En su nuevo libro, Esto no es Hawaii, el periodista y locutor Jesús Ordovás recopila entrevistas y artículos que constatan una vez más que la Movida no habría sido la misma sin su presencia
VALENCIA. Nunca he sido una persona de radio a pesar de que es un medio del que sigo formando parte. En mi etapa adolescente, la información sobre la música que me interesaba me llegaba principalmente a través de las revistas. Popular 1 primero, luego Vibraciones, Disco Expres, Sal Común y Star. La televisión de aquellos años, los que van de 1977 a 1980, poco tenía que ofrecerme. Popgrama lo mismo sacaba a grupos que no me atraían lo más mínimo que me sorprendía con un concierto de The Tubes o con el último clip de Siouxsie & The Banshees. Encender la televisión con la esperanza de ver algún grupo punk y toparse con Iceberg o Ñu no era muy motivador. Ese era mi esquema del mundo en aquellos días, todo era extremo, apasionado y vehemente. Así y todo, montaba guardia ante el televisor, cada martes por la tarde, esperando que llegara la hora de Popgrama.
La radio no era un medio que identificara con la música que pudiera gustarme. Era el fútbol de mi padre los fines de semana y los consultorios sentimentales que escuchaba mi madre. Estaba demasiado cerca de la realidad de la que quería evadirme. Prefería las revistas, todo el colorido de las imágenes, las opiniones, las críticas, las declaraciones. Leer lo que decían de un artista y pensar: “Esto me gustará”. Ver unas fotos y saber que la música de aquel grupo estaba hecha para ti. Este fue el método que seguí para alimentar mi curiosidad y mi ansia de información en una época en la que la información sobre música pop era la justa.
En 1981 todo cambió. La música cambió porque se inició una nueva era, tanto fuera como aquí. En Londres se consolidó el pop electrónico. Muchos de los artistas aparecidos inmediatamente después del punk tenían ya una visibilidad cuando no una consolidación comercial. En España, la noción de una nueva manera de hacer música pop empezaba a propagarse a través de las tiendas, las revistas y los programas de radio. La radio comenzó a ser algo más que una referencia para connoisseurs, para los intrépidos oyentes que lograban sintonizar con las efeemes madrileñas para escuchar novedades recién traídas del extranjero. De repente, de la nada, apareció Radio 3. Allí estaba Jesús Ordovás.
A Ordovás lo descubrí leyendo Disco Expres. Sus crónicas sobre lo que ocurría en la música madrileña estaban siempre ahí, contadas con un contagioso entusiasmo. Por culpa mis prejuicios infantiles, la música cantada en español me producía rechazo. Me resultaba antinatural. No aceptaba que un grupo como Tequila pudiera beber de los Stones y cantar en español. No le encontraba la gracia a las letras de Radio Futura y Alaska y los Pegamoides. A algunos de mis amigos les gustaban aquellas bandas, a mí no. Entonces conocí al grupo que acabó siendo Glamour y me di cuenta de lo equivocado que estaba. Se terminaron los prejuicios. Ser devoto de Lou Reed, Bowie, John Foxx o Magazine no era incompatible con nuestro idioma. Ordovás seguía estando allí, así que le busqué en mi colección de revistas. Releí sus crónicas sobre todos aquellos grupos de aspecto deslumbrante y sobre aquella chica vestida de leopardo llamada Alaska.
Inmerso en el fervor de la movida que se iba gestando cual remolino invisible, empecé a escuchar Radio3 y me hice adepto al Diario Pop. Lo presentaban Diego Manrique –al que también leía con devoción-, José María Rey y Ordovás. Su espacio se llamaba Esto no es Hawaii y cualquier artista o grupo emergente que quisiera darse a conocer tenía que pasar por allí. Todos pasaban. Los que grababan maquetas y los que sacaban disco por la vía independiente. El estudio se convertía en una fiesta cada vez que convocaba a algún grupo para entrevistarlo. Ese ambiente se propagaba a través de las ondas, era contagioso. Jesús consiguió que creyéramos que no solo estaban pasando cosas excitantes en Madrid. También logró hacer que decenas de jovencitos como yo nos atreviéramos a decir lo que queríamos decir sin pedirle permiso a nadie. Yo elegí el único camino posible, hacer mi propia revista. Sacamos el primer número de Estricnina y se lo enviamos a Jesús. Hablo de él en el programa y nos llovieron los pedidos por correo. Los ejemplares que había en tiendas se agotaron. Estricnina se convirtió en un objeto de culto. Tres décadas después estaba en el sótano de la madrileña sala Costello, sentado con Ana Curra, Alejo Alberdi y Jesús para hablar de ese mismo fanzine, convertido en libro por iniciativa de Juan Puchades y Efe Eme.
Jesús Ordovás siempre ha tenido la cualidad de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Fue hippy cuando había que serlo y viajó a San Francisco para contarlo. Intuyó que con el cambio político que se avecinaba tras la muerte de Franco, el rock español iba a tener al fin la oportunidad que no había podido tener hasta entonces e hizo lo posible por difundirlo, como cofundador del sello Chapa y como periodista. Recuerdo un número de la revista Star, que para mí era sagrada, allá por 1978 o 1979, en la que entrevistaba a Burning. Jamás olvidaré lo que me impactó ver a Alaska en Disco Expres, en el extra de verano de 1978. Un despliegue sin precedentes que sin duda se debió a la tenacidad de Ordovás. No me gustaba el rock en español pero me impactó mucho la osadía de la letra La tentación, que venía reproducida en el artículo. Alaska con su mono de leopardo en brazos de Manolo Campoamor diciendo inocentes barbaridades.
A Jesús lo vi hace unas semanas, en Madrid. Coincidimos en la presentación del disco de Pablo Sycet Mirando la vida pasar y estuvimos hablando un rato en la Galería Sen, rodeados de los cuadros de Pablo. Me contó que estaba ultimando un libro sobre la movida. Cuando acabó el acto caminamos por la calle Barquillo hasta Alcalá, hablando sobre cómo habían sido los años ochenta en Valencia. Estuvimos hablando sobre algunos de sus grupos favoritos de aquí. Una Sonrisa Terrible, Los Radiadores, Doctor Divago, Maronda, Maderita, Julio Bustamante, La Gran Esperanza Blanca, La Habitación Roja, Los Magnéticos, La Resistencia, Seguridad Social…Siempre es bueno ver a Ordovás. Ha sido testigo y en muchas ocasiones agente conductor de muchas de las cosas que han pasado en la música pop española de los últimos 40 años. El libro del que me habló ya es una realidad. Se llama Esto no es Hawaii. La historia oculta de la movida, y a través de sus páginas abre sus inagotables archivos una vez más. Jesús es sin duda uno de los grandes cronistas de aquella era, alguien que nos contó en directo lo que estaba pasando cuando apenas nadie creía en ello. Cierro los ojos y pienso: ¿habría existido la movida de no haber existido Jesús Ordovás? No lo sé, pero desde luego, sin un elemento aglutinador como él no habría sido la misma.