La zona de influencia alrededor de la zona de Aragón, dejando Mestalla al norte, ya no es la promesa de un popurrí de propuestas aseadas.
Más bien se ha convertido en una de las zonas más pujantes para abrir un (buen) restaurante. Influye su diversidad, que es el rasgo antónimo de la planificación excesiva. Ni es una zona hiperespecializada, ni un terreno yermo. El cruce de caminos entre humanos que tienen diferencias entre sí. El Anuario Guía Hedonista 2021 constataba la dinámica: un hervidero de buenos lugares.
Uno de ellos es Kibō, en Antonio Suárez con Ros Belda, en el mismo sitio que el viejo YI. “Un sitio de culto para mí”, recuerdan al pasar las antiguas habituales. Abierto en 2020 (con toda la carga épica del momento en la que no conviene insistir), su encaje es deudor de un triunfo: es de los grandes japoneses de la ciudad. La creación de algo tan complejo como disponer de un ecosistema de referencias a partir del cual tomar impulso.
Jugando la competición del segmento medio, la juventud adulta de Kibō le da la vuelta a un espacio que Nihil Estudio ha convertido en atmósfera nocturna repleta de lunas. Su nombre en japonés significa esperanza. La de su equipo se percibe al transmitir aquello mismo que vieron en los japos maestros valencianos.
En su carta, algunos apuntes de un primer paso: un fantástico pollo Karaage con mayonesa casera de salsa rouille; mini baos de pato desmechado; makis, makis y makis; y una bavaroise de matcha. Merece continuidad.