejársela a él”. ¿Chochea Jeremy Irons? Juzguen ustedes mismos. O hagan como que no han leído los últimos párrafos y pónganse de nuevo Inseparables. Es lo bueno de los artistas: Por muchas estupideces que digan o hagan, siempre podremos disfrutar de sus grandes obras.