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en junio publicará ¿Qué es comer sano?

J.M. Mulet: «Si Trump dijera que es antitransgénicos, la economía americana se hundiría»

Coronado como una de los divulgadores más activos -y divertidos de España- tras obras como "Comer sin miedo", "Medicina sin engaños" o "La ciencia en la sombra", JM Mulet regresa con "Transgénicos sin miedo", un trabajo tan ameno como valiente

| 11/08/2017 | 6 min, 4 seg

VALÈNCIA.- Desde que empezara su blog Tomates con genes, en 2010, el bioquímico José Miguel Mulet (Dénia, 1973), profesor del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (CSIC-UPV), se ha convertido en la voz de los transgénicos en España. Su vocación divulgativa —y su sentido del humor— le ha llevado a plazas de lo más variopintas: desde debates encendidos en Cuarto Milenio a soportar que Mercedes Milá lo llamase ‘gordo’ por cuestionar la dieta de la enzima prodigiosa, o jugarse el tipo en un foro académico en Argentina por defender los cultivos modificados. En su último libro hasta la fecha, Transgénicos sin miedo (Destino) —en junio vuelve con ¿Qué es comer sano?— se ha explayado a gusto sobre su tema estrella, los Organismos Genéticamente Modificados (OGM).

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— Ha sido nominado junto a Aduriz y De la Calle por contribuir a una gastronomía saludable en los Premios Nacionales de Gastronomía 2016. ¿Un bioquímico podía imaginar que le nominaran a semejante premio en España?

— Estos premios suelen reservarse a grandes chefs, escritores y periodistas del mundo gastronómico, no es frecuente ver a científicos. Siempre es grato que reconozcan las aportaciones de los científicos a la cocina y la alimentación. Ha sido una grata sorpresa. Debo agradecérselo a la Academia de Gastronomía de Cantabria, que ha valorado mis aportaciones desmontando mitos alimentarios a una alimentación más saludable. El simple hecho de estar nominado alegra.

— ¿Por qué le ha costado tanto publicar un libro sobre el tema que le ha hecho conocido?

— Cada vez que la editorial me proponía otro libro, el tema de los transgénicos nunca lo habían elegido porque pensaban que no era de interés. Pero el pasado verano, con la carta de los Premios Nobel, se habló mucho del tema y ahora la editorial me lo ha propuesto.

—¿La opinión pública ha cambiado?

— La idea que se tenía era la de los grupos ecologistas. Los científicos no hablaban, o nadie les preguntaba. Ahora, según las últimas encuestas de la Fundación Española para la Ciencia y Tecnología (Fecyt), hay una opinión creciente a favor de los transgénicos. Pero en los medios persiste la manida equidistancia: se entrevista al científico y a alguien que dice cosas muy raras o a ecologistas. Cuando hablan con Juan Luis Arsuaga sobre Atapuerca no le ponen al lado a un creacionista. Los científicos habíamos perdido el espacio comunicativo ocupado por otra gente cuyo mensaje no era el correcto, y cuesta mucho recuperarlo.

— Todavía es un tema impopular y cuesta conseguir financiación. Dicen que no tiene utilidad comercial ni práctica por el marco legal. Y está el miedo a que te rompan los invernaderos y te destrocen el trabajo. Ha habido muchos ataques a campos experimentales de organizaciones ecologistas que reciben ayudas públicas, y en sus webs los reivindican. Es aberrante.

— Da la sensación de que los transgénicos no están en el debate público como el cambio climático. 

— Los transgénicos son ahora mismo una patata caliente para los ecologistas. Han pasado veinte años anunciando el Apocalipsis y no ha llegado. ¿Qué hacen ahora? Discretamente, cambian de tema y hacen como que no ha pasado nada. Hace poco hemos tenido el barco de Greenpeace en València hablando de plásticos. De los transgénicos ya no se acuerdan. 

— Hace unos meses, el alcalde de València, Joan Ribó, declaraba que el modo de acabar con el hambre en el mundo «no son las grandes empresas, ni la agricultura industrial ni los transgénicos, sino la agricultura de proximidad y los huertos urbanos». 

— Que haga números y que piense si la gente que tiene un huerto urbano en València ya no va a Mercadona. Los cultivos ecológicos representan menos del 1% de la agricultura mundial; le queda mucho recorrido como alternativa global. Estaría encantado de ver los números que sostienen sus afirmaciones. No los he visto nunca.

— Las recientes fusiones suscitan la crítica a los transgénicos por el oligopolio.

— En gran parte, es porque los grupos ecologistas y los partidos antitransgénicos han puesto una normativa tan draconiana y unas condiciones tan inhumanas para aprobar un transgénico que ninguna empresa pequeña puede afrontarlas. ¿Qué pasa con que haya cuatro sistemas operativos de ordenador en todo el mundo? Pese a que las concentraciones en las semillas modificadas pueden ser problemáticas, son menos preocupantes que otras de las que nadie se queja.

— ¿CRISPR, la revolucionaria técnica de edición genética, puede ser la nueva diana anti-OGM?

— No, porque todavía no saben qué es. Una planta transgénica se puede detectar porque tiene una secuencia de ADN foráneo, con CRISPR cambia el propio ADN de la planta y no hay ningún método fiable que lo detecte. Si no hay obligación de etiquetarlo como transgénico y no hay ningún análisis para saber si se ha usado, ¿los que consumen ecológico tienen la garantía de que no haya sido editado genéticamente por CRISPR?

«Los transgénicos son una patata caliente para los ecologistas. Han pasado veinte años anunciando el Apocalipsis y no ha llegado»

— Trump está ‘en modo avión’ sobre transgénicos.

— La economía americana se basa en los transgénicos. Si Trump dijera que es antitransgénico, la economía americana se hundiría. La Gran Depresión fue por el gran problema de la agricultura, más allá de la bolsa. Aquí, los gobiernos autonómicos a los que han llegado partidos que durante la campaña electoral estaban en contra de los transgénicos no han hecho nada. Nadie se atreve a prohibir algo que funciona bien en un sector tan afectado como el campo; si no, lo hunden. 

— Si tuviera a un gran empresario o un gobernante delante, ¿cómo le convencería para invertir en transgénicos?

— Si le interesa sobrevivir dentro de cinco o diez años en un mercado cada vez más global y no quiere ver venir a una multinacional china con comida mucho más barata y menores costos de producción, no puede perder la delantera tecnológica.

— Dice en el libro que ahora le veremos menos en platós porque se va a encerrar en el laboratorio.

— Esa es la idea porque tengo un proyecto de investigación. Si voy a programas, luego me llaman ‘gordo’ y todo eso. Ya se sabe: adaptarse o morir. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 34 de la revista Plaza (VIII/17)

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